DE LOCOS Y LOCURAS

He leído hace poco sobre un experimento que el psicólogo David Rosenhan realizó, conjuntamente con otros siete colegas y colaboradores, durante los años de 1968 a 1972, en otros tantos hospitales psiquiátricos de EE.UU., y que creo es de libro entre la profesión… Resulta que todos ellos, mentalmente sanos, simularon ser presa de alucinaciones visuales y/o acústicas, a fin de ser ingresados en tales centros… Al poco de iniciar el tratamiento, dejaron de fingir, y se comportaron normalmente. Es más, les comunicaron a los especialistas y médicos que ya se encontraban perfectamente bien, y que no tenían ninguna clase de alucinaciones, como bien podían comprobar, y solicitaron el alta para marcharse a sus casas…

Lo sorprendente es que a ninguno de ellos se la concedieron. Ítem más: la condición para dársela fué que todos se obligasen a reconocer documentalmente que padecían una enfermedad mental y se comprometían a medicarse con antipsicóticos y a someterse a vigilancia y control. Solo así pudieron regresar a sus hogares (algunos de ellos estuvieron hasta un par de meses recluidos y en tratamiento)… Lo que no deja en muy buen lugar a esta clase de instituciones. Primero, porque se demuestra que un buen fingimiento – y ellos tenían mejor conocimiento de ello por ser profesionales – puede engañar a los expertos. Y segundo, porque no diferencian entre un sano fingidor y un enfermo mental real… Quizá es que, en realidad, sea así mismo, y esta gente se arroga la capacidad de saberlo. Sea como fuera, el caso es muy significativo.

…Y el caso, a mayor abundancia en ello, es que esto aún dio para una buena secuela, no menos interesante… Una vez aclarado todo este embrollo entre falsos pacientes e instituciones mentales, una de ellas propuso a Rosenhan un reto: que éste utilizase, en el tiempo, a doscientos casos, entre pacientes y pseudopacientes, a ver a cuántos detectaban su personal cualificado como verdaderos y cuántos como falsos… Pasado el plazo, el hospital había localizado a 41 impostores, y así lo hizo saber… La bomba fue cuando Rosenhan declaró que, en realidad, al final, no había enviado a nadie… El estudio concluye en una franca y rotunda declaración: “está claro que en los hospitales psiquiátricos no podemos distinguir a los cuerdos de los locos de forma taxativa”… Demoledora conclusión que, aún y así, habríamos de matizar. Y en este punto pido perdón a mi buen amigo y “peazo” de profesional J. Jiménez por el atrevimiento…

…Y le pido excusas porque, si esto es así, tal y como se relata, entonces es que, en principio, todos estamos virtualmente cuerdos sin estarlo del todo; o todos estamos locos, aunque parezcamos cuerdos… Y que la línea entre lo real y lo fingido es más tenue e invisible de lo que parece y se nos da a entender. Y hasta es posible que la normalidad sea eso mismo: la inestabilidad entre la locura y la cordura. Aquí es donde me rindo cuando me dice que para entender a los locos hay que estar un poco loco… O.k., maestro…

A mí me parece (o se me aparece) que la realidad real, es que todos, absolutamente todos, tenemos una raya venática. Unos más que otros, eso sí; unos dan el cante y otros que saben disimularlo; unos que están zumbados perdidos, y otros levemente tocados; unos que lo aparentan y otros que lo son… o que lo somos rematadamente. Y que a los avispados profesionales, como mi amigo, les es más fácil deducir a los que están relativamente sanos de los perdidamente enfermos. Luego, el tratamiento – que me barrunto es tremendamente placébico – es para volver a la relatividad de la locura general admitida, claro… una cosa que esté bien… o como decía mi otro amigo, Rafa Baeza: “dentro de un órden…”.

Además, este experimento, a mí me produce una pregunta simple y simplista: ¿qué es la locura?.. Que alguien que sepa (o crea saber) me defina la locura, por favor… Si tiene muchas respuestas, entonces es que no tiene ninguna respuesta concreta. De forma que la locura puede ser desde cualquier cosa a todo. Y si eso fuera así, fíjense lo que les digo, la locura no sería una enfermedad, si no un estado alterado de la conciencia personal. No hay bacilos, ni virus, ni bacterias, ni lesiones de por medio, tan solo hay piezas del ajedrez mal colocadas en su escaques, o que se han metido en la caja antes de terminar la partida en el tablero… Al fin y al cabo, todos y cada uno de nosotros hemos pedido alguna pieza… o algún tornillo.

Pero lo peor de todo, lo que más pesa, lo demoledor, es la etiqueta que te ponen los del taller: trastorno bipolar; esquizofrenia paranoide; trastorno de la personalidad; rasgos psicóticos; obsesivos-compulsivos… hasta es posible que sea esa etiqueta la que te condicione… la que te enferme, no la que te cure…

https://miguel2448.wixsite.com/escriburgo / viernes 10,30 http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php