HAZAÑAS BÉLICAS

Me he enterado por un artículo de Arturo Pérez Reverte, que Boixcar, el autor de aquellos famosos tebeos (nada de cómics) de los años cincuenta, impresos en cuarto apaisado, que en los críos que éramos entonces hacían auténtico furor, Hazañas Bélicas, fue un combatiente republicano de los que cruzaron, derrotados y rotos, los Pirineos, para luego volver a España tras haber pasado por los campos de refugiados – de concentración, en realidad – franceses… Como mi padre. Ambos (mi padre y él) dibujaban muy bien. Mi padre le daba al retrato. Pero después del horror, él, inventor de historias bélicas también, pudo dedicarse al fino del lápiz, y mi padre, por el contrario, tuvo que arrancar subsistencia dándole a la brocha gorda…

El que tuvieran y compartieran un duro trago de vida común a los dos, ahora, en la distancia, me hace retroceder a aquellos tiempos de posguerra, en que, sin saberlo ellos, ambos estuvieran relacionados por separado. No solo en que Boixcar dibujaba lo que quería y mi padre pintaba lo que podía, sino también en que mi padre vendía lo que el otro dibujaba…

En aquel quiosco-papelería-vivienda familiar se recibía, regular y semanalmente, desde aquella inolvidable Editorial Bruguera, el paquete por Correos, que, invariablemente, contenía novelas del Oeste, o del Coyote, o de Corín Tellado, algunos cuentos troquelados, y una gama de tebeos, entre ellos los legendarios Capitán Trueno (de otro Víctor Mora, también represaliado y encarcelado, por izquierdista), el Jabato, el Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín… y, claro, las inigualables Hazañas Bélicas…

Prácticamente, yo me solté a leer con todos aquellos tebeos a la mano… Antes de que desaparecieran de la estantería, me apresuraba a trasegármelos, pues se me autorizaba a leerlos (con exquisito cuidado) pero no a tenerlos. No a quedármelos. La economía familiar, en su justeza, no podía permitirse tales dispendios, pero sí a ser magnánima con mi afición a la lectura voraz – vicio que aún conservo con buen apetito – y que agradezco a mis progenitores por su “vista gorda”, como la brocha de mi padre… Cuando, en la actualidad, veo casas con libros, sin restricciones, y niños en ellas que no leen, me da una tristeza inmensa, porque recuerdo los sacrificios que muchos padres hacían para llevarles tebeos a sus hijos…

Por Pérez-Reverte me entero también, que aquel Boixcar (cuando murió lo sucedió un hermano menor que firmaba Boix) llegó a publicar, entre los habituales de americanos y alemanes, americanos y japoneses, americanos y coreanos, siempre buenos y malos, algunos en los que dio protagonismo a nuestra española División Azul, aliada de los alemanes en la II Guerra Mundial… Naturalmente, en una época en que Franco culebreaba para amigarse con los aliados que habían ganado la guerra, haciendo esfuerzos por que se olvidase su alineación fascista y pasando lengua por pillar un poco de Plan Marshall, aquello se cortó rápidamente… Entonces, los buenos eran los americanos y los malos los demás del Eje – todos éramos americanos - si bien, curiosamente, por aquel entonces, en España había, bien acogidos y protegidos, y mimados, aún bajo sotanas, viviendo como marqueses entre el hambre general habitual, un buen número de sanguinarios criminales nazis, buscados por las potencias aliadas para ser juzgados…

Cosas de la política. Puñeteros intereses… Entonces, mi hermano y yo solo vivíamos para la escuela, jugar a las bolas, al ajo duro, al agua vá, a la una la mula, al rescatao… o a la guerra de bandas, copypegada de aquellos tebeos de Hazañas Bélicas del Boixcar… que, sin saberlo, ni comerlo ni beberlo, estaban allí por obra y gracia de un señor que había compartido una guerra de verdad con nuestro padre… y que la habían perdido, como los alemanes, “japos” y fascistas, pero por exactamente todo lo contrario.

Yo creo que mi padre tampoco lo supo nunca, pues nos lo habría contado, y se lo hubiéramos puesto en su libro, como colofón y curiosidad. Seguro… Pero, sobre todo y por encima de lo que hiciera falta, mi padre hubiera guardado todos y cada uno de aquellos tebeos como un tesoro, que, junto a sus escritos, nos hubiera legado… Y yo podría haber tenido algunos de aquellos regalos que pude leer pero no poseer… Cosas de la vida. Pero los testimonios que nos entrega esa misma vida, en su largueza, han sido, y siguen siéndolo, si no más valiosos, si tan valiosos como aquellos recuerdos.

Solo me queda reconocer y agradecer al escritor cartagenero, paisano y vecino, que me haya dado a demostrar y recordar, en una de sus Patentes de Corso, que nuestras vidas, todas, están unidas por un hilo que nos hermana de alguna manera. No deberíamos olvidarlo nunca…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com