EL TIO HUGH

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Bueno… No hace mucho murió Hugh Hefner, el hombre que revolucionó al mundo, y de paso se hizo multimillonario con ello, cuando, a partir de 1.953 (yo tenía seis tiernos añitos y mi alma andaba custodiada por el nacionalcatolicismo), esta persona comenzó a editar a Satanás en la tierra: el Play Boy, la revista más comprada del planeta, precisamente por eso mismo, por ser la más desinhibida, descocada y descarada, sin el menor disimulo…

            Él mismo vivió rodeado del más puro hedonismo, y de “conejitas” que hacían las delicias de sus visitantes y de su propia persona (curiosamente, nunca lo acusaron de machismo por ello). En realidad, Hefner era el sumo sacerdote del narcisismo llevado al extremo. El gran pecador y autocondenado voluntario, Belcebú en carne mortal, dotado de una potente chequera, y todo cuanto se quiera… Pero lo único que no era es un hipócrita. Vivió – y murió – adorando el lujo y el placer hasta el final de sus días. Se quedó totalmente sordo, entre otras cosas peores, por el uso y abuso del Viagra, pero decía que merecía la pena el cambio, y de hecho la cascó por vivir tan de puta madre ininterrumpidamente.

            No quiero hacer hoy aquí una defensa de tales valores, ni mucho menos, pues no son valores, sino una autodestrucción programada, pero sí que un reconocimiento a un tipo que tuvo plena conciencia de apurar la vida hasta la propia decadencia y condenación, porque decía el jodío que asumía la tal condena, fuera la que fuera, a cambio de vivir como vivió, ya que pudo permitírselo y nadie le obligó. A nadie engañó. Ni siquiera a sí mismo…

            Realmente, se hizo archimillonario con el farisaísmo ajeno, no con el propio. Su Play Boy era comprado en toda la tierra por todos sus dirigentes y líderes, religiosos, políticos, económicos, sociales, morales, empresariales y referentes éticos de toda la ciudadanía de todas las naciones de todo el mundo, al igual que por esos mismos millones de ciudadanos que eran sus rendidos consumidores. El Play Boy reposaba tanto en los cajones de los antros como bajo llave en los principales despachos y/o sacristías, oficinas, cancillerías o conventos… Hefner no se hizo millonario con la pornografía de Play Boy, si no con la hipocresía del mundo mundial.

            En aquella vieja época, lo más cercano en su lejanía que recibíamos en el negocio familiar (una librería que agigantaba nuestro quiosco y/o un quiosco que enanizaba nuestra librería) era el Paris Match, o algún otro couché francés que nos ponía los pelos de punta, y alguna otra cosa más también, con perdón y con permiso… Que si bien comparado con el Play Boy era como un Catecismo Ripalda, mal comparado con lo que había aquí, en España, era como el Arroz Amargo de la Silvana Mangano sin la censura del 4R en la puerta de la iglesia.

            Así que D. e P., ahora que puede el tal Hugh Hefner, y larga vida a su Play Boy, ahora que la libido ya no es pecado, al menos tanto, y demos gracias a Dios que vivimos un tiempo en el que los españoles ya no nos dejamos los dineros y las vergüenzas en Perpignán. En eso sí hemos avanzado. Aunque en otras cosas, desde luego que no.