EL CARNAVAL BLANCO

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Regresaba del campo en el coche… Y al pasar por la plaza de la iglesia, creí que alguien había organizado un pase de modelos por algún motivo. Aquello era lo más parecido a la Pasarela Cibeles. Pamelamen, tripudos amorcillados en trajes de haber vestido mejores cuerpos, corbateo tocando a generala, y una batalla de modelitos femeninos retados a duelo entre sí en no aparecer dos iguales bajo pena de suicidio. En un principio pensé en una boda de ringorrango. No. El carnaval era mucho mayor, y la variedad y el acicalamiento lucha por grupos… Claro… era día de Primeras Comuniones. Naturalmente…

            Y recordé… En los sesenta, la Institución intentó volver grupas, y conciencias a la grey de que mermara en sus excesos. Quiso corregir su propia deriva dislocada. El sacramento instituido sobre la Última Cena de Cristo no era aquel disparate, aquella orgía de apariencia y consumo dislocado. Así que aconsejó cierto comedimiento en el fondo y en la forma. Que los niños lucieran una especie de vestidura talar, de hábito sencillo, acorde con lo que recibían, y que los padres redujeran en lo posible el sacabarrigas posterior, ya que no encajaba en el Evangelio. Mejor, comida en familia y poco más, Santo Tomás… Incluso se inició una estrategia lógica y razonada de ir atrasando gradualmente, poco a poco, año tras año, la edad del comulgante, hasta tener cierta capacidad consciente de comprensión y aceptación. Puro sentido común.

            Pero, nada… Se ha dado marcha atrás, y con bríos. Este año, no solo no se crece uno más, si no que se descrece. Involucionamos. Preferimos la apariencia a la experiencia, la mentira a la verdad. Decididamente se ha apostado por la autenticidad de lo falso, o, si lo prefieren, a la falsedad de lo auténtico. Reducimos un añito en los infantes, y aumentamos el fasto del gasto, de la presunción, y hacemos incongruencia de la inocencia…

            Yo no lo entiendo. Pero entiendo aún menos que los dignos creyentes lo admitan y lo justifiquen. Porque lo de los usuarios, lo de la clientela, está cada día más claro que lo hacen por costumbrismo, por tradición ciega, por un puro despropósito, ajeno a fés, creencias, y, mucho menos, a un correcto sentido evangélico. Todo torcido, y retorcido. La coherencia señala que un niño no bautizado (¿?), cuyos padres no se casaron por el rito católico por ser honestos consigo mismos, o incluso separados,  obre en consecuencia. El acudir a pedir para el crío todo lo contrario a sus creencias, e incluso contrario a lo que la propia iglesia católica predica por otro lado, y que se admita por esa misma iglesia, es pura hipocresía por ambas partes… Pero, enfín, se admite, se celebra, y se justifica. Y tutti contenti, que esto no es lo que parece…

            Fue el Concilio de Letrán – año 1.215 – el que estableció que los niños con edades entre los doce y catorce años pudieran recibir este sacramento “en compañía y acogimiento de entre los suyos”. Esto pone en entredicho un par de cosas, al menos: Uno, que durante más de mil años, la Iglesia desestimó este disparate que se vive hoy. Y dos, que hasta se ha corrompido la cuestión de la edad. Y en cuanto a la discreción en la compaña… ni la nombro. Siglos más tarde, la ceremonia empezó a celebrarse fuera de traste, si bien que entre la nobleza y la más rica burguesía, y fue a partir del XIX cuando se generalizó entre los católicos de toda grey y condición. Tonto el último y a mí no me gana nadie… Como ven, eminentemente cristiano.

            …Pues la cultura catolicristiana viene de la judía, y los judíos lo realizan en plena intimidad de su congregación. Lo llaman el Barbat Mtzvá. Se hace a los catorce años (14), y simboliza el pase de la niñez a la juventud. Y leen por primera vez la Torah en la sinagoga, porque se entiende que ya entienden. Pero nosotros, ni niños ni adultos entendemos – o queremos entender – nada. Ni nos importa un bendito carajo…