EL PRINCIPIO DEL FIN
- Por miguel-galindo
- El 04/07/2019
La Iglesia española, al final, ha entrado en el ciclo de crisis que afecta a todos los países. En la católica Francia, por ejemplo, cada año fallecen 800 sacerdotes, y solo se ordenan 60. En nuestro país, aunque uno de los más renuentes, también está en números rojos, a pesar de importarlos de países hispanoamericanos y africanos. Así que la Conferencia Episcopal Española ha lanzado una campaña publicitaria que pretende apuntalar las vocaciones sacerdotales. No sabía yo que las vocaciones también eran materia publicitaria…
Por otro lado, el Papa ha anunciado el endurecimiento de las normas internas (ya iba siendo hora) en el caso de los abusos sexuales por parte de la clerecía, señá María… Parece que son medidas distintas y distantes, pero están dentro del mismo cuadro. Y ambas dos – ya lo veremos – están destinadas a fracasar, pues parten de un error endémico en el análisis de los problemas, y es la cerrada e insensible negativa, y roma y obtusa, y estéril, a aceptar la heterosexualidad de los curas, a que la castidad sea una opción personal y voluntaria, a que puedan tener la opción de casarse… incluso a ordenar mujeres sacerdotes, o sacerdotas…
Antes, la sociedad pacata fernandina, luego reimpuesta y prolongada por la dictadura, aceptaba la no-sexualidad de los curas. E incluso los pobres homosexuales, tan perseguidos en la calle, buscaban refugio bajo las sotanas. La castidad (mientras disimularan sus tendencias) les facilitaba el acomodo, el escondite, y el respeto que no tenían fuera del sacerdocio… Mientras, los que no podían sujetarse, se convertían en depredadores de los más débiles, siempre bien ocultos y tapados, y protegidos por el todopoderoso Vaticano, y escondidos bajo el palio de Franco.
En la explosión de liberación sexual que sacudió las victorianas sociedades del mundo en los años sesenta y setenta, la Iglesia no pudo evitar sufrir esa transformación, y decenas de miles de buenos sacerdotes se liberaron humanamente, secularizándose. Y se fueron colgando hábitos de forma acusada, de manera casi que masiva…
Se suma a todo lo expuesto la caída de las espesas y poco sacras cortinas que tapaban cientos de miles de casos de abusos sexuales a niños y jóvenes en todo el mundo. Y por ello que la legitimidad moral de la Iglesia hoy esté en quiebra y tan en entredicho. El encubrimiento en España ha sido feroz, e incluso, liderados por obispos y cardenales, como Rouco o Cañizares, que han tratado de ocultar cuantos casos se conocían. También monseñor Blazquez ha llegado a oponerse a las medidas del propio Papa.
No hace falta pues ser un lince para ver que con la hipocresía, la mentira falaz, las tapaderas e hipocresías, el cinismo y fariseísmo, y la absurda negación de la natural expresión sexual de sus sacerdotes – generalizada en todo el clero – ni la Iglesia va a sumar muchas nuevas vocaciones, ni va a poder combatir tampoco con eficacia los abusos sexuales en su cada vez más reducido seno.
Y esta tendencia, que es irreversible, se ve aupada por una grey miope y justificadora, casi cómplice, que cree que va a perder su alma si reconoce las cosas, las condena, y se libera de su ciego servilismo. Tienen miedo a que les nazcan alas y puedan volar por sí mismos. Tienen pavor a la libertad de pensamiento. Y eso brinda el más cómodo y cálido refugio al oscurantismo, al integrismo y al dogma. El dogma de pensamiento único… Pero ya no tiene vuelta atrás. La luz empieza a poner blanco sobre negro, y ya solo hay que aprender a leer. Resulta inevitable.
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