CONSECUENCIAS

Sensibilidad química múltiple: cuando no puedes ni besar a tus hijos

Hace una media docena de años, no más, que España reconoció oficialmente la existencia de una nueva enfermedad que va a más, y que, en un tiempo más cercano que lejano, será una de las que más se den y preocupen a la medicina. Se llama – o la llaman – Síndrome de Sensibilidad Química Múltiple. Y como su propio nombre indica, se trata de un trastorno desarrollado por un rechazo orgánico a determinadas sustancias químicas, que, por ser múltiple, es casi generalizado, y, por lo tanto, más grave y complicado que las simples alergias.

            Todo apunta a una sola y única causa: a la cada vez menos natural forma de alimentarnos, a la intervención y tratamiento químico, en mayor o menor grado, desde la semilla, la planta, y/o la posterior manipulación industrial de cuanto comemos. La acumulación de sustancias químicas hace que nuestros organismos desarrollen mecanismos de rechazo, cuando no enfermedades degenerativas. Este síndrome es el primero, y el principio, de ambas posibilidades. Y no deja de ser un severo aviso. Uno más…

            Los mayores nos acordamos aún del sabor de la mantequilla rancia, por ejemplo. Hace tres o cuatro décadas, no más, la mantequilla se oxidaba rápidamente a la intemperie, se le ponía una capa de amarillo oscuro y se enranciaba. Hoy es capaz de durar meses y meses en la nevera. Una maravilla. Pero lleva colorantes, emulsionantes, neutralizantes y antioxidantes… naturalmente, o mejor dicho, innaturalmente. Otra cosa muy común: los huevos. El color de su yema es potenciado por colorantes que se les administra a las gallinas a través del pienso con que se les alimenta. A nivel de granja industrial, a tales piensos aún se les incorpora algún que otro producto más para su rápido desarrollo, y otros para rendimiento ponedor…

            Pero lo del salmón es mucho peor: su color naranjado natural por el kril y los crustáceos con que se alimenta en libertad, se va perdiendo por un tono grisáceo que le otorga los piensos a los de piscifactoría, y que, para disimularlo, se “tiñe” con un suplemento de cápsulas de astaxantina, un pigmento natural, o químico, a elegir, que de ambas clases hay, según precio, claro. Si es de los segundos, la industria farmacéutica incluso ha creado una carta de colores para escoger el tono preferido. Mismamente como quien usa una gama Pantone… Y así podríamos extendernos por casi toda la gama alimenticia, desde la hormonización de carnes y pescados hasta la transgenia de trigos y plantas, incluyendo el “blanqueamiento” de azúcares o arroces…

            …Y esto no para aquí, se extiende incluso a productos tópicos, como, por ejemplo, hay estudios que sugieren que algunos compuestos (parabenos se llaman) presentes en cosméticos, son cancerígenos, o que el aluminio usado en los antitranspirantes facilita y acelera el alhzéimer. Esto quiere decir que el organismo humano, tanto por lo que se mete dentro del cuerpo, como por lo que se pone encima de él, está absorviendo una carga química variada y regular, acumulativa, y de consecuencias incalculables.

            Pues bien es cierto que todos los productos añadidos son analizados (por separado, claro) y autorizados, y que, aparentemente, carecen de toxicidad, eso es verdad, sin embargo, lo que se desconoce es el resultado de toda esa multiplicidad junta en un solo organismo, cómo puede obrar y lo que puede producir en según qué determinados casos o personas. De momento, el Síndrome de Sensibilidad Química Múltiple es como el primer aviso antes de la vuelta al ruedo.

            Yo no tengo la solución, por supuesto. Ni nadie. Es el resultado de una sociedad que ha optado por la trinidad fácil-rápido-cómodo, y revertir eso supondría todo un cambio de paradigma. Es justo lo de la mantequilla con que abría este articulico de hoy. Si hemos desterrado el sabor de la rancia, y si encima esa tostada nos la tomamos con leche pasteurizada-desnatada-enriquecida-normalizada (nos la venden, ¡já..! como recién ordeñada de la vaca), y además la calentamos bajo la radiación de un microondas… no queramos que nos salga todo gratis. Eso tiene un precio añadido con cargo a nuestro organismo, claro está…

            Que, a pesar de ello, elegimos la no-molestia a la salud, es una opción muy válida y respetable, por otro lado… Pero que deseemos las dos cosas, me parece ya demasiado hedonismo. Y va a ser que sí, que lleva factura de recargo… Lo siento mucho por nosotros.

 

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ

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