CONFESIONES
- Por miguel-galindo
- El 21/07/2016
Yo no estoy en contra de nadie. Ni siquiera en contra de los que están contra mí, fíjense. Lo único de lo que estoy en contra es de lo que se puede mejorar, eliminando vicios oscuros, corporativistas, y/o partidistas, y no solo no se hace, si no que se impide hacerlo. Y no se quiere mejorar por manipular erróneamente ciertos principios morales y personales. No entiendo, por ejemplo, los secretos profesionales en los servicios públicos. Si es público, tanto lo positivo como lo negativo ha de ser de dominio público, no puede estar bajo ningún tipo de secreto. Lo bueno es para incrementarlo, y lo malo para eliminarlo. La opacidad pública de un servicio público solo sirve para que los problemas que se ocultan, se enquisten, tomen carta de naturaleza y jamás se resuelvan, y que los buenos profesionales ejerzan su labor constantemente defraudados.
La dimensión pública es algo que sobrepasa a la ciudadanía de este país. Vamos a un ayuntamiento, por ejemplo, y sufrimos un mal servicio por culpa, no del funcionario de turno, si no por la pésima organización/utilización política de ese mismo servicio. Y se dispara el conflicto. Si se ejerce la crítica, con base, claro, ha de ser absolutamente demostrable sin la estricta cooperación del funcionario, que la sufre junto al usuario, para que no tomen represalias sobre el mismo. Aun siendo el más inocentes de todos. E incluso ejerciendo de blanco propiciatorio de las iras de esos mismos usuarios. En realidad son víctimas a la vez que agentes, en ese injusto pacto de silencio, en esa especie de extraña omertá…
Al final es que el que pone al descubierto ante la opinión pública los errores para que se rectifiquen, es, ya no el malo, si no el malvado de la película. El que perjudica, indirectamente, al más inocente de esa película, por poner en la diana al que tiene que hacer óptima una gestión que ya le viene viciada por la manipulación política de la misma, y que atiende más a sus intereses de partido que a los intereses de los usuarios. Y, entonces, tiene uno que pedir perdón por dañar a aquel, que, por el contrario, se intentaba defender y echar una mano. Yo pido, muy sinceramente además, perdón desde aquí a los que haya podido perjudicar queriéndolos ayudar.
Por eso, deseo hoy dejar bien claro que un sistema público que impone códigos de silencio a sus trabajadores solo sirve para desarrollar un servicio corrompido que elimina los mecanismos que deben suministrar aire, claridad, luz y taquígrafos a la gestión. Y lo que yo humildemente denuncio es el sistema, nunca, jamás, a los que están obligados a aplicarlo a la vez que a sufrirlo. Sí que critico a los que están obligados a mejorarlo y no lo hacen, a los que tienen la responsabilidad de combatir sus fallos y lo que hacen es taparlos y obligar a su gente a silenciarlos
Los que tienen que sufrirlos, mejor que hablen por ellos mismos. Aunque opten por lo más fácil e injusto, que es acusar al cartero del contenido de la carta. Yo no deseo hacerlo así. Por eso surge el problema cuando quiero defender al pobre cartero y lo que hago es joderlo… Y lo peor de ese mismo problema es que los otros, los verdaderos culpables, los auténticos responsables, los malos redactores de las cartas, ni se dan por enterados, óigan…