AMIGOS Y DESAMIGOS

Imagen relacionada

Un amigo que también escribe en los medios, me comentaba el otro día, que observaba que en estos tiempos últimos que hemos tenido, de mudanza política, pactos y pastos, igual sufría mudanza de amigos y/o conocidos con los que convivía o comunmente se relacionaba. “Muy curioso”, me decía… “Eso igual me ocurre a mí, aún en menor medida que a ti”, le contestaba yo, que pasan sin saludarme personas que lo hacían antes (y ahora, si lo hacen, es con ciertas reservas), pero hay otros que, por el contrario, antes pasaban de saludar, y hoy lo hacen incluso con cierta deferencia…

            Convinimos ambos en que no serían amigos, sino más bien aliados circunstanciales, y a lo de aliado quizá que incluso le sobren algunas tallas… gentes fronterizas, que protegen su cosecha de según qué lado sople el viento, y que, hasta cierto punto, es natural que así sea, puesto que han hecho vida y pesebre de su “trabajar por los demás” (¡já..!). Y concluíamos que ese es el precio a pagar por opinar… Pero por opinar, naturalmente, en los papeles, y en las redes, y hacerlo público – no es lo mismo opinar que publicar – y eso, porque, al fín y al cabo, todo quisque tiene su propia opinión, y sus amigos, o lo que sea, son más contados y más estables, “… y quizá menos establo”, me remata maliciosamente el puñetero.

            Pues sí… Lo que pasa es que en una ciudad, donde el porcentaje de ciudadanaje es mayor que la casuística, apenas te enteras fuera de tus círculos más arados, pero en un pueblo se nota más, mucho más, dado que el paisanaje es más concreto y compacto, más pegado a ti, más familiar y doméstico, más íntimo incluso. Son las mismas caras de cada día con las que topas, ora con deferencia, ora con diferencia, ora con indiferencia. Y es lógico… todo depende de lo que ha leído en ti, o de lo que le han contado que tú has escrito, o de lo que han entendido o atendido, o cómo lo han interpretado según qué intereses. Aquí, la transmisión es mucho más intensa y apretada que en las grandes urbes, donde el personal se comunica más superficialmente. Los valores aquí no son mejores ni peores, ni buenos ni malos, simplemente son distintos.

            Y no obstante, yo sigo prefiriendo un pueblo a una ciudad. Mil veces pares y mil veces nones. Asumiendo todo lo positivo y todo lo negativo de uno y otra. En general, aunque muden los individuos que te aprecien o te desprecien, el pueblo es más amigo que la ciudad. Siempre. Aún como concepto. Al menos te conocen y conoces, cosa que allí troca en te ignoran e ignoras. En tu pueblo sabes quiénes son los demás, y los demás saben quién eres tú, y en la ciudad la diferencia es la indiferencia.

            Aún y así, entiendo que existan personas que se sientan cómodas y protegidas por el anonimato que brindan las sociedades populosas. También es perfectamente explicable. Hay gente p´a tó, que dijo el torero… Pero yo, cuando llevo horas allí, se me hacen estrechos los relojes para volverme aquí. Quizá que, a la postre, cada cual es de donde pertenece, no lo sé..

            …Y en cuanto a lo que me comentaba mi muy ilustre – muchísimo más que yo – colega, lo de la mudanza de afectos con respecto a los que escribimos cosas y casos, prefiero conocer a mis amigos y enemigos de fortuna, saber sus nombres y sus rostros de vecinos que compartimos sociedad y pueblo, y conservarlos conmigo y para mí. Y que ellos me conserven, con amor o desamor, es igual… Al fín y al cabo (lo dice mi amigo) eso es circunstancial, macho.

 

Envíe su petición a miguel@galindofi.com facilitando su e.mail y le serán enviadas gratuitamente estas publicaciones