EL HARTAZGO

 

Tal y como lo siento, así mismo lo escribo, y me trae el pairo que se me tome a mal o bien… Pero no me gusta el mundo en el que vivo; no me gusta la sociedad en la que me desenvuelvo (con muy mínimas excepciones, claro); y, desde luego, no me siento representado por los políticos que he o no he votado… Los oigo dirigirse a la gente en sus declaraciones públicas, y encuentro tanta demagogia obsesa, espesa y casposa en sus declaraciones, que me asombra que la ciudadanía no se dé cuenta de la desvergonzada tomadura de pelo de la que somos objeto.

A estos últimos, a nuestros políticos digo, se les nota con cierta claridad que tienen tres discursos: uno interno, entre los del mismo cubículo (partido) político, que ocultan al personal; otro seminterno entre rivales de distinta madriguera, que igual esconden a los pulgones votadores – que no voladores – del resto de la colmena; y un tercero dirigido al exterior, tras los micrófonos y los periódicos convertidos en panfletos, en el que solo sueltan burdas manipulaciones, medias verdades, tergiversaciones de los casos y las cosas, a modo de pienso-basura para sus consumidores y seguidores, con el fin único de polarizarnos a su favor… Se han convertido en demagogos profesionales, y hacen de la mentira y el embuste su medio de vida y de trepa.

Es lo que veo, es lo que siento, y perdónenme por decirlo; o no me perdonen si no quieren, me da igual… ¿Y en qué queda la ideología?, aún me preguntarán algunos; ¿y es que tú no tuviste una?, me increparán otros. Y yo les contesto con una tercera pregunta: ¿acaso la ideología no se ha convertido en algo hueco, vacío, que se usa para fines espúrios?.. Yo lo noto con una claridad espantosa, como un sucedáneo que se nos vende y que compramos como el ignorante se cree su propia incultura. Las ideologías hoy son banderas de enganche para ciegos… o para trileros y aprovechados. Las siglas son ideogramas caducos, pins sin valor alguno, embustes cocinados y empanados.

Ya me sé lo que bastantes, y bastantas, me van a echar en cara: tú es que te crees más listo que nadie, te ves superior a los demás, te sientes por encima del resto de los mortales… Están en su derecho de soltármelo, faltaría más. Y puede, estoy seguro, que resulta hasta un tanto lógico. Al fin y al cabo estoy escupiendo lo que llevo en las tripas, sin privarme de nada ni ocultar mi asco, mucho menos de disimularlo; y por lo tanto merezco la tal respuesta. Y la admito. Y la respeto… Pero es que a estas alturas de este cochino cotarro ya me da lo mismo. Y no es desprecio, se lo aseguro, es simplemente puro y duro hartazgo, lo crean o no lo crean.

Con esta dolorosa – y dolorida – sinceridad echada por delante, lo primero que estalla en mis morros (porque son los míos los que expongo, claro) es una acusación lapidaria, casi escandalosa, como un ultimátum: macho, tú has dejado de creer en la Democracia, confiésalo y asume tu pecado de soberbia… Bueno, pues miren, aquí lo dejo escrito: si es este tipo de democracia, que se ha convertido en cueva de salteadores, sí, dejo de creer en ella. Pienso, y ustedes me disculpen si quieren, o si no, no me disculpen, por atreverme a pensar, que cuando algo de valor lo vacían de contenido, se pudre y deja de tener valor.

Entonces… me acusarán: prefieres la dictadura, un mundo huxleyano, el absolutismo… Pues miren, no, tampoco. Mi propuesta en realidad es tan simple que duele solo pensarlo, y hasta lógica, y bastante consecuente por cierto. Se trata de enterrar con honores, y agradeciéndole los servicios prestados (aunque me pregunto a quiénes se los ha prestado, si a la ciudadanía o a los políticos y élites económicas) a la Democracia Representativa, a la que pertenecemos y se ha exprimido hasta los hígados, por la que nos usan y nos abusan; y dar la bienvenida a la Democracia Participativa, en la que podremos defendernos por nosotros mismos de tanto trilero y mangante suelto, y gobernarnos, o desgobernarnos a nosotros mismos por nosotros mismos.

Ya he dicho antes que un servidor, personalmente, no se siente representado por estos okupas ideológicos. Por lo tanto, para mí, la representatividad que ofrecen me es falsa… Te dan a elegir a personajes previamente elegidos por ellos, por su propia curia; quitan o ponen valor cuantitativo a tu voto, según unas leyes (D´Hont por ejemplo) más o menos interesadas en según qué sitios o lugares; no consultan nada con sus votantes una vez sentado culo en trono (lo de “las Bases” es un burdo insulto); y puedo seguir poniendo ejemplos concretos de usurpación de esa tal representatividad… Y, encima, son unos demagogos del bandolerismo.

Sin embargo, la participación ciudadana directa; el control de aquellos a los que se vota y pagamos nómina (véase, por ejemplo, la Democracia Directa que se practica en Suiza), aún no siendo un sistema perfecto, sí que es un sistema justo, y más, mucho más, libre y responsable; y no las ruedas de molino con que aquí nos hacen comulgar. Nuestra Democracia está intervenida, secuestrada, es una pseudodemocracia que ni siquiera llega a semidemocracia…

¿Saben ustedes lo que en realidad tenemos?.. una PARTITOCRACIA. Y las partitocracias pueden etiquetarse a sí mismas de lo que quieran y les dé la real gana, pero siempre serán lo que en realidad son: partitocracias puras y duras. Absolutamente. Y no me gustan, ni las quiero, así que aquí y ahora me declaro politiclasta hasta decir basta… Por supuesto, son ustedes libres de reírse o de insultarme, es algo de lo que ya me he vacunado.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com