DIOS LO(S) BENDIGA
- Por miguel-galindo
- El 24/08/2020
Ha muerto Pedro Casáldiga, obispo emérito de Aragüala, en el Matto Grosso, a los 92 años, enfermo de alhzéimer y párkinson, en su chabola pobre de adobe, entre los más marginados y perseguidos de la Amazonia, entre sus indígenas. Fue la referencia de la Teología de la Liberación en Brasil, y al igual que Ernesto Cardenal, fue perseguido, acosado, amenazado y reprendido por su propia Iglesia… católica, claro, que él, ellos, eran cristianos.
Hijo de campesinos catalanes, se ordenó sacerdote en 1.952, y ya en 1.968, escapando de la España franquista, llegó como misionero en lo más duro también de la represión (1.964 a 1.985) de la dictadura militar brasileña. Allí aterrizó, y allí se quedó, defendiendo la vida y derechos de los más pobres entre los pobres, los más desheredados y marginados, los más perseguidos y esquilmados: los indígenas. Y se quedó con ellos, viviendo con ellos y como ellos, y convirtiéndose en el defensor y el apóstol de sus derechos, transmutándose en otro icono de la Teología de la Liberación de Cardenal. El uno en Brasil, el otro en Nicaragua…
Naturalmente, fue atacado desde dentro y desde fuera. Iba contra los intereses de los oligarcas, aliados de la Iglesia. En una ocasión debía asistir como obispo a una reunión de la Conferencia Episcopal Brasileña, y llegó con un retraso considerable. Cuando le achacaron su pérdida de tiempo, les contestó: “perdí el mismo tiempo que mis campesinos gastan para venir a vender aquí un saco de trigo. Yo no soy más que ellos…”. Dormía con la puerta de su casuca abierta, por si alguien necesitaba refugiarse o comer algo de lo que había. Los terratenientes lo tenían amenazado de muerte a través de sicarios, mucho más cuando se negó a bautizar a un hijo del patrón de los explotadores. Vestía de sayo y sandalias, como su gente, y varias veces tuvo que cambiarse de poblado porque los colonos que ocupaban las tierras de los indígenas lo perseguían con saña. En 1.976, sufrió un atentado, donde murió un sacerdote que estaba a su lado, en una asamblea de grupos religiosos con líderes indígenas…
Un hombre así, como Cardenal en su Guatemala, son Cristos que incomodan a la Católica. Casáldiga pasó por cinco procesos de expulsión de la Iglesia. Nunca lo nombraron cardenal, aunque le correspondía, por supuesto… Una vez fue llamado por Juan Pablo II a Roma para rendir cuentas. El Papa le recriminó “exceso de celo” en su cometido, y Casáldiga le contestó que su compromiso era con la Iglesia de Jesucristo, no con la administración vaticana… Y volvió con su gente para seguir luchando por ellos. Nunca, jamás, se rindió. A los 75 años, Roma le lanzó el último ataque para quitárselo de en medio, y mandar a otro obispo que le llevara el agua a los jerarcas… “Si vá a seguir la senda de compromiso abierta para con los más olvidados y perseguidos, bienvenido sea, yo le ayudaré como un humilde sacerdote, pero si no, más vale que se quede en casa…”, fue su respuesta.
El acoso fue tal que hasta le tentaron con un apostolado similar en África. En Brasil ya les estaba creando bastantes dificultades con sus aliados, los poderosos… “¿Voy a ir ahora, ya viejo, a darles mi muerte, cuando no les he dado mi vida?”... Con la entrada de Francisco en Roma lo dejaron tranquilo. Desde su silla de ruedas, siguió batallando por los olvidados, por los más desarrapados, clamando y propagando que solo una Iglesia pobre puede ser de los pobres y luchar por los pobres, y preguntaba a los enviados romanos: “¿Su Excelencia cree que Jesucristo dormiría, comería y viviría en el Vaticano, como lo hacen ustedes…?”.
“Quiero morir de pié, como mueren los árboles”, eso decía, y así ha muerto. Sin rendirse, sin claudicar, firme en sus convicciones cristianas, proclamando que la Iglesia, o vive y está con los oprimidos y olvidados, o no es Iglesia… Pedro Casáldiga ya está con Ernesto Cardenal más allá de la ingratitud, la falsedad y la desesperanza. No tendrá Pedro – como tampoco Ernesto los tuvo – reconocimientos, ni honores vaticanos, ni los harán santos, aunque lo sean, todo lo contrario, los silenciarán como una rémora molesta e innecesaria. Los mejores siempre han estado fuera, no dentro… Allí donde están ahora no tendrán que tratar con fariseos y publicanos, si no con ángeles. El lema de Casáldiga en la tierra era “convertir en impacientes al pueblo sumiso”… Y entregó su existencia por ello. Su epitafio es su propio verso escrito en vida: “Al final de la vida, me preguntarán, ¿has vivido?, ¿has amado?.. Y yo, sin responder ni decir nada, abriré mi corazón y lo encontrarán lleno de nombres…”
Que el verdadero Dios los tenga en la verdadera gloria… no en la que nos cuentan.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
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