DIEGO, EL CARTERO.

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Hoy he despedido a mi amigo Diego, el Cartero… El Cartero era para él como un apellido, más que un apodo. Casi nadie lo conocía por Montesinos, pero casi todos lo conocían por “el Cartero”, como sobrenombre a su nombre. Y también, como mi propio abuelo, que ostentaba igual dignidad en el pueblo de ambos, suyo y mío: Los Alcázares. Miguel, el Cartero, del que su hijo (mi padre) y sus nietos heredamos su alias, con el legítimo orgullo de casta, aún sin haber ejercido nosotros tan honorable profesión. Tal es la calidad que el binomio hombre-oficio aporta en los pueblos a sus siguientes generaciones.

            Eso, y mi antañona vinculación con Correos, me unía a Diego. Pero es que además fuimos a la misma primera universidad de la vida juntos, facultad privada además – éramos de clase – la escuela de don José, pegadica al mar y a nuestras primeras conciencias y carencias de posguerra. Allí contactaron nuestras vivencias tempranas, y desde allí contaron a lo largo de la existencia de ambos, que, como los ojos del Guadiana, se fueron encontrando y separando, ganando y perdiendo, viendo y “desviendo”, viviendo y moviendo, tejiendo y destejiendo, el hilo de nuestras madejas de vida…

            …Hasta volver a encontrarnos, ya definitivamente, ya en nuestra madurez temprana, ya en nuestra caducidad cercana, en el pueblo vecino al de nuestra vecindad de críos y de mocedad. Aquí, en Torre-Pacheco, hemos criado ambos a nuestros hijos, nos han nacido nuestros nietos, nos han sobrevenido a ambos la jubilación de nuestros afanes, y nos hemos encontrado, otra vez más, en un tiempo sin tiempo, en el que hemos escarbado un poco más el viejo hoyo de la vieja amistad. Nos encontramos en la puerta del colegio, de servicio de recogida de los pollizos que nos han nacido. De colegio a colegio, Diego… O en su antiguo trabajo, al que consiguió coser a su hijo en la que fue su segunda casa. O nos encontramos en las plazas y en las calles de un pueblo cada vez más ceñido a nuestro tiempo. O en el sol de los días… que nos van quedando…

            Dios se ha servido de la guadaña asesina de esta época para que me preceda en el camino de todos de vuelta al origen de todo. Y ha marchado antes que yo. Se me ha adelantado en el tiempo, ya que no en el espacio, puesto que hemos compartido el mismo sitio y lugar de vida, y ya sus restos esperan al lado de donde se esperan los míos. En el mismo roal donde empezamos, del mismo pueblo de donde salimos… Con la misma etiqueta de Cartero que los dioses nos quisieron dar a ambos…

            Con tu marcha, Diego, sumada a los de los amigos comunes que te han precedido recientemente, me dejas un poco más huérfano de mí mismo. Tu falta se añade al peso de los ausentes, y contigo se ensancha la añoranza que nos queda a los que aquí quedamos. A los que ya solo tenemos una historia compartida con los que ya no estáis. Es una soledad difícil de explicar a los que aún no la experimentan, e imposible de llenar a los que la llevamos a cuestas.

            El cura dijo en tu Misa que la muerte no existe… Es lo único que tiene sentido para mí. Yo creo, quiero creer y creo creer, que “los Carteros” nos veremos, o nos sentiremos, o nos intuiremos, allá donde ya estás tú. Cuando a mí me toque, si te pilla por allí cerca, llámame, que yo soy, tú lo sabes, muy despistado. Y guárdame un poco de sombra bajo el árbol donde te encuentres, para cobijarme contigo y charlar un rato, un ratico más… Como cuando íbamos a recoger a los críos al colegio hacíamos. Lo recuerdas, ¿verdad..?.

 

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