EL FÚTBOL Y YO
- Por miguel-galindo
- El 14/08/2024
Mi relación con el fútbol es distante, y es posible que distinta. Se me puede considerar algo así como un perro verde con topos azules. Tengo mi particular (y antigua) relación con él; me alegro cuando – como últimamente ha pasado – el combinado nacional gana un algo, pero me pregunto el desaforamiento que veo en lo ajeno, que me parece un patrioterismo exacerbado, si lo comparo con mi patriotismo (¿?) moderado… quizá menguado. O a lo mejor, o a lo peor, es que dejé de creer en aquellos cuentos de Calleja que llevaba aquel chocolate que no era chocolate; al igual que esto lo veo como nacionalismo exagerado. O nacional-histerismo descolocado.
En los años 50-60 el fútbol que se practicaba en los desolados solares de los pueblos de posguerra era de lo poco permitido, y aplaudido, y hasta seguido, antes de “retirarte” al Juego del Caliche. Cuestión de edades y hormonas no reconocidas, claro… Del remedo hecho con atadura de piedra y trapos, a la pelota de goma (que se pinchaba cada dos por tres), al “balón de reglamento” que así lo llamábamos menos por realidad y más por predicamento, tuvieron que pasar algunos años… Se organizaban campeonatillos de vecindad entre barrios, o entre pueblos de al lado, con ínfulas de copa hojalatera y camisetas homologadas a base de tinte y azulete. Naturalmente, yo no pude escapar a la llamada, ya saben: lila el que no juegue y tonto el que no despegue…
Y yo no despegaba, pero pegaba… El “míster”, Saura, me ponía de defensa central – o así se nos llamaba entonces – aunque un servidor era más malo que la carne de pescuezo, la verdad. Pero en el cuerpo a cuerpo no me paraba en barras. En esa época, la efectividad precisamente estaba más en la falta de reglas que en la existencia de ellas. Tanto en el campo como en las “hinchadas” caseras o visitantes, el control se ejercía desde el descontrol, y sobre todo, desde la fuerza… No sé si en El Algar o en el Llano del Beal, tuvimos que dejar allí el trofeo y la vergüenza, tras haberlo ganado en partido de final, porque las piedras y los palos nos llovían sobre los lomos tanto en el campo como en el camino hasta el autobús, que tampoco se libró de varios bollos y lunas rotas. Practicábamos fútbol y campo a través, un diatlón inventado entonces, en cada tarde de domingo.
Mi noviazgo no alentaba mucho con lo que ya empezaba a llamarse “el deporte rey” (tampoco es que hubiera medios para ningún otro). Mientras fueran piernas, espinillas y tobillos era lo normal de aquel oficio sin beneficio… Pero en una infausta ocasión, mi despeje de piel a piel fue a parar en toda la entrepierna del delantero – un fenómeno del “drible” – que se colaba como una flecha recto al arco. Jamás había oído tales alaridos de dolor ni había visto lividez como esa en rostro alguno. El ariete tuvo que ser retirado en camilla y llevado a toda prisa al botiquín cercano de la Base Aérea (gracias a Dios por ella), y el estropicio cárdeno e hinchado que pude apreciar en el descanso me traumatizó para todos los restos de mis arrestos… De aquella tacada colgué los “borceguíes”, como así se llamaban aquellas pseudobotas; y me marché a templar gaitas celtas a otros menesteres, si bien el blanquinegro terroso de las primeras televisiones empezaba a listar pantallas de partidos galácticos, y no había otro tótem más permitido que ese.
Por lo que seguí frecuentándolo de “sabedor”, como todos, en el grupo y gilipuá el último que militábamos en El Tapa; pero ni la afición, ni “los colores”, ni los ¡goool!-es me salían de tripas algunas. Mucho menos de la cabeza. Intentaba dejarme llevar, cierto, lo confieso, y buscar mi espíritu gregario en las entretelas de mi cochambre, pero entonces no encontraba nada, y me vi a mí mismo en tierra de nadie. O tenía que disimular para no sentirme un extraño allien en mi propio medio, o me aislaba como bicho raro… Así que decidí desengancharme a plazos, poco a poco, gradualmente, como el que no quiere la cosa.
El autoempujón definitivo fue con la tragedia de Heyssel – año 1985 – en Bruselas… Por una sobrecarga de aforo, una grada central del estadio cedió a su peso. El pánico y la estampida humana hizo el resto: cerca de cincuenta muertos y más de seiscientos heridos en mitad de una competición europea… Ni luto, ni dolor, ni suspensión, ni nada. Calculadas las posibles pérdidas económicas, los capitostes del fútbol continental decidieron seguir con el negocio como si no hubiera pasado nada, con el aplauso cerril de los culoabiertos del fútbol. Un falso, rápido y fantasmal autopésame; una hipocresía por sentimiento; un veloz y desapercibido acto farisáico… y la máquina del dinero no dejó de funcionar ni mientras se enfriaban los cadáveres de las víctimas.
Aquello me hizo ver (poco antes habían ocurrido los actos terroristas en las olimpiadas de Münich con el mismo resultado) en lo que se había convertido el fenómeno del deporte en general y el del fútbol en particular: en un gigantesco monstruo de intereses crematísticos movido por las oligarquías deportivas y alimentado por el papanatismo humano. Había empezado el mercado mundial de jugadores. Al forofo de Matapenas de Arriba le da igual los mercenarios que jueguen en su equipo siempre que ganen a los de Matapenas de Abajo… Cuando se trata de un país, la obnubilación e hipnósis funciona a tal nivel colectivo que parece que “hemos ganado” una paga extra, cuando solo “hemos colaborado” con nuestros impuestos públicos para que estén allí, ganen o pierdan; y, claro, para que esos profesionales sean más ricos y puede que hasta más evasores.
La última Eurocopa ganada (sé lo que ganaron ellos, pero aún no sé lo ganado por los españoles) tuvo la… ¿virtud? de paralizar al país durante días enteros. De copar informativos desinformotivados y ocupar sus contenidos al completo y en todo momento. De que la dictadura mediática monodireccional dominara sobre una inmensa mayoría que se dejaba seducir y manejar… Y va a más, según vivo y comparo lo de ayer a lo de hoy. Toda la tribu alrededor del ídolo, y el ídolo captando a toda la tribu en un “meneagement” perfecto, en que, si el flautista que mueve los hilos, les hubieran mandado a esos decenas de millones tirarse por el precipicio por tales “héroes”, nominados y nominativos – de nómina, claro – lo hubieran hecho entre cánticos y banderas agotadas a los chinos (los únicos que han sacado tajada de esto, por cierto).
Les pido disculpas por mi sinceridad. Siento mucho sentir lo que siento, miren ustedes… Pero nunca, jamás, entenderé este gregarismo estúpido; ni comprenderé aquello que lo motiva.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com