ATRACCIÓN
- Por miguel-galindo
- El 30/08/2018
Este verano (los veranos están hechos para leer, se diga lo que se diga), aparte las delibeanas bicicletas, aunque hayan variado a otros usos más destructivos y menos instructivos, entre los tochos trasegados – menos cantidad que otros años, pero de mayor paginaje y companaje – naturalmente los he rebajado con lecturas más livianas y ocasionales, como las que me brindan algunos semanales de los periódicos. De esas lecturas ligeras aún recuerdo un cuento, un relato corto de “autoficción”, como así mismo se definía tal espacio…
Iba de una mujer con una profesión liberal, liberada ella misma por ella misma, y de pensamiento libre. Por haber roto con toda su atadura, hasta le gustaba sentirse extranjera en su propia patria, y forastera en sus propias raíces, su propio pueblo y paisanía. Bien. En medio de tal ficción (la ficción absoluta no existe, tan solo es una realidad imaginada), nuestra heroína se dice a sí misma que: “cuando ya no necesitamos a los hombres para nada, ni para subsistir económicamente, ni para tener hijos, ni para dirigir empresas ni naciones, los seguiremos necesitando para el amor. Una mañana cualquiera, en un colegio cualquiera, una niña cualquiera mirará a un niño cualquiera, y de pronto se sentirá traspasada por la misma sorpresa, curiosidad, emoción y deseo que Miranda en la Tempestad, cuando ve por primera vez a Fernando, y volveremos a la casilla de salida, una y otra vez, inexorablemente…”.
La autora se deja llevar por un instinto primario y eterno – la atracción – libre de toda sensación feminista de la que el relato se ve impregnado desde el comienzo, en una especie de catarsis liberadora de toda afección cultural y prejuicial añadida como símbolo de los tiempos actuales. En una reflexión de sinceridad que la honra, envuelta en un mensaje prístino y natural, que nos debería hacer pensar a todos y a todas, sin distinción…
Porque, en realidad, ese supuesto puede escribirse totalmente al contrario, y así veremos que los contrarios, o lo aparentemente contrario, quieren decir lo mismo. Una mañana cualquiera, en un colegio cualquiera, un niño cualquiera mirará a una niña cualquiera, y, de pronto, se sentirá traspasado por la misma sorpresa, curiosidad, emoción y deseo que funcionó desde la primera casilla de salida de esta Oca que es el mundo, una y otra vez, interminablemente…
Y en esa primera “llamada” reside la clave de todo. Ningún “ísmo” está escrito en la Creación, o en la naturaleza, si prefieren una denominación más pragmática. Ninguno. Ni machismo, ni feminismo. Solo el descubrimiento de la atracción entre las personas. Lo genético. Los “ismos” no son más que un producto cultural inoculado en la educación de esas mismas personas, y que las condiciona para asumir roles sociales que siempre buscan algún tipo de interés.
Por eso, el querer anular, rechazar o negar, desde cualquiera de esos u otros “ísmos” lo que está inserto en la naturaleza de los seres humanos, me parece una absoluta aberración. Las mujeres y los hombres se necesitan, y por eso se atraen. Punto y pelota. El desear fabricar una dominación de esa atracción no deja de ser una absoluta abominación. Me da igual que parta del “ísmo” que sea, o que luego, el efecto pendular lo quiera pasar al otro lado. Es lo mismo.
Las personas se atraen o se rechazan, pero incluso el rechazo suele esconder una atracción no correspondida. Y existe algún motivo por el que genéticamente estamos formados – quizá firmados – así. El deseo de tomar por la fuerza el objeto de nuestra atracción natural no es otra cosa que la violación. Ese es uno de los problemas. Falta la educación y la cultura que lo impida, pero no lo harán las leyes. Y mucho menos, el querer negar la evidencia de algo tan simple, elemental y sencillo como el párrafo infantil del cuento al que hoy me refiero.
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