CHINATOWN

 

Esta crónica china está sacada de otra de El País, naturalmente… Yo no soy capaz de fallarme a mí mismo yendo a las fallas mogollomonumentales por muy valencianas que sean. Por lo tanto, esto es una re-crónica. Pero para lo que quiero destacar, vale como retransmisión en diferido perfectamente. Se trata de una docena de autocares cargados de chinos hasta los topes, fletados desde Madrid para enseñarles la cosa de la cremá, que ya no de la plantá, y demás parafernalia traquera.

            Casi setecientos chinos, que se dice pronto, todos jóvenes estudiantes y laborantes, más jóvenas que jóvenos. Llegaron a Valencia cuando la mascletá, ratatatá, estaba ya empezada, y tuvieron que escucharla más que verla, desde lejos. Pero estaban eufóricos. Venían a ver las fallas y a comer paella, con su kit de equipación completa: gafas de sol más grandes que sus diminutas caras, mechas en el pelo y mochila con crema para el sol y arroz tres delicias para el hambre. Y un Smartphone de ultísima generación pegado a las manos.

            El ambiente en que desembarcaron estaba pleno de tracas, petardos y cohetes… Nos recuerda a casa, decían, a sus fiestas del nuevo año chino, llenos de pólvora y color… “Oh my God”, sueltan a cada estampido de trueno ruidoso y de ganado humano, a cada codazo, a cada empujón, a cada achuchón del dragón sudado que los devora, en un intento de mantener los grupos unidos, sin perderse unos de otros. Y es que los chinos hablan en inglés, incluso entre ellos, cuando salen de sus murallas.

            Les preguntan si se sienten incómodos entre la inmensa marea de gentío que anega Valencia en recuerdo de aquella vieja inundación… pero dicen que no, que qué vá, que al contrario, que les resulta familiar, como en casa mismamente, pues en las populosas ciudades chinas todo es así, y sonríen como benditos en su salsa…

            Las Fallas les resultan entrañablemente cercanas, como apegadas a su propia cultura, que viene del fuego, pues sus castillos de fuegos artificiales son la leche… bueno, arroz con leche, y que, por supuesto, también se sienten como en casa. Por fin, tras una larga cola para entrar en un comedero y las chicas otra feminicola para entrar al aseo de ídem, pueden probar una ración cuartelera de la soñada, deseada, anhelada y archimundialmente conocida y famosísima Paella. Pero como está hecha de arroz, un poco más “al dente” que el suyo, eso sí, pues se sienten también… como en casa. Tal que eso. Un “good” chinarroz, mismamente.

            Además, han hecho colas para subir y bajar de los autobuses, para trajinarse un bocata y hacer pis, para entrar a, y salir de, todos los sitios, para visitar los ninots, para… enfín, como en casa, porque en China se hace cola para todo. Hasta para trabajar… Así que como en casa, y sonríen beatíficamente…

            No sé para qué vienen a España estos chinos, si se sienten como si no hubieran salido de allí. Y es que, óigan, parecen de plastilina. Se amoldan a todo. Como en casa.