BLASFEMIA

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Si buscamos en el diccionario la explicación del concepto (no se nos olvide que es tan solo un concepto) dice: “palabras ofensivas contra Dios o las cosas sagradas”. Bien. Ahora habría que analizar el concepto “Dios” en según qué personas, colectivos y/o culturas, así como el adjetivo “sagrado”, o sea, qué cosas son sagradas y qué cosas no lo son, según para quiénes, claro… Habremos de admitir que ambas definiciones son relativas, puesto que afectan al concepto personal o social de según cada cual. Muchos se ríen de lo que yo tengo por sagrado, pero no anatemizo, ni denuncio a nadie por ello…

Millones de arrieros, carreteros y otros “eros”, de toda clase y condición, han inundado los caminos de la vida y de sus labores propia,s de “cagoen…” siempre, en todo tiempo y lugar. Vale, ¿y qué?.. Si Dios es inaprehensible – y lo es – nada le puede afectar. Absolutamente nada. Solo nos afecta a nuestras propias, y humanas, y personales, creencias. Nada más. Pero como disponemos de censores y el poder de aplicar la fuerza, pues las convertimos en blasfemias y legislamos contra todo el que tiene el mal gusto, la mala educación, o el peor estilo, de utilizarlas. Mas solo estamos castigando al que hiere nuestro orgullo tribal, ya que no a ningún nadie que afecte a ningún inalcanzable Dios, puesto que ello es sencillamente imposible.

Al mismísimo Jesucristo lo tacharon de blasfemo (e incluso lo ejecutaron por ello) los sumos sacerdotes de su propia religión… ¡¡¡ Blasfemia ¡!!, gritaron horrorizados rasgándose las vestiduras, por osar tener su propia opinión sobre la naturaleza de Dios. Por eso la blasfemia es un invento de las religiones integristas que dominan a los gobiernos timoratos. Un pecado trasladado a un código civil que impongan castigos, cuanto más severos mejor… Son consecuencia de Iglesias que interfieren en Estados. Herencia de los nacionalcatolicismos históricos y actuales sucedáneos. Y fallos de jueces más afines a los ulemas que a cualquier esencia democrática.

Yo mismo puedo ser reo de blasfemia por opinar así. Y ser castigado, válgame Dios, por ofensas contra la religión, por leyes que no reparan en que nadie puede ofender a nadie si nadie se sintiera ofendido por practicar una fe torcida y retorcida, dirigida y equivocada.

En mis últimas minivacaciones, como saben, me di un garbeo por el norte, como casi siempre… Pasando por Ovieu quise visitar, una vez más, su preciosa Catedral. Al entrar, me encontré prisionero de un torno que me estampó ante una taquilla blindada por un cristal, tras el que se escudaba una dama imponiendo el pago de entrada al ¿santo? lugar. En un mal pronto, se me ocurrió plantarle un… “¿es ésta la Casa del Padre, óiga?”.. Como que se me quedó aturullada, le aclaré: “…¿Qué si esto es un templo cristiano, le pregunto?”.. “Naturalmente – me contestó – es una Catedral…”. Y me salió como escopetado: “…pues están convirtiendo la Casa del Padre en cueva de ladrones”, remedando a Jesús en el patio del Templo…

De la cola que tenía tras mí esperé recibir un rosario airado de ¡¡ blasfemo ¡!, pero no, tan solo escuché unas muy tímidas y escuetas palmas de unos pocos que me siguieron en mi salida de aquel lugar. Es esto un claro ejemplo de lo que quiero decir hoy aquí. Mancillamos lo que calificamos como sagrado con actos contrarios a lo que predicamos, opuestos a su propio significado, y luego, por otro lado, atacamos y castigamos a los que tan solo expresan lo que sienten. La mayor parte de las veces, motivados por el pésimo ejemplo de los propios fieles, que somos más creyentes de los dogmas humanos que de la propia verdad. Más seguidores de la hipocresía farisaica que del conocimiento real…

… Y seguiremos castigando al que protesta por nuestra falsedad antes que a los propios falsarios.

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