EFECTO COOLIDGE

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El otro día observé, mejor escuché, si bien que involuntariamente, aclaro, las espontáneas y estentóreas declaraciones de sus proezas amatorias a un macho ibérico de toda la vida. A cuatro metros de barra de bar de mi posición estratégica desde el puente de mando, se desgañitaba ilustrando a su pasante (acompañante) de sus capacidades para con el sexo opuesto. ¡Dios… un ejemplar del jurásico ha llegado hasta aquí!.. Me pareció retrotraerme en el tiempo a aquella época de constreñido mozalbete en que escuchaba, apabullado, las expansiones casanovescas de los mozos más talluditos a los más novatos en pelusilla, pintándose a sí mismos como consumados maestros en la procacidad del tomaydale…

                Un ilustre versado que iba conmigo, me soltó en voz baja y bajo codazo: “macho… eso es el efecto Coolidge, ya sabes…, lo del gallo entre las gallinas”… “Mucho kikiriquí, pero pocos huevos”, añadió con un gesto de magisterio del que sabe… Y como que parecióle – permítaseme el palabro - al buen amigo, que me quedaba in albis por su último comentario, prosiguió… “sí, hombre, es lo que igual ocurre a los reyezuelos árabes con la cosa del harén y todo eso… que lo mucho apoca…”.

                Y yo que creo que es al revés, fíjense… Así que pregunté a mi prójimo próximo si él sabía porqué se llamaba precisamente así, Coolidge, el tal efecto. “Pues mira, no…” me contestó. Pues si yo no estoy mal informado – le dije – la cosa tiene su gracia, y le pusieron el nombre por un presidente americano, Calvin Coolidge, que rigió EE.UU. entre 1923 y 1929, me parece… “¿Y qué leches tiene que ver la política con esto?”, me espetó, al tiempo que un familiar le pitaba en la calle con la premura que impone el mal aparcamiento, para que corriera a subirse al coche… “Me tienes que llamar y terminar de contármelo”… No, mejor lo escribo para todo quisque, que esto dá para resolverme el articulico del día…

                Y aquí me tienen, cumpliendo con lo que mi foráneo amigo se quedó a medias, y con cuantos me leéis, si saberlo lo queréis. Era una historia olvidada y enterrada, que el tal amigo revivió entre los escombros de mi memoria. Hela aquí:

                El presidente estadounidense Calvin Coolidge, como digo, visitaba una granja avícola industrial en compañía de su esposa y otros mandatarios. A las explicaciones del granjero de que un gallo podía cubrir a gran cantidad de gallinas al día, la primera dama se interesó por la cantidad de cópulas diarias del de la cresta. “Unas cincuenta veces, señora, más o menos…”. Medio en broma, comentó ésta al avicultor: “por favor, dígaselo al señor presidente…”.

                Así lo hizo el atribulado hombre, a lo que el presidente inquirió: “¿y siempre lo hace con la misma gallina?”. Éste se apresuró a contestar: “No, señor presidente, lo hace cada vez con una distinta.”. A lo que el primer dignatario añadió: “Por favor, dígaselo a mi señora esposa”…

                Como comentaba al principio, al macherío hispánico de hace más de medio siglo, cumplía con el efecto Coolidge como Dios manda. Luego, ese dios, u otros dioses, empezaron a mandar que menos lobos, Caperucita, a pesar de que sesudos investigadores de la cosa y de los casos comenzaran a sacar ensayos y estudios sobre que el hombre es naturalmente polígamo, y que la monogamia es un rol social artificial y artificioso, etc., etc… Pero yo creo, con perdón hacia el macho de la barra del bar, y hacia todos los machos que en el mundo han sido, que si el efecto Coolidge se da en el hombre, como ser humano que es, también se da en la mujer, y que éstas igual podrían contar las mismas hazañas bélicas que el otro… Que en el mundo de las personas hay muchos gallos y gallas.

 

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