CLOACAS
- Por miguel-galindo
- El 02/07/2019
Cuando antes oía la vieja expresión “las cloacas del Estado” solía imaginarme unas alcantarillas virtuales, paralelas a las reales, donde se vertía el material pútrido y fétido que el Estado evacuaba de sus intestinos por las letrinas de sus despacho oficiales y oficiosos, y por donde pululaban ratas no tan virtuales… Si las personas, como organismos naturales, evacuamos desde nuestras casas conectadas a las cloacas de las ciudades y a las fosas sépticas de las colectividades rurales – pensaba yo - ¿por qué no el Estado, como ente público, no va a evacuar sus desperdicios orgánicos..?.
Y me lo preguntaba a mí mismo, por una frase que también dijo en su tiempo Felipe González, de que “la democracia también se defiende desde las cloacas”, y como buen orador que era y que sigue siendo, tenía la virtud de darle corporeidad a las metáforas hasta resultar aceptables e incluso plausibles. Claro que sí. La democracia hay que defenderla desde el salón a la alcoba, desde la cocina hasta el retrete. Pero eso no quiere decir que la naturaleza de su defensa sea basura desde la propia basura que genera. El problema es cuando los malos políticos convierten la democracia en una cloaca, porque son como las ratas que medran entre su porquería… Y creo que esto último lo entenderán ustedes sin necesidad de traducción.
En tiempos de la dictadura no existían estas cloacas. Estaban prohibidas desde el mismo Estado. No es que estuvieran prohibidas en sí mismas, lo que estaba prohibido era su reconocimiento. No se podía hablar de lo que no existía. Y punto. Y es que todo era una cloaca única, grande y libre, y con otros nombres… Entonces los eufemismos y los silogismos eran lo mismo. Naturalmente, si estaban prohibidos los agujeros en los culos, entonces no se podía cagar, y, por lo tanto, no existía la mierda… y perdonen mi vulgaridad.
Luego después, en la democracia, las cloacas parece ser que sí se usaron (o así queríamos creerlo) como intestinos evacuadores de materia orgánica inservible. Algo necesario y lógico para la salubridad pública. Naturalmente. Es un tránsito natural como el intestinal. De no estar reconocidas, las reconocimos como una función espontánea del organismo del Estado… La democracia se defiende desde el cagadero, decía nuestro jefe… ¡Qué inocentes éramos entonces!.. ¿O quizá empezábamos a ser realistas?..
Hoy, las cloacas vuelven a ser lo que son. En realidad lo que siempre han sido: el excusado, lo oculto, la suplantación de lo sucio y maloliente por lo aparentemente limpio. Allí se esconde más que se guarda todo lo que de mierderos somos y producimos. Es el cuarto secreto de nuestros pecados más ocultos y apestosos. Algunos inevitables, otros, evitables, y quizá muchos más de los segundos – por la cosa de los atracones – que de los primeros. Y vuélvanme a perdonar por lo escatológico de la comparación.
Y una vez ya puestos y dispuestos, yo pienso que si admitimos que el Estado tiene sus cloacas, igual han de tenerlas los gobiernos taifeños y regionales, y de las comunidades, unas más autónomas que otras por cierto… Y si es así, que seguro que lo es, entonces también los Ayuntamientos de pueblos y ciudades tendrán sus cloaquitas para sus caquitas. Es lo más probable. Lo que pasa es que al estar más pegados a suelo y más en contacto con la gente, los efluvios se disimulan más porque huelen menos…
Y yo termino como empezaba en el primer párrafo de aquesta crónica. La expresión “Cloacas del Estado”, que antes me producían las sensaciones que describo, hoy me provoca una montaña de literalidad, y pienso en un colector, en una sentina, en una gran y enorme letrina, en inmundos evacuatorios… pues hay más mierda que desagües. Y me imagino a los políticos como sus principales usuarios y clientes de los mingitorios, haciendo cola para aliviarse. No lo puedo remediar…
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