EL PERRO

He leído en un periódico un reportaje sobre los perros… Como estoy rodeado de ellos en mi hábitat actual (observen que me califico a mí mismo como habitante, más que como actuante, desde la cada vez mayor relatividad de mi existencia, ya solo pegada a mi residencia), me he interesado en ver lo que dicen sobre unos compañeros que, estoy absolutamente seguro, saben ellos más de mí que yo de ellos… Por lo que intento compensar un poco tal estado de cosas, dentro de lo que me es posible, naturalmente…

Que nuestra convivencia viene de que el lobo se acercó al hombre – no al revés – hace 20.000 o 30.000 años, ya lo sabía yo. En algún fondo del conocimiento guardaba ese detalle desde hace mucho tiempo… De entonces acá, ambos depredadores, lobo y hombre, han intentado conocerse mutuamente. El lobo, desde la cercanía de su descendencia cánida: el perro; y el hombre, desde la lejanía de su propia “superioridad”, o supuesta, o pretendida, superioridad. Aunque me barrunto que los primeros se han esforzado bastante más que los segundos, y, por lo tanto, en este período evolutivo en el que nos encontramos, ellos nos conocen más a nosotros que nosotros a ellos.

Nuestra capacidad de captar el mundo que nos rodea es básicamente visual. Archivamos formas y colores como máquinas, que luego asimilamos, clasificamos y archivamos. La suya es extraordinariamente olfativa, pero su mundo es muchísimo más rico en su universo del olor que en el del color … Dicen que los perros ven en blanco y negro, pero no es cierto, ven en un bitono de gamas azules y verdes (nosotros vemos en tres: esas dos, más el rojo) pero esto lo comento tan solo que a título de curiosidad, para ampliar un poco más el contenido del de hoy… Lo importante es que el alma de nuestro perro está unida a la nuestra a través de su prodigioso olfato…

Cuando nos olfatean al volver a casa, nuestro perro extrae de nosotros una información tan variada como sorprendente: de los lugares dónde hemos estado; con qué otros chuchos o animales nos hemos relacionado; lo que hemos comido; si hemos estado con personas que ellos ya tienen “fichadas”, o no; registran la normalidad o anormalidad de nuestras funciones fisiológicas; si hemos tenido un buen o mal día, y, por supuesto, el estado de nuestro ánimo… El chequeo que nos realiza nuestro amigo de cuatro patas puede llegar incluso a captar el inicio de un posible malestar o enfermedad… Los que investigan estos comportamientos, como la eminente Alexandra Horowitz, aseguran que un perro vive, siente y actúa más en consonancia con la disposición de sus amos que con la suya propia… lo cual nos coloca en una posición bastante lamentable con respecto a ellos, por cierto…

Tomás Camps, una autoridad en la materia, afirma tajantemente que “hemos evolucionado conjuntamente, pero los primeros pasos han sido siempre por parte de ellos, no de nosotros”… Y debe ser verdad, porque, sin necesidad de una enseñanza específica, cualquiera que tenga un perro sabe que son capaces de entender nuestras señales sociales tan solo que por los gestos; saben lo que queremos decirles tan solo que con nuestra intención, por la mirada, el tono, la disposición, la más sutil señal, por cualquier detalle que captan ellos antes que siguiera les hablemos.

Sin embargo, ellos, los perros, dicen los que saben, han pagado un alto precio por su acercamiento a nosotros: “han perdido parte de sus capacidades naturales”, como indica J.A. Ramos… Han reducido su potencia de orientación, para resolver problemas espaciales, que es mucho, bastante peor, que la de sus hermanos lobos, que aún la conservan. Incluso casi han llegado a dominar sus instintos, que apenas los sacan a relucir en circunstancias especialmente violentas para ellos… o para su amigo humano. Tan solo conservan intactas las que les procuran información, como, por ejemplo, el “catar” un pipí o una caca de algún congénere, que están catalogando datos de posibles colegas próximos, contrincantes, amigos o enemigos, de su entorno…

El perro sabe el tiempo que va a hacer, cómo huele la primera hora de la tarde, o la inminencia de las visitas”… asegura un experto. La diferencia entre el lobo y el perro es que éste último sus cualidades las ha puesto al servicio del hombre (esto último es de mi cosecha). La cuestión es si los seres humanos hemos correspondido en la misma medida y proporción. Yo tengo mis dudas. Cuando se habla de perros asilvestrados (asalvajados) en realidad son perros abandonados, que, cuando se ven privados – alejados – de la compañía del hombre, vuelven a su estado original primitivo de libertad e instinto; regresan al estadio de dónde vinieron, o sea, se aloban… Y es que nosotros no hemos adoptado al perro, es el perro el que nos ha adoptado (adaptándose él) a nosotros.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ

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