ANTROPÓLOGOS
- Por miguel-galindo
- El 13/12/2021
La antropología hoy nos lleva a estudiar culturas y civilizaciones pasadas, sacando conclusiones de las mismas, de las mutilaciones y/o deformaciones observadas en los restos aparecidos, así como también en las costumbres ancestrales que aún existen en algunos lugares de este puñetero y sufrido mundo, y que perviven en la actualidad. Es una forma de ir desliando la Historia y conociéndonos a nosotros mismos, dentro de lo posible, naturalmente…
Por ejemplo, las mutilaciones genitales en ciertos individuos; el estiramiento de cuellos en las mujeres jirafa africanas; el achicamiento de los pies en China o Japón; las trepanaciones craneales en momias incas; la extracción de vísceras en las egipcias; las deformaciones craneales en los dirigentes mayas; las mismas reducciones practicadas por las tribus jíbaras… Que desarrollan un largo catálogo de aberraciones físicas, practicadas la mayoría de las veces por motivos religiosos y rituales, concepciones sociales, o incluso cosmológicas.
Lo que me pregunto, con la venia de todos ustedes y ustedas, por supuesto, es, en un futuro más o menos lejano, o más o menos oscuro, casi que tras haber destruido nuestra civilización por el camino que llevamos, y los antropólogos de ese futuro empiecen a desenterrar nuestros restos, si es que queda alguno, qué es lo que pensarán tras analizarlos tan concienzudamente como nosotros hacemos con los de nuestros ancestros y antepasados.
Porque van a encontrar cosas como: individuos, e individuas, a los que se le rompía el hueso de la nariz y/o se lo raspaban; a quienes les extraían la grasa corporal por el culo o por el ombligo; a hembras que les cortaban las mamas, se las vaciaban, y se las rellenaban de una sustancia plástica; a otros y otras que les hacían máscaras con su propia piel del rostro, estirándosela hasta extremos grotescos e inconcebibles; labios y pómulos afectados por una extraña rigidez provocada; mandíbulas reducidas o ampliadas; prótesis introducidas en los lugares más inverosímiles; y un escaparate de modificaciones corporales y faciales que dejan en mantillas las de las generaciones anteriores…
En algunos textos de historia actuales, consideran todo lo que los antropólogos de hoy van desenterrando, como costumbres salvajes y bárbaras… Bueno, vale, puede ser. A los que trepanaban el cráneo, vaya a saber el tótem de turno por qué, no creo que les hiciera ninguna agracia. Como tampoco hoy, que siguen haciéndose tales monstruosidades bajo el nombre de lobotomías, y con la excusa de locura manifiesta, creo que haga feliz a las víctimas… Sin embargo, en ese hipotético futuro que planteo (tan solo que a modo de ejercicio imaginativo, por supuesto) a saber si serán tan benévolos con nosotros.
Y digo que ser bárbaros y salvajes es benévolo, porque, al fin y al cabo, solo implica atraso evolutivo. Es una consecuencia lógica del mismo. Algo que se puede considerar natural dentro del progreso gradual de la humanidad… Lo que ya no sé si será progreso o retroceso es a lo que nos sometemos hoy por puros motivos estéticos, que no digo yo de salud. Pues no es lo mismo ponerse una prótesis en la rodilla que en las tetas… con perdón por la comparación.
No… no implica lo mismo. El primero es por necesidad, y el segundo por presuntuosidad, válgame el palabro… Se me dirá que si es que estoy en contra de la belleza, y todo eso. Por supuesto que no, aunque la belleza es un concepto de lo más abstracto. Pero no es por ese concepto por lo que nos mutilamos, reconozcámoslo. Es por nuestra resistencia a envejecer, lo creamos o no. Un signo de inmadurez al fin y al cabo. Y que no sepamos envejecer con dignidad es una muestra de involución, no de evolución… Una vejez parcheada hasta las cejas no es una vejez bella, si no una vejez patética. No existe la belleza en lo postizo, existe solo en lo natural…
Por eso mismo no sé cómo nos juzgarán los antropólogos del futuro. Una raza, una civilización, una cultura, de corte hedonista y narcisista; solo que preocupada en mantener su imagen, aún artiicialmente; de practicar el disimulo; de aparentar una juventud falsa y engañosa… Porque yo creo que es eso, y no otra cosa. Y que esa impostada belleza es la excusa de la pobreza… de espíritu. Con su permiso, claro.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com