CUENTO GASTROSIDERAL

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            Las exploraciones interestelares, bien a través de un megascopio de esos, instalados en los altos observatorios, que miran hacia el interior del Universo, bien a través de una sonda, como la enviada a Marte, o para ver la otra cara de la Luna, que son sondas como las que se usan para, con perdón, hacerte una colonoscopia, a fin de ver también el interior de tu universo íntimo, a veces se encuentran con elementos inexplorados con los que no contaban. Así, ha aparecido un pequeño planetoide, o luna, o lo que aún esté por clasificar, al que, eso sí, ya le han puesto el nombre de Thule.

            No creo que los astrónomos de allende nuestras fronteras supieran que Thule era el brumoso reino de Sigrid, la novia eterna, como los hielos eternos de su país, del Capitán Trueno. A los españoles de mi generación, sin embargo, Thule nos viene inconscientemente asociado a eso mismo, al amor correspondido pero nunca cumplido, de nuestro Capitán Trueno. Y la sentimos como tal, como algo descubierto a la vez que supuesto, como una novia a la que nunca, jamás, podremos acariciar íntimamente, como le ocurrió a nuestro héroe de la infancia.

            Desde el Bing-Bang acá, ese mismo Universo, en su expansión (aún estamos expandiéndonos como un gigantesco flato, pero llegará el momento de la implosión) nos sigue regalando descubrimientos de materia flotante – algunos importantes, otros superfluos – que los vemos acercarse o alejarse, fruto del resultado de esa inicial explosión que ocurrió antes de que existiera ningún tiempo ni ningún espacio. Ni siquiera ningún lugar. Solo el punto cero de todo.

            Y comparaba al principio de esta crónica escasa, las sombras interestelares con las sombras colonoscópicas, y es que, asumiendo la escatología que soporta, la verdad es que es un símil muy acertado, y no es que lo diga yo. Examinen, si no, esa expansión así, de golpe, Booom!, como, ya digo, una imperante e imperiosa ventosidad creadora del universo. Lo que se ve a través de esas sondas que lanzamos al inmenso organismo donde parasitamos, es eso mismo, gases, energía en movimiento, residuos sólidos escopeteados, como a medio formar, o a medio digerir, algunos redondos como guisantes escapados de una imaginaria tortilla…

            Nosotros transcurrimos nuestra tormentosa existencia material en uno de esos guisantes expulsados de una antigua digestión. Piénsenlo. Y tenemos – o se nos ha dado – el poder, o la capacidad, de madurar, observar y analizar ese fenómeno desde dentro del intestino en que se está cociendo todo. Quizá no sepamos valorar ese hecho, ese privilegio, pero, a poco que se fijen, este micro-espécimen que somos, nutrientes energéticos de algo muchíiiisimo mayor, estamos dotados mentalmente y con la curiosidad suficiente como para poder examinar tanto nuestro propio interior como el interior del cuerpo-universo, o sea, tanto lo que ingerimos como lo que nos ingiere. Y resulta que hasta tiene cierto parecido. A Hermes Trimegisto (4.000 a.C.) ya se le ocurrió aquello de: “así como arriba, es abajo”. Y si lo traducimos a mi “plasta” de hoy, digo que así como dentro, también lo es afuera… Se le ocurriera a quien se le ocurriera…

  • Doctor… ¿qué me ha quitado?..
  •  Nada, unos pólipos, por si acaso…
  • ¿Y el Universo, cómo está el universo tras la extracción?..
  • Bien, pero aún no ha despertado de la anestesia… (y le hace un guiño a la enfermera)

 

El próx. Viernes, 08/02, a las 10,30 h., en radio T.Pacheco, FM 87.7: 7, IGNORANTE INGRATITUD.-Reconozcámoslo