AMIGO JOAQUÍN

He querido dejar pasar unos días. Me dolía demasiado… Y me duele aún, pero, ese dolor, ya, en unas pocas semanas, se irá transformando en alquimia del espíritu: de sentimiento y sufrimiento, en recuerdo vivo e imperecedero. La gente que uno ama, al final se queda viviendo dentro de uno, y forma ya parte de uno mismo, hasta que ese uno mismo le siga a donde quiera que está, si es que así debe ser… que espero que lo sea, sinceramente...

Mi amigo, mi camarada, mi adláter, mi socio de vida, mi hermano, nos ha dejado… me ha dejado. No voy a tratar aquí del hueco destapado en sus hermanos, sus hijos, su esposa… un carácter fuerte, el de él, unido a un espíritu fuerte, el de ella, que hizo de ambos algo más, bastante más, que un matrimonio… No. Si me lo permitís, quiero hablar de lo que yo siento, y compartir lo que me inspira su pérdida. Lo necesito. Perdonadme.

He de asimilar más de 60 años de amistad ininterrumpida con Joaquín… Y eso es mucho tiempo, aunque nunca, jamás, es demasiado cuando la amistad es de calidad contrastada y de lealtad probada. Porque Joaquín, mi amigo Joaquín, no hacía amigos, si no que los adoptaba. Los hacía suyos para lo bueno o para lo malo, los asumía y los abrazaba; los acogía, ayudaba y protegía. Y se daba a sí mismo. No lo digo yo, pueden ratificarlo Nayim, Luís, Leandro, aquel Tierno que marchó… y todos cuantos lo han tratado y conocido desde dentro… que son muchos los que pueden testimoniar de su extremada - casi extremosa – generosidad. Por eso, como hablaba con algunos de ellos el otro día, todos nos sentimos un huérfanos de Joaquín…Cada cual habrá de guardar su propia, y, sin duda, enriquecedora experiencia, de sus relaciones con él…

Las mías no pudieron ser más entrañables, porque entonces explotaría por dentro. No presumo de nada, si acaso, de puñetera y pura sinceridad… He tenido la suerte de compartir tanto y cuánto con él en esos sesenta años, que, aunque quisiera, me sería absolutamente imposible deshacerme de ese bagaje. Sea como fuere, Joaquín ya vive en mí y conmigo, forma parte de mí mismo; él soy yo y yo soy él… por eso que en estos momentos me duelo en mí mismo, y me entraño también a mí mismo…

Entiendo que muchos no me entiendan. Que algunos piensen que estoy exagerando unos sentimientos que, aun perteneciéndome, no me pertenecen a mí solo… Claro que no. Joaquín pertenece a todo un pueblo, y a más que un pueblo, y así mismo se lo ha reconocido ese mismo pueblo. Lo ha merecido por lo sobrado… Pero yo necesito… sí, NECESITO, expresar y exponer la horfandad que en estos momentos invade mi alma, y el porqué de ello… No es solo un autoanálisis, es también, permítanmelo al menos, una terapia. Y, sobre todo, un reconocimiento a mi amigo.

La naturaleza del ser humano resulta muy curiosa. Lo que se nos hace entrañable desde fuera, nos resulta muy confortable, pero… cuando se interioriza, cuando se hace entrañable dentro, en tus vísceras, entonces duele un montón su falta externa. Y se sufre como un desgarro cruel… cuando, en realidad, ya no te puedes separar de esa cercanía, de ese calor, de esa familiar entrañabilidad (permitidme la expresión) mientras vivas… Y sé que así será con Joaquín. Como con los que han dejado una huella en mí de carácter indeleble, ya hasta que muera.

Nos conocimos a los catorce o quince años, saquen cuentas… Y desde entonces andamos juntos una gran, enorme, parte de un camino común. Solteros al principio; luego con nuestras novias; después casados… involucrando a nuestras familias e hijos en el envite; formando con otros un grupo de vivencias y experiencias inolvidable… ¿cómo se puede encarnar todo eso dentro de uno?.. Los recuerdos, amigo mío, queman, y son un bálsamo a la vez. Están hechos de fuego y áloe. Uno los graba y el otro los cura, para dejarlos, al final, impresos en el alma, como un patrimonio riquísimo e impagable…

El río de tu vida ya ha llegado al mar, querido Joaquín. Que el viento te sea propicio; que tu Dios, que es el mío y el de todos, y, al final, lo has descubierto antes que yo, te lleve a donde perteneces, y ojalá en esa casa pueda arribar yo el día que me toque… Y que juntos, prosigamos allí estos sesenta años vividos aquí hasta la eternidad que nos corresponda… Como decían nuestros amigos saharauis: Inchalá.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com