DE CINE...

Las carteleras se ponían una semana antes, colgadas en las dos paredes que forman esquina del Cine de la Feria, como se le conocía, en vez de por su nombre… Así se iban conociendo e imaginando según los fotogramas ampliados en cartón que Paco clavaba en los bastidores de madera. De forma que, cuando ese domingo llegábamos al patio de butacas, ya estábamos familiarizados con lo que íbamos a ver… Algunas veces, antes de colgarlas, Mingo nos adelantaba la información en un siseo: si era de Alan Ladd, o de Robert Mitchum, casi seguro que tocaba del Oeste. Si era de la Ava Gardner, no se sabía, pero sonaba a pecado, y eso siempre ejercía una oscura atracción…

La simple imagen en el pasquín de dos caras juntas, Vivian Leight y Clarck Gable mismamente, ya se sabía que había que ir a la puerta de la iglesia a echar un vistazo a la Censura. Seguro que era una 3R… bueno, mientras no llegara a 4R con Reparos, estaba seguro que Joaquín haría la vista gorda. Siempre lo hacía. Me movía arriba y abajo echándole miradas, hasta que, cuando apenas quedaba algún despistado por allí, me hacía aquel inconfundible gesto suyo que quería decir: “anda, pasa”… No fallaba Cuando no podía ser de ninguna manera, y hacía buen tiempo para tener abiertas las ventanas, nos encaramábamos por las laterales, bien sujetos a los barrotes de hierro, y bien pegados a la breve repisa que se ofrecía a nuestros escasos culos, donde, si bien que se veía al bies, y se adivinaba más que se escuchaba, la imaginación hacía el resto.

Me ocurrió con Mogambo, que, años después, la pude ver ya dentro, y me gustó más la versión de ventana que la de la sala… Solían pasar esas cosas. Resultaba que la censura impuesta también afectaba al doblaje, que el censor consideraba demasiado explícito a las imágenes, y les encasquetaba otros diálogos que nada tenían que ver con la realidad que trataba. A veces, desde fuera, desde la ventana, uno se imaginaba la versión correcta, que luego, en el interior, nos daban falseada… Pero, claro, aún y así nada como recorrer el pasillo central de madera, husmeando a los y las habituales a derecha e izquierda, arropado por el run-run del platiqueo, los susurros de los novios, o la algarabía de la gentes… para luego, escoger tu butaca (de tablas, claro) de las primeras filas (conforme iba creciendo, curiosamente, igual iba retrasando filas, quizá por aparentar que ya era mayor)… Para después, tras un muy paladeado preámbulo de bandas sonoras de películas, como un prolegómeno prometedor, antes de apagar las luces de la atestada sala, meterte en vena un programa doble con un No-Do de empanaje. Muy fuerte aquello, y, sin embargo, nos sabía a poco, muy poco…

Pero, claro, eran las únicas tres horas y pico, incluidos los “trillers” de lo que se avecinaba, de lo más parecido a la libertad delegada que un régimen de privación de la misma te dejaba tener… Aunque fuera, claro, una libertad aquella del cine, vigilada, condicionada, e intervenida. Tú lo sabías, por supuesto, pero lo soslayabas a base de imaginación. Podían cortar las palabras, y hasta las imágenes, pero no el pensamiento. Mucho menos, el sentimiento. Y tampoco la libertad de expresión si compartías vivencia con un compañero al lado con el que cuchichear… si no levantabas la voz, naturalmente.

Y he largado hoy toda esta castaña cinéfila, porque nada que ver aquellas películas con las que nos larga hoy (también ayer, claro) la realidad, y nos pone ante nuestras más o menos atrofiadas narices… Como tampoco nada que ver aquella situación con la actual, si bien existe un sutil hilo de relación entre ambas. A ver si me explico: Entonces, salías de aquellas 3 o 4 horas de evasión peliculera, y te encontrabas a la puta y cutre realidad esperándote en la calle, en tu casa, en tu hoy y en tu mañana… Ahora sales del Multicine, Sala 2 con sensurround, de verte una película, y te encuentras cien putas y cutres películas más esperándote en la calle, en tu casa, en tu trabajo, en tu hoy y en tu mañana, instaladas en tu realidad. Son películas que te han montado tus políticos, trileros, mediocres y nefandos, para que te las tragues y hasta te las creas. Para eso tienen bien engrasado a los periódicos, las televisiones, y los medios de comunicación: porque te las recetan en supositorio y ellos son los que te las ponen vía rectal… digo mental.

En cuanto a la situación de antes, en que se desarrollaban aquellas películas pueriles y elementales, era lo que era; pero lo de ahora difiere de lo de ayer en que los agentes coactivos eran las fuerzas de represión del Estado, y hoy somos nosotros mismos los que actuamos como tales contra nosotros mismos. Nuestras propias mentes han sido lavadas, preparadas y acondicionadas para tragar cuanto nos echen por el embudo de la política, y nos hemos convertido en nuestros propios guardias civiles de aquellos. No hace falta una dictadura esperando tras Lo que el Viento se llevó, para bajarte las alas a la realidad. Ya no. Ahora, tras el alucinógeno de los programas de cualquier cadena (el Cine en Casa, al fin y al cabo) te espera otra ficción para que la consumas participativamente, como en un juego; como en esos cuentos en que te metes y formas parte de su historia.

Porque, en realidad, tu realidad es una reality – con show o sin show – pero una puñetera Reality… Donde vives en una democracia que no lo es del todo, como buena historia de ficción, porque es una semidemocracia, tutelada, vigilada y condicionada, pues ha sido vendida a los partidos, que son los “grises” de la nueva, pero sutil, Dirección General de Seguridad. En verdad no es una democracia, si no una partitocracia… Nosotros sacamos la entrada en taquilla para vivir una película, pero nos están metiendo en otra. Muy parecida en nombres y formas, pero muy distinta en su simbiosis. Aquí, John Wayne no es el “prota”, si no el malo que ha raptado a la chica haciéndose pasar por el bueno… El bueno es que aún no ha salido en la peli…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com