DEPENDENCIA Y PREPOTENCIA
- Por miguel-galindo
- El 07/11/2019
Hace unas semanas me sonó el móvil. Ese invento que nos mantiene conectados a cualquier evento. Tomen esta frase – aparte el pareado apareado – como la caída de breva del frustrado trovero que pude ser y no fuí.- Bueno, pues eso… que decía que me sonó el teléfono, y era el Director en España del Proyecto Gran Simio. Tras identificarse, me quedé un tanto perplejo y estupefacto. No podía adivinar el motivo de su llamada, la causa, dónde encajaba yo en su interés…
Pronto me lo aclaró. Recién había leído mi artículo en el periódico La Opinión, “Una cuestión de conciencia”. Le había gustado, y estaba interesado en incluirlo en un libro pronto a editarse, en defensa de los grandes monos… iba a decir en defensa de los derechos de esos hermosos primates, porque me temo que aún no tengan tales derechos, y de que se trate de eso mismo: de luchar para que los tengan. Me pidió otro artículo más sobre el tema, que pudiera ampliar mi aportación al libro, y le envié un anterior “Cuidado con el padre de Lucy”, cuyo contenido confío haya sido de su igual interés, y al que pueda sacar partido.
Sin considerarme animalista, que, como dije en uno de esos artículos, no lo soy (hay entre los animalistas más animales que los propios animales a los que dicen defender) tampoco entiendo cómo los humanos como seres racionales podemos llegar a ser tan irracionales con los que creemos que no lo son. Eso solo puede obedecer a una acusada tendencia de prepotencia tribal, y por lo tanto animal, que nos empuja a ejercer la violencia sobre los más débiles – sentido de pertenencia del fuerte – como sobre la mujer, los niños, los que padecen alguna minusvalía, los pertenecientes a comunidades más débiles, los animales. Prepotencia, en definitiva, del ser superior sobre el ser inferior. O sea, pura animalidad.
Pues solo así se puede explicar que, en sociedades como la nuestra, aún existan tradiciones vinculadas a la violencia, la tortura, el sufrimiento, la agonía y muerte de los animales… Casi todas las veces, por cierto, asociadas a las fiestas de un santo patrón o una santa patrona, o virgen o cristo de… cuando tales prácticas de absoluta crueldad son frontalmente opuestas al auténtico espíritu cristiano (no hablo de católico). O que existan espectáculos, diversiones, o fiestas locales y nacionales, en que corra la sangre, y basadas en la supremacía violenta del hombre sobre el animal.
Es la demostración más palpable de que el ser humano aún no ha alcanzado el grado de evolución necesaria como para dejar de gozar de sus más sangrientos atavismos. Aún está por lograrlo. El día que consiga respetar a los animales tanto como se respeta a sí mismo (cosa aún dudosa, por cierto) el hombre como humano habrá avanzado en su camino evolutivo. De momento, visto lo visto, le queda trecho por recorrer.
Pero es que el propio sentido común de la ciencia está descubriendo a cada día que pasa, nuestra estrecha relación con cualquier animal. No solo a nivel genético – somos hasta parientes directos de la mosca del vinagre – sino incluso a nivel de la propia evolución de la especie. Cada día que pasa también, la antropología nos acerca más a simios y humanos, hasta casi juntarse ya el origen con el destino. No solo nuestra antepasada africana, la abuela Lucy, era una cuasi-simia, si no que su recién descubierto antecésor fue un simio total. Y de ahí mismo venimos la raza humana. El negar ya tal evidencia, es no querer admitir la verdad. Pero aún es más: el hombre es la evolución de peces primigenios que luego volaron y después se arrastraron por la tierra. Es algo probado. Lo que falta probarnos a nosotros mismos es la suficiente conciencia e inteligencia como para asumirlo. Y, por lo tanto y en consecuencia, saber honrarlo…
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