ECOLOGÍA Y ECONOMÍA
- Por miguel-galindo
- El 13/09/2021
Es curioso, muy curioso, pero “economía” y “ecología” tienen ambas la misma raíz: “eco”, del griego Oikos, casa, hogar… Y se refieren tanto a la administración de esa casa, como al cuidado de la misma. Nosotros hemos separado los conceptos, pero los antiguos los mantenían unidos porque el uno necesitaba del otro: no se podía cuidar de la casa sin una buena administración, al igual que no se podía administrar nada que no se cuidara. En realidad, los dos conceptos forman parte de la misma idea inicial. Al desarrollarlas por separado, la hemos cagado…
El mejor ejemplo lo tenemos con el desastre local del Mar Menor, pero lo cierto y verdad es que viene del mismo problema general: el calentamiento, el cambio climático, el envenenamiento del medio, y cuanto se nos viene encima… Lo de nuestra querida laguna “de características naturales únicas en el mundo”, como siempre se ha querido “vender”, es tan solo que una pequeña parte del todo, cuyas características naturales actuales son lamentables, y que de únicas cada día tiene menos, pues son tan desagradables como el resto del planeta… Lo único que pasa es que esa, nuestra calamidad doméstica, nos afecta a nosotros muy directamente, sobre todo a una de las dos “Oikos”: a la de la “nomía”. Precisamente.
Y cuando descompensamos la “nomía” porque lo queremos todo, jorobamos la “logía” que la sustenta, con lo cual, nos cargamos el invento… O sea, destruimos aquello que queremos “vender”, y que, por lógica natural, estábamos obligados a conservar en perfectas condiciones “de uso”. Es tan de sentido común que hasta duele pensarlo: si destrozamos la casa - casa en la que vivimos y de la que vivimos - ¿qué valor tiene?. Ninguno. Ergo, ruina total. En todo nuestro mundo, y en nuestro entorno, hemos abusado del desarrollo económico en contra del cuidado ecológico, y ahora, cuando nos damos cuenta, ponemos el grito en el cielo… Pero no seamos hipócritas, nos duele más el negocio que vamos a perder que el daño que hemos hecho… Nos ponemos el pañuelo verde al cuello y salimos de “manifa”, sí, pero tememos más el daño económico que el ecológico, seamos sinceros de una puñetera vez: la producción, los servicios, los empleos perdidos, las propiedades pegadicas a la todavía albufera… Esto es, nos lloramos más de los efectos que ha producido la calamidad que por la calamidad misma.
La economía es una variable dependiente de la biosfera, pero nunca, jamás, al revés… Nuestra comarca tiene/tenía (cada cual ponga el término que quiera) dos grandes panes de los que comer: el campo y el mar. Y ambos en un clima casi perfecto. Y hubieran logrado su objetivo de mantenerlos y mantenerse de ellos habiendo cuidado un solo factor: el equilibrio. Pero no ha sido así. Por un lado, al campo se le está sometiendo a una producción agrícola masiva sus 60.000 hectáreas de labor, y por el otro, un sobredimensionado urbanismo y hábitat, un turismo estacional desaforado, está sobrecargando la capacidad de un “ecosistema natural único en el mundo”, como luce el mantra, y, por lo tanto, de delicado equilibrio, hasta que nos lo carguemos, claro…
El fariseísmo reside en que Pelé le echa la culpa a Melé, y Melé la comparte con Pelé, y los polos que han provocado el desastre del Mar Menor se tiran de los pelos. Y mueven al personal ignorante por un lado, y por el otro presionan a los políticos (que bailan entre distintos intereses, según les venga el puesto y el voto) para salvar la parte del pastel en lo posible exigiéndose responsabilidades a diestro y siniestro. Y exigiendo sacrificios el uno al otro. Ambos dos… Pero lo único cierto es que los dos lo están matando y el solico se está muriendo.
Por eso, cuando veo a los manifestantes y oigo y leo a los políticos, me pregunto a mí mismo si todos están dispuestos a parar en sus carreras, dar marcha atrás, y sacrificarse por salvar la vida a un Mar Menor dentro del contexto general del desastre climático… Y me contesto que no, que, al menos este servidor de los frailes no lo ve. Por ningún lado. Solo veo el ánsia de maquillar al muerto hasta que no huela; aguantar hasta que, en dos o tres décadas, la subida del nivel del mar lo convierta en golfo, o en bahía, o lo que sea; olvidarse mientras tanto de ese envidiable privilegio de “ecosistema único”, y que el personal siga petando el invento y el chiringuitaje… Y los otros, los vecinos y socios en el desbarajuste, que, a mar abierto, los nitratos ya no joderán tanto, así que… Tiempo al tiempo.
Pero mientras sigamos disociando economía y ecología, como mucha explotación y nula conservación, todo se nos irá al carajo. Hemos elegido el modelo de enriquecernos pronto y rápido antes de arruinarnos nosotros y arruinarlo todo, en vez de haber procurado un mantenimiento sostenido y sostenible en el tiempo. O sea, ser económicos con la ecología y ser ecológicos con la economía.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
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