ASENTIMIENTOS
- Por miguel-galindo
- El 02/12/2019
En el hartazgo, acoso y derribo con que los mítines políticos se ceban en el sufrido personal, uno termina por desarrollar el hábito de la observación. En cuanto aparece el amado líder en su primer plano sostenido, con la estoica guardia de corps a sus espaldas guardándole el calor de su carismática chepa, yo me suelo evadir de cuánto dice, ya que sus verdades del barquero en realidad son mentiras de barbero, y me concentro en esas caras desnudas, pantomímicas y condescendientes de sus espalderos, que han de tirarse toda la oratoria de su ilustre baranda haciendo como que sus palabras destilan miel, como las de los antiguos profetas…
Y el caso es que no son actores profesionales, ni siquiera meritorios. Son tan solo segundones, o tercerones, que están puestos ahí para mayor lucimiento de su eximio tribuno, como bordados en realce de fondo. No es fácil suplir las carencias con sonrisas de plasma y asentimientos mecánicos. Resulta muy duro aguantar estoicamente su buen par de horas subiendo y bajando la cabeza (como aquellos perritos que se ponían en la repisa trasera de los coches, como amable detalle destinado al que iba a rebufo). Lo insufrible debe ser adoptar el rol de mimosín y adaptar el sentimiento y el pensamiento a la demagogia parlante que sale de la boca de su divino jefe…
Porque de lo que estoy medianamente seguro es que, o se ausentan de lo que está largando el personaje, aunque sea a ratos, o son virtuosos del arte yóguico, que se estampan a sí mismos un careto con el asentimiento automático incorporado, y son capaces de aguantar el tirón – es lo que tiene el directo – sin pestañear, bostezar, rascarse la cabeza, dar una cabezadita… u otras cosas, y sin que se le escape un atisbo de sonrisa sardónica por lo que se ven obligados a oir y asentir, por muy fans que se pueda ser del andóvar….
Así que a esos sufridos carteloneros nos les queda otra cosa que sonreír y asentir. Con entrenado servilismo asienten a las afirmaciones del dueño y señor del grifo repartecargos, como si hasta en ese preciso momento no hubieran caído en su sacrosanta razón. Y sonreír a sus genialidades. Y aplaudir a sus proclamaciones, como una envidiable tropa de clá al tanto de la señal del edecán… Y asienten, porque cualquier otro gesto fuera del cansino y monótono don-ángel-sí-señor fuera de lo que les marca la-voz-de-su-amo, sería fatal y contraproducente. En su airosa apostura descansa la dignidad del partido del que esperan comer algún día, si aún no son comensales suyos. No se lo van a cargar por un inoportuno gesto de hartazgo.
Pero, en el fondo, deben sentirse desnudos, observados, molestos, incómodos, agredidos en su fragilidad del cuerpo a cuerpo… Yo, al menos, desde mi cómoda – lo reconozco – atalaya, una flaqueza, un detalle, in tic que me indique que son humanos, que sienten y hasta piensan, que no se creen nada de lo que suelta el gran demiurgo, puedo llegar a captarlo. O que están cansados, igual que yo, de oír al encantador de serpientes que solo toca su flauta para los suyos, y que están deseando largarse a casa tanto como yo cambiar de canal. Si no fuera por las habichuelas políticas…
Sin embargo, no desfallecen. Ahí están, y ahí siguen… Y asienten ya (así me lo parece a mí) sin rastro de humanidad, por reflejo automático, por pura inercia. Y creo intuir una especie de resignación en ellos, como una fatal inevitabilidad con la que se han hecho un capullo en el que se han encerrado, hasta que su maestro diga su fiat y los redima con su palabra: levántate y anda… ven y sígueme… Enfín… lo que hay que hacer para asegurarse una buena chupeta…
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