EL MIEDO

EL MIEDO

 
Los que no somos, ni sentimos, ni pensamos, como la inmensa mayoría de la gente, solo tenemos dos caminos: o nos adocenamos o nos excluimos. Si hacemos lo primero, nos traicionamos a nosotros mismos, nos negamos, y acabaremos por prostituir cuanto somos, aunque seamos una puñetera conperdón. Si hacemos lo segundo, se nos aislará, nuestro entorno nos rechazará, y siempre, siempre, siempre, que surja alguna discusión, se nos señalará como el culpable de la misma. La razón es simple y sencilla: nuestra opinión molesta al común del personal, o, al menos, resulta terriblemente incómoda. Así que si eres así, y quieres ser fiel a ti mismo, lo mejor es que te sitúes al margen. El ejercicio te llevará a la costumbre. Al final, el general será benigno contigo y te etiquetará, pero como estamos en una sociedad civilizada, tan solo serás “un raro”. Nada más que eso.
 
                En otros tiempos más asalvajados e intolerantes, te habrían dado matute, o siendo piadosos, te hubieran expulsado de la tribu, condenándote al destierro. A mí me hace maldita gracia cuando alguien te dice aquello de “yo soy así, no lo puedo evitar, así que o me tomas o me dejas”, pero a ti no te permiten decir lo mismo, no sé si me explico… O que exijan respeto para las ideas del montón, cuando ni el montón, ni quien lo dice, respeta las tuyas… No, no es fácil ser albino en un mundo de negros.
 
                En definitiva, es un poco, o un mucho, como el mito de la caverna, de Platón. Pero fíjense que, paradójicamente, este hilo conductor del pensamiento nos lleva a un fenómeno muy distinto, si no opuesto: el terrorismo. El modelo de terrorismo actual supone el mayor peligro para un estilo de vida (las democracias) basado en el respeto, la tolerancia y las libertades personales. Precisamente, oye, qué casualidad. Amparados en estas prerrogativas, los terroristas y temibles agentes solitarios del caos, no las utilizan para cambiar esta sociedad, si no para destruirla. Para asesinarla. Y a ese régimen nuestro, abierto a los derechos humanos, le resulta tremendamente difícil combatir tal amenaza sin sacrificar tal estatus, o parte de él, de derechos y libertades. Se tiene que ir convirtiendo en un régimen que controle a la ciudadanía con medidas dictatoriales. Y de ahí precisamente, y no por casualidad, el auge de los nazismos y de los populismos de derecha extrema. Y lo tristemente irónico, es que son los propios ciudadanos los que los votan.
 
                Y en este punto, ni esos mismos ciudadanos parecen darse cuenta que, una vez regalado ese poder, se apoderarían de él, lo secuestrarían, y ya jamás lo devolverán al pueblo, su legítimo dueño. Y ni los descerebrados terroristas se dan cuenta tampoco que ya han comenzado a matar a la democracia, y están resucitando a un monstruo que, no solo acabará con ellos, si no que los sustituirá… si bien, eso sí, lo hará desde el poder constituído, no desde acciones suicidas e incontroladas. Pero tanto el terrorismo de estado como el terrorismo urbano, es solo terrorismo. Nadie lo dude.
 
                ¿Qué por qué he justificado aquí dos temas aparentemente dispares e inconexos?.. Pues, la verdad, no lo sé, qué quieren que les diga. Ni yo mismo entiendo el por qué una cosa me ha llevado a la otra… Asociación de ideas, porque un pensamiento lleva a otro… quién sabe. Quizá sea por el contraste que supone la firmeza y la seguridad con que el clan cavernario margina al “raro”, y la fragilidad que, como igual clan, muestra con el loco sanguinario y marginal… Quizá porque es juez, si no verdugo, con los unos, y víctima desvalida con los otros… Quizá, no sé, porque unos seamos terroristas de ideas y los otros de vidas humanas… Ya digo, tampoco me hagan mucho caso.
 
 
                Pero lo que sí creo es que la sociedad, el clan, la tribu, puede ser víctima de sí misma. Cuarenta años de dictadura y cuarenta de democracia – digamos semidemocracia – es una experiencia de la que merece la pena sacar conclusiones. No nos conformemos con las menos malas porque se pueden convertir en las mucho peores… Y el miedo, siempre, siempre, ha sido muy mal consejero.