DE LOS HIMNOS

LOS HIMNOS

 
 
Los himnos están trufados de pólvora en grandes fuegos artificiales y artificiosos, para ser inyectados en la vena emocional de la gente. Las masas se mueven a través de himnos y consignas, bien en un acto deportivo, bien en un acto político, o en cualquier acto social que trascienda de lo común. Si se le pone la etiqueta representativa, la bandera, o ambas cosas a la vez, debe ser administrado solemnemente a fin de que obre el efecto que corresponda. Normalmente para enardecer al personal, apuntar nuestros ánimos hacia la diana y que nos sintamos orgullosos de nuestra pertenencia a algo que creemos superior a lo que nos aferramos por algún motivo venal… Adviertan vuesas mercedes que no digo banal, si no venal. Indaguen y verán la muy importante diferencia.
 
            Por eso, a veces, los himnos los carga el diablo, y lo mismo sacan lo mejor que lo peor de las personas, pudiendo suscitar tanto sentimientos heroicos como los más ruines del odio. No hay más que oír el himno nacional español en el Nou Camp, por ejemplo… Luego dicen los que chupan de esto aquello de que con el deporte no se debe hacer política. Ya… entonces, eso, ¿qué es?.. Si el deporte, ¡ja!, no tiene nada que ver con la política, ¿porqué los himnos en los partidos de finales o internacionales?. Pues porque el deporte forma parte de la política. Los actores se alinean abrazados por los hombros. Unos lo tararean, otros se miran la punta de los borceguíes, otros alzan la vista al cielo buscando a sus dioses. Los hay quienes tienen otro himno en su corazón, pero ese lo llevan en el bolsillo, y juegan con ambos… Mientras, el público, henchido de fervor o de desprecio, lo canta o lo silba, lo ensalza o lo insulta, muestra su respeto o su mala educación…
 
            Pero los himnos son cargados de pínfanos y tambores, gloria, pólvora y sangre. Francia pide “a los hijos de la patria que la sangre impura inunde nuestros surcos”. Los teutones gritan lo de “Alemania sobre todo el mundo”, lo de “Dios salve a la reina” los brithis, que siguen pidiendo a su dios neotestamentario, “que se levante y disperse a sus enemigos”, los italianos “llama a sus hijos a que estén listos para morir”, los americanos que colonizan el mundo tras que el mundo los colonizara a ellos, invocan a la lucha, a las bombas estallando en el aire y al rojo fulgor de la sangre… Els Segadors de los catalanes anima a defender lo suyo segando vidas a golpes de hoz… La lírica bélica más mediocre preña la letra de los himnos… “A los hijos de la patria llegarán días de gloria”, reza La Marsellesa, pero son días de gloria a costa de días de sufrimiento para otros, claro. Todos los himnos están hechos de triunfos, de ganadores, pero nadie gana sin que otros pierdan, sin triunfar sobre otros, a costa de los enemigos. Los himnos siempre se hacen contra alguien.
 
            El de España, curiosamente, y afortunadamente también, no tiene letra… aún, al menos. Y yo pido al Dios de la paz que por mucho tiempo. Que ningún literato barato se le ocurra dar a luz ninguna letra triunfante, ni a nadie se le ocurra encargar ningún eructo patriotero y vibrante. Es mejor así, con solo la música, y que cada cual le añada en su imaginación la letra que su mediocridad o su exaltación, o su espíritu, o su alma libre, o sus emociones más o menos desbocadas, la de a bien o mal entender. Uno escucha la música, calladico que está más bonico, cierra los ojos, y se deja llevar… Mucho mejor así, sin duda. Cuando yo era un crío, en aquellas escuelas de posguerra, nos ponían firmes, y nos hacían cantar el “Cara al sol”, que era el himno de la todopoderosa Falange, sobre la aquella “camisa nueva, que tú bordaste en rojo ayer, me hallará la muerte si me lleva y no te vuelvo a ver”. Y era así, y no el nacional, porque éste no tenía una letra que cantar… gracias a Dios. Es mucho mejor una música que sentir que una letra que cantar. O, al menos, mucho más libre…
 
            La fatuidad de las letras de los himnos hace que el de España sea un himno elegante al no tenerla. A pesar del españolismo rancio y burdo, de tetosterona, que nos empeñamos en degradarlo los españoles muchas veces. Y esa elegancia le viene precisamente por carecer de letraje. Bastante lo ensuciamos con el “a por ellos, oé, oé, oé” como para hacer de él encima una bonita pieza rellena de casquería fina… Miren, existen hechos y hechos. Por ejemplo, el himno en la entrega del Príncipe de Asturias dignifica y ennoblece el acto en la misma medida que tal acto ennoblece el himno. Pero, cuando, por otro ejemplo, el himno se rebaja al acto del concurso de rebuznos de Morlacos del Monte, pues qué quieren que les diga… Y aún sería peor rebajarlo ante asnos desatados de ciertos clubes y lugares. El himno solo es un símbolo de mejor o peor gusto. Y según qué uso, le dá o le quita valor. ¿Comprende?.. Pues eso.
 
 
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php
 
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