CONFESIÓN Y CONCIENCIA

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La confesión siempre ha sido uno de los sacramentos más controvertidos de la Iglesia Católica. Por supuesto, no busque usted en el Evangelio cristiano nada que la justifique expresamente, porque no existe. La ortodoxia católica la basa en un más que dudoso “a aquellos a quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados, y a quiénes se los retuvieseis, les serán retenidos”, que contradice frontalmente y formalmente el mensaje cristiano y sin reservas de que el Padre siempre perdona y nunca condena. No me imagino a ningún Jesús poniendo a ningún hombre, por muy sacerdote que éste sea, por encima del propio Dios, en la potestad de perdonar o no los pecados, o lo que ese hombre establezca como pecado.

Otra cosa es lo que la ortodoxia católica le ha sacado de partido a esta equívoca cuestión. Dios perdona, perdónate tú mismo si te atreves, es lo correcto. Lo de compartir nuestras faltas en arrepentimiento sincero con el humano hermano está bien en un nivel de igualdad, pero que ese hermano humano lo haga a través de una religión dogmática como imposición, ya es harina de otro costal. Lo que pasa es que la Iglesia como institución ha mantenido las conciencias secuestradas a través de la Confesión, y eso le ha convenido mucho a sus intereses de poder, dominio e influencia sobre todos sus creyentes. Hablo de los creyentes en la Iglesia, no de los creyentes en Jesucristo, claro…

Pero la cosa tiene su miga, pues lo del “secreto de confesión” da para mucho. Yo recuerdo aquella famosa y clásica película de Hitchcock (1.953) “Yo Confieso”, un edulcorado melodrama en que un Montgomery Clift se ve en las sotanas de un sacerdote acusado de asesinato, pero que sabe quién es el asesino sin poder decirlo porque lo ata el secreto de confesión del propio asesino. Hay que tener mala leche por parte del jodío y puñetero asesino…

Aparte del aura de martirio y santidad que se desprende y beneficios de imagen que comporta a la Iglesia, la verdad es que se pueden dar, y de hecho se dan, muchos casos que contravienen el correcto sentido de las cosas. En “Peccata Minutta”, una niña de corta edad se acerca al confesionario a desgranar sus pequeñas faltas. El cura la despacha con una leve penitencia, pero la chiquilla no se marcha… “es que papá me obliga a hacer cosas…” y la cría suelta todo un infierno. ¿Está obligado el sacerdote a lo que su Código de Derecho Canónico califica de inviolable, y condenar a la niña al mayor de los dramas humanos?.. ¿Es eso lo que quiere Dios, según sus intérpretes?.. Yo lo dudo mucho.

Ahora bien, traslade este supuesto en cambiar “papá” por “padre”, o por “don fulano”, el párroco, catequista, o profesor del colegio religioso… No es mala uva por mi parte, es lo que está saliendo por todas partes donde se deshacen las costuras del silencio. Esa es la reforma que pretenden hacer los obispos australianos tras el inmenso lodazal de sus abusos y pederastias: usarla para su propio encubrimiento, utilizarla para culpabilizar a las víctimas y absolverse a sí mismos entre ellos mismos…

Más me vale el supuesto de la película de 2.013, “Secreto de Confesión”, dirigida por Henry Rivero, donde un sicario al que han encargado la muerte de un cura, se confiesa con el mismo y le dice en confesión que él va a ser su última víctima. Que se prepara a bien morir. El sacerdote ha de elegir si muere en olor de martirio y santidad en loor del sacrosanto Secreto de Confesión, o decide salvar su valiosa vida acudiendo a la policía… ¿Usted qué cree?.. Yo lo dejo aquí.

…Y, por supuesto, que cada cual piense lo que quiera. Pero no perdamos de vista que una conciencia dirigida, no es una conciencia. La conciencia pertenece a la persona, no a personas ajenas. Si acaso, será la conciencia (o el interés) del otro, pero nunca será nuestra conciencia. Jamás. Será una conciencia prestada, dejada, regalada, ocupada o alquilada, pero no una conciencia propia.

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