ENCUENTROS

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Vivimos los comienzos de un siglo XXI en el que, sumidos en plena “era de las comunicaciones”, lo que hacemos es aislarnos de los demás y comunicarnos con nosotros mismos. O, al menos, a través de nosotros mismos, y cada vez menos con los otros a través de esos mismos otros. Los niños pequeños se plantan – o los plantamos – ante una pantalla de televisión, y se pueden tirar horas, mañanas y tardes enteras abducidos por sus programas favoritos, ya diseñados de origen para que cumplan esa misma función.

                Los jóvenes, no admiten ya otro tipo de contracto que no sea a través de su móvil, de su tablet,  o, si acaso, eso sí, el sociológico botellón o el amogollonamiento ruidoso y masivo por cualquier tipo de fiesta, concierto, o lo que sea. Y si observamos con detalle, no se dialoga, ni se habla, ni se intercambia información, ni se interactúa… El ruido, la música, el volumen, simplemente lo impide. La relación es meramente tribal, adocenada, alienante… pero no dialogante. Y mucho menos, pensante.

                Y los mayores nos recluimos en nuestros caparazones, en nuestros cansinos casinos, en nuestras cuevas de la tercera edad, o de la tercera fase, o del tercer lamento, en las esquinas de nuestros propios cenáculos y conventillos. O, simplemente, nos marcamos un viaje cada vez menos iniciático con los de nuestra edad adulta y adulterada, o nos envolvemos en nuestra edad adusta, mejor, mucho mejor que un bingo de pingo organizado por nuestros pastores. Cada vez más, poco a poco, lentamente, nos vamos convirtiendo en animales insersívoros. Hasta que seamos recluidos en los aparcaderos precementeriales llamados residencias. Sí es lugar para viejos, diría Bardem…

                Yo me voy a permitir aquí hoy lanzar una idea a los munícipes, a los patronatos llamados a sí mismos culturales, a los concejales educacionales, a los responsables de la cosa en los pueblos, y es promocionar en sus sobradas y soleadas plazas, en sus cada vez más vacías ágoras, todo tipo de encuentros intergeneracionales e interculturales, así, solo porque sí…

                Por ejemplo, abuelos con niños. Para eso, para que les cuenten cuentos, la parte de Historia enganchada a sus historias, para ser preguntados y contestados, para que unos se sientan útiles y otros se sientan atendidos… Se me ocurre otro de los jóvenes con esos mismos mayores, entre los unos que aún pueden transmitir unos hechos que los otros debieran conocer para no repetir sus consecuencias. Vivencias por transmitir y lecciones por recibir…

                …Encuentros entre adultos y los que están por ser. Que cada uno descubra al otro lo que ese otro no sabe de ese uno, a veces ni siquiera de sí mismo… Cosas que decir y que decirse, cosas que escuchar y de las que aprender. Comunicar y comunicarse. Entender y entenderse, si es que ello es aún posible…

                Incluso, por qué no, entre políticos y ciudadanos, cara a cara, coloquialmente, distendidamente, compartiendo un banco a la sombra. Los que comparten responsabilidad pública de gobierno con el público gobernado bajo su responsabilidad. Regidores y regidos. Votadores y votados. Vecinos y convecinos…

                Lugar de encuentros, tiempo de encuentros, espacio de encuentros. Hace falta encontrarse. Lo triste, es que antes esto surgía espontáneamente, y hoy hay que organizarlo. Desconfiamos unos de otros y cada grupo nos encerramos en nuestros propios cubículos. Ya no nos juntamos para nada… ¿Para qué..?