CAMBIO DE SUERTES

 

El presidente Sánchez, en una de sus estudiadas comparecencias públicas, con su mejor cara de Pedro Picapiedra, justificó, o culpó, que viene a ser lo mismo dadas las circunstancias, la trágica ola de incendios de este último verano, que ha calcinado casi una cuarta parte de nuestra masa forestal (de la que quedaba de veranos pasados), “al cambio climático”… Bueno, él sabe perfectamente que un par de los gordos fueron por imprudencias laborales, como la chispa de una desbrozadora, por ejemplo; otros, por descuidos de los que se empeñan en comerse la paella en el campo; y varios más – bastantes – que se han demostrado claramente intencionados. Pero es más cómodo generalizarlo en el cambio climático, al igual que otras tantas cosas anotárselas a la “guerra de Ucrania”.

Es algo así como echarle la culpa de todo lo malo al demonio… En realidad, para eso mismo está el demonio, para ser responsable de cuanto negativo existe, aunque eso, la verdad es que nos lo buscamos nosotros solicos. Por superficialmente que analicen ustedes ese “cambio climático” al que nuestro máximo representante tan directamente acusa sin despeinarse, lo hemos propiciado todos y cada uno de nosotros, por lo tanto somos, todos juntos, los responsables directos e indirectos de esos pavorosos incendios, al igual que de otras calamidades. Ellos, como políticos, que no han querido, ni sabido, hacer frente a lo que se nos viene encima, conociéndolo perfectamente; y nosotros, los ciudadanos, porque seguimos comportándonos como borregos suicidas en estampida hacia el precipicio. Aquí nadie, pero nadie, está libre de su cuota de responsabilidad en el desastre.

Sánchez, como estadista y encantador de serpientes que es, sabe explotar el paradigma en que se está convirtiendo el cambio climático, en un proceso mimetizador que incluya cualquier desgracia excluyendo la responsabilidad pública en ella. Es culpa del azar, o del destino, o de la mala suerte, o del diablo, o del cambio climático, nada más… Pero esconde en la manga, como buen tahúr, que la ya etiqueta de “cambio climático” es un efecto que tiene una causa.. Y que en esa causa entramos todos, y él el primero de esos todos, dado que eso lo lleva el cargo en su nómina.

Ya digo, si lo piensan bien pensado, hasta el demonio es el estereotipo de la causa de todo mal devenido en efecto. Lo bueno (Dios) produce lo bueno, y lo malo (Satanás) produce lo malo. Así a Dios se le debe cuanto de positivo hay, y a Satanás cuánto de negativo existe. Y así, los de en medio, nosotros los humanos, nos vamos de rositas por nuestras acciones… “Dios lo ha querido así”, decimos, y nos lavamos las manos… hasta Dios quiere, o permite, o lo que sea, que el demonio interfiera y obre con y entre nosotros, tal es el invento muy bien inventado para eludir nuestras responsabilidades en última instancia y una vez llegado el caso… Y como el caso – en este caso – ha llegado por, y con, el cambio climático, pues nada, ñoras y ñores, esto no es culpa ni mía, como político, ni vuestra, ni de nadie, es del jodío y puñetero climaterio ese…

Pero existen causas concretas y palpables que contribuyen activamente a que los incendios se propaguen como lo hacen, y como por (mal) ejemplo: un despoblamiento rural que consigue que no hayan jóvenes que mantengan los montes cuidados, en condiciones y en prevención; la condena de una ganadería que ya ni ramonea, ni pasta, ni nada, manteniendo quebradas y montañas limpias y libres de maraña incendiable, mientras se concentran en macrogranjas y macrotodo; el abandono más absoluto de los medios naturales, que no producen beneficios empresariales, y la entrega incondicional a medios más artificiales y costosos de protección que los ya sobrexplotados naturales… o sea, el “negosi”. Al final, lo ajeno se convierte en propio, y lo natural se torna artificial, caro y oneroso. Pero aún hay un largo etcétera más que este espacio no puede contener, aunque si lo razonan, sí que sabrán entender…

…Y de estos despropósitos, amigos míos, sí que los responsables directos son todos aquellos que nos gobiernan y que legislan a tales y otros efectos y respectos. Por supuesto que sí. Por eso mismo que Sánchez, con su fácil y cómoda salida de acusar al diablo del cambio climático, nos ha convertido a todos en pecadores del mismo pecado, en actitud ladinamente fatalista, evadiendo a su gobierno de posibles responsabilidades en la quema de nuestros bosques como si fueran fallas… Le ha faltado un poco más de teatralidad en rasgarse las vestiduras y clamar que “es un castigo de Yahvé, ya vé, y yo soy su profeta”, y cargar contra cualquier filisteo rival más a mano – Putin incluido – que para eso mismo están. Las fatalidades se explican solas, en sí mismas; ya a nadie, o a casi nadie, se le ocurre buscar ningún hecho entre las cenizas las causas… A los políticos les viene de puta madre (y de puta pena) que sus ineptitudes queden sepultadas por las calamidades.

Pero como “una buena capa todo lo tapa”... y todo lo torea también, y para acabado el hedonismo institucionalizado del veraneísmo nos espera una larga y cruda secuencia de consecuencias, ya tenemos preparadas dos: la de la guerra de Ucrania y la del cambio climático. Una verde y otra colorá. Y que cada cual se cobije y esconda bajo la que quiera. Puede ser hasta la misma capa con doble forro… Nosotros pagaremos las consecuencias y nuestros dirigentes cobrarán por ellas. Ellos y sus socios los oligarcas y multinacionales. Y nosotros seguiremos embistiendo a la que nos pongan por delante mientras ellos escurren el bulto y esconden en el trapo la espada de la estocada… Óiga, es que, tras la corrida, la carne de la res muerta también se cobra en buen dinero.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com