EMPRESARIOS
- Por miguel-galindo
- El 21/07/2020
El otro día salieron en los noticiarios la imagen bucólica de los agentes sociales con los del gobierno, departiendo por los jardines de La Moncloa… ¡qué bonico, tío Perico..!. Todos semienmascarillados y semidistanciados, como manda el Cóvid, pero en fraternal intento de unidad en plan “a ver cómo cohones arreglamos esto”. Pero la estampa era como una postal campestre. Decir empresarios y sindicatos retozando juntos con el Gobierno por el césped moncloíta suena un poco descocado, y describirlo como paciendo juntos el lobo y el cordero, suena un poco desbocado, aparte de parecer un cromo bíblico…
Pero allí estaban, en relajada apariencia, tanteando las posibilidades de una necesitada unidad social, ya que desgraciadamente no política para la cerril y cerrada oposición del principal partido de la oposición que no sabe hacer oposición porque ha perdido su posición… Los “acudientes” a la llamada (muchos son los llamados y poco los escogidos) deben haber tratado, como requieren las actuales circunstancias, de la gestión de las ayudas de la UE – que ya veremos por dónde salen -, de los efectos de la crisis económica que nos muerde las pantorrillas, de qué forma arrimar el hombro y acercar posturas, en fin… de buscar el muy necesario consenso para que ya tan remendado buque no se vaya a pique.
Sin embargo, el único aparentemente punto de discordia, si bien que amablemente planteado, sorprende un tanto: la postura empresarial de que no se suban los impuestos. Yo estoy de acuerdo que esta exigencia no debe sorprender, puesto que va en la naturaleza del colectivo, y forma parte intrínseca de su genética. Vale. Es parte del argumentario básico de su oficio. Conforme. Pero es que, en estas circunstancias, ya me dirán qué otra solución hay. El propio FMI, nada sospechoso, por cierto, de ideología social-comunista-izquierdista, sino más bien todo lo contrario, asume y recomienda que una buena parte del agujero producido por el coronavirus deberán financiarse vía impuestos. Y precisa, eso sí, que corresponde a la mediana y gran empresa, salvando a la pequeña, a los autónomos y a la demás ciudadanía de una quema por la que ya están sobradamente chamuscados.
Es que resulta lógico, porque no existe en el mundo otro lugar de dónde sacar el dinero. Toda pasta pública se genera de los impuestos que gravan las plusvalías de los beneficios que obtienen las empresas. Otra cosa es otra cosa, y es el régimen fiscal de cada país, que, en el caso de España, es claramente mejorable, y es que el régimen fiscal va por un lado, y la justicia fiscal va por otro… No se explica si no que seamos el país con mayor índice de desigualdad social y económica de toda Europa. Y aquí es donde reside el problema.
Impuestos, claro que sí, pero con una carga impositiva mayor a las grandes empresas, menor a las medianas, mínima a las pequeñas, y ninguna al consumo de los bienes básicos… Impuestos, sí, pero dentro de una estricta justicia social y económica que reduzca la distancia diferencial que ya padecemos, no que la aumente aún más, como ya es costumbre en esta casa. Esta es, precisamente, la asignatura pendiente de los reunidos en los pastos de La Moncloa: la proporcionalidad. La clase dirigente de este país, en su binomio gobiernos-empresas, lo único que han conseguido es agrandar la brecha social que es el talón de Aquiles de nuestra economía. Gobiernos de derechas y de izquierdas, una banca desatada e insolidaria, y unas grandempresas egoístas y aprovechonas que hacen negocio con todo político corrupto (y hay muchísimos), sean éstos del gallinero que sean…
Los empresarios españoles que, desde el principio de la pandemia, se han dedicado a exigir ayudas estatales, apoyos y subvenciones para sus actividades (algunos de los cuales se han forrado con el coronavirus, dicho sea de paso) no pueden rehuir ahora su responsabilidad y su reciprocidad. Donde las dan, las toman. Porque esto es como ir a convidarse y luego no pagar la consumición… Eso, por un lado, y por otro, que los empresarios están para dos cosas: para ganar dinero y para pagar impuestos, y no puede, no debe, existir la primera premisa sin la segunda.
Ese es el riesgo de cualquier empresa. Yo lo he corrido toda mi puñetera vida. Otra cosa, ya digo, es la desproporcionalidad que siempre ha regido. No es justo, ni fiscal ni moralmente hablando, que de los pequeños se abuse y a los grandes se les atuse… Que ese, y no otro, es el tratamiento, irracional y deshonesto, que siempre se ha aplicado aquí. Por las puertas correderas, o por las gateras, o por lo que fuera…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
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