AMOR Y DESEO

(de PidMix)

 

Hoy voy a romper moldes, con el permiso de ustedes, y lo hago sometiendo a su intelecto a una pregunta, quizá capciosa, o puede que no: ¿el amor se sostiene en el deseo, o, por el contrario, el deseo se sustenta en el amor?.. Creo que con esta cuestión ya pueden empezar a hilar lana en la rueca, ya que da para mucho. Lo que no cabe duda – o yo así lo creo – es que la manida frase “hacer el amor” es falsa como ella sola, por una simple y sencilla razón: el amor nace (de hecho es la fuerza de la que se hizo el mundo) pero no se hace… Y, desde luego, no es la misma.

En el medievo, el amor se cantaba en romance, y no había romanza ni alabanza alguna que no idealizara al amor, aunque solo fuese deseo de trincar moza de buen ver… salvo excepciones, como por ejemplo ésta en la que el juglar anunciaba: “damas y caballeros, he aquí la historia de Tristán y la bella Iseo, una historia de amor y muerte”, y deshilvanaba su triste pero curiosa madeja. Es la leyenda sobre una pareja de enamorados de gran riesgo, pues Tristán, sobrino del rey Marco, se prenda de la prometida de su tío, Iseo, los cuales, inocentemente, confiesan su amor al monarca, el cual, como es normal en toda tragedia que se precie, a ella le impone el severo castigo de encierro en la torre, ya saben, y a él lo condena a muerte. Sin embargo, como es sabido que la suerte favorece a los amantes, consiguen fugarse de calabozo y torre y huir juntos a un lugar desconocido y lejano.

Por fin pueden dormir juntos, pero… aquí viene la sorpresa, acostándose espalda con espalda. Es más: Tristán clava su acero entre los dos (entonces se decía “entrambos”, para que lo sepan), y así vivieron tres años tan contentos y felices, comprobando que la abstinencia conservaba y alimentaba el amor que se tenían, y que el cumplimiento del deseo podría, porque sí solía, matar poco a poco… Mas añoraban la corte y sus abalorios, así que volvieron, se presentaron ante el rey Marco, le suplicaron perdón, y se sometieron a la voluntad del monarca. Como éste comprobó que no hubo coyunda alguna en tal “intermezzo”, e Iseo aún andaba apetecible, tras perdonarlos, acabó matrimoniando con la rubia (no sé por qué todas estas lindas damiselas son rubias). Pero hete aquí que ambos dos, Tristán e Iseo, a escondidas, volvían a acostarse juntos, espada entre espaldas, pues seguían enamorados como pasmados… Eso sí, tan audaces como contradictorios, y fieles a su costumbre, ya saben: dorso con dorso y daga en medio, su amor no era un anhelo que ansiaban conseguir, si no conservar, y estaban dispuestos a morir por proteger tal sentimiento…

Lo que plantea esta historia amorosa contiene todos los ingredientes de la gran incógnita que yo planteo en mi primer párrafo: ¿el amor supone deseo, o el deseo supone amor?, ¿va unido indeleblemente lo uno a lo otro, o son cosas distintas, distantes y diferentes, aunque parezcan ser parentela?.. Unos opinan que sin deseo no hay amor, y otros dicen que, acabado el deseo, queda el amor… o no. Ustedes mismos.

Lo que es verdad, y con esto no quiero indicarles nada ni tomar partido tampoco por nada, pues mi única apetencia y querencia es ilustrarles… lo cierto, digo, es que la antigua cultura romana aseguraba – ojo al dato - que “el matrimonio atiende al patrimonio”, y no a la atracción ni otras leches, con perdón. Que el amor, una de dos: o venía después, o no venía, o había que buscarlo fuera. Tan convencidos estaban de ese principio, que prohibían a sus esclavos casarse entre ellos, al fin de evitar lo que sus amos tenían como muy claro: que la unión matrimonial era tan solo que unión patrimonial. Marcial dejó escrito que “la esfera del placer no corresponde al hogar necesariamente”.

Luego, naturalmente, está la otra cara de toda moneda… Por ejemplo, la película de Jeff Nicholas, “Loving”, narra la historia real de una pareja real, él blanco y ella negra, que, en los años sesenta, ayer mismo, tuvieron que enfrentar la pena de prisión por casarse. Su determinación permitió abolir las leyes segregacionistas que entonces imperaban en norteamérica, y que prohibían taxativamente los matrimonios interraciales. Incluso hubo doctos integristas que entonces dijeron bajo cátedra que entre un blanco y una negra era imposible que se diera el amor… Está claro que, en este caso, como en otros, existía más amor que deseo, para enfrentarse a toda una sociedad, una nación, tremendamente racista y sexista, como la de los EE.UU. de entonces.

El mismo autor romano antes citado, Marcial, en una de sus obras sobre los amores entre una pareja esclava, hace decir a Sulpicia, la protagonista, una frase digna de entresacar, y que viene como muy a cuento para este intrincado artículo de hoy: “amores verdaderos solo son los que no pueden ser”… Ahora recogen ustedes todo esto que vierto y les advierto, lo meditan un poquico dejando, eso sí, a un lado las ideas preconcebidas, y se montan una terapia con quiénes quieran, a ver que peaje pagan por este potaje…

Doy por supuesto, claro está, que cada cual opinará según su propia experiencia, sea ésta adquirida, transmitida o heredada. Eso es lo normal. Pero lo que pretendo es que piensen que lo que yo haya vivido al respecto, o usted mismo, o aquella persona sentada en aquel banco, no tiene porque ser igual en todo el mundo y en todo ser humano que se precie… Habrá de todo, como en botica, y es posible que todo sea amor, como puede que todo sea desamor. O que una cosa lleve a la otra. O no lleve a ninguna parte, como el viaje aquél, en que lo importante era el viaje y no a dónde puñeta llevaba.

Pero quizá sea un buen punto de partida para aquellas parejas que se emparejan por un par de buenos revolcones, creyendo que han descubierto la flor del amor, que se parece a la de la canela… O para aquellas otras que se separan en pleno rodaje porque creen que se han equivocado… Amor y deseo son dos hermanastros que se criaron juntos, pero que cada cual tiene su propia genética, aunque participen de las mismas costumbres. Como decía mi difunto padre: “cá uno es cá uno”. Así que…

Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com