AÑO DE LA MUJER

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Creo que estamos en el Año Internacional de la Mujer. Pues muy bien, cojonudo, no me parece mal. Basta que diga lo más mínimamente en contra (y no tengo nada en contra, que conste) para que cualquier colectivo feminista me ponga en mi sitio, si bien un hombre nunca, jamás, sabrá cual es su sitio ante las mujeres cuando éstas se juntan. Así que no. Lo veo fenomenal. Y ni siquiera se me ocurre preguntar el motivo, porque se me contestará que hay sobrados y sangrientos motivos, y diré que sí, que los hay, como los hay para un Año del Niño, o de los Abuelos, o de los Jubilados, o de las Mucamas, o de los Pobres, o de los Inmigrantes, o de los Negritos del Dómunt, o de los que padecemos persecución por la justicia del linchamiento popular.

            Pero toca lo que toca, y punto en boca. La violencia contra la mujer, como solo ejemplo, lo hace necesario. Y es cierto. Y es verdad. Algo se ha avanzado, aunque aún sea insuficiente. Siempre lo será. Hace unas pocas décadas, por ejemplo, cuando se hablaba de los truculentos crímenes de Jack el Destripador, como las víctimas eran pobres prostitutas pobres, los/las bienpensantes de la época, incluidas las miembras del Ejército de Salvación, suspiraban y susurraban: bueno, si hubieran sido mujeres como Dios manda, no hubieran sido asesinadas… y así eran las cosas y los casos de aquella moral victoriana, muy femenina, por cierto…

            Hoy, gracias a ese mismo Dios, de ser así, los anatemas y el rechazo social caerían como una guillotina inapelable sobre quiénes osaran justificar tamaño disparate. Por eso digo, con permiso del respetable y humillando mi cerviz, que las cosas han cambiado y, afortunadamente, para mejor. Aunque aún no estemos afinados para apreciar la sutil diferencia entre vivir una vida obligada, a gozar una vida en libertad. Es que no es lo mismo prostituirse para sobrevivir a una existencia llena de privaciones, que elegir el hedonismo de una vida llena de diversiones. No es igual, no. Aunque ambas merezcan el mismo respeto de principio, ya que cada cual tiene derecho a hacer de y con su vida lo que quiera, y eso no lo discuto, por supuesto…

            Si una damisela se ofrece voluntariamente a ser manoseada en un momento determinado de un fiestorro determinado, como han quedado grabados y fotografiados en todos los medios de comunicación – por ejemplo en San Fermines, Tomatinas y burratinas varias – hasta la saciedad, se arriesga a ser sobada aún en contra de su  voluntad en otro determinado momento del mismo fiestorro. Y nunca, jamás, será lo mismo que lo de las pobres prostitutas paupérrimas del Whitechappel londinense, por otro ejemplo…

            En este mundo jodío en que cada cual va a su avío, hombre y mujeres, jóvenes y jóvenas, adultos y adultas, damas y caballeros, todos y todas, somos – o deberíamos ser – responsables de nosotros mismos, evitar riesgos innecesarios, o no evitarlos si no queremos pero sí asumirlos, e intentar observar la suficiente prudencia, y ser consecuentes con nuestros actos. Y tendríamos que saber que vivimos, y nos divertimos y revolcamos, en medio de una violencia inusitada, porque hemos construido una sociedad desinhibida preñada de derechos y huérfana de obligaciones. Y que, aun sabiendo que nadie tiene derecho alguno a violentar a nadie, eso no nos exime de la responsabilidad de cuidarnos. No sé si habré sabido explicarme sin levantar las furias (las Furias, personajes mitológicos femeninos, por cierto…).

            …Pero sí que deseo que sepan entenderme. Al menos, espero que se esfuercen en pensar, antes que en crucificarme. Pero una mayor y mejor educación en ese sentido hubiera ahorrado mucho dolor y muchas vidas jóvenes truncadas. Yo estoy seguro de ello, los/las demás, ya no sé…