HÍBRIDOS

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Nuestra civilización es híbrida. Por un lado somos descendientes de los clásicos grecolatinos, compuesto de bellos desnudos físicos e impecables, de edificios de simetría deslumbrante y llenos de luz y armonía, de elegante alfarería y vistosos vestidos, del arte más exquisito, generoso y esplendido, de un Olimpo repleto de dioses y diosas en continuo compadreo sexual, que llenaron de héroes, de alegría y ganas de vivir al mundo y sus criaturas mortales, convertidos en efebos y nereidas…

            Y por otro lado tenemos una herencia judeocristiana, de esquivos y torvos, y bíblicos cuerpos semíticos, barbados, ganchudos y tapados, enturbantados, de jaimas, adobes y tiendas tendidas en el desierto, de sobríos y sombríos complementos de la vida diaria, del arte más escueto, pobre y ordinario, de un erial temeroso y temido con un solo dios único vigilante, celoso, vengador y omnipotente, un único dios severo y prohibidor, que llenó de culpa y de pecado las ganas de vivir de sus criaturas, convertidos en amargados puritanos y ominosas damas enlutadas…

            Ni culturas más distintas ni filosofías más diferentes pudieron unirse, y, sin embargo, simbiotizaron ambas en nosotros, válgaseme el palabro… Y, lo que son las cosas, y al contrario de lo que se podría pensar, la grecolatina traía a sus criaturas la muerte tras la vida, y la judeocristiana, sin embargo, promete la vida tras la muerte. Curioso, ¿no?.. Y la de la muerte eterna vivía una vida gozosa y alegre, y llena de placeres físicos y estéticos, y la de la vida eterna nos ponía ante las narices un presente pesaroso, oscuro, triste y pecaminoso. ¡Qué cosas..!. Yo, desde luego, prefiero el fauno al confesor, a Dionisios que al ángel del espadón flamígero, que nos despachó del paraíso de los dioses con cajas destempladas por orden de un Zeus del desierto resentido.

            Así que estamos hechos de dos espíritus discordantes y distintos que nos proporcionan la naturaleza bipolar que nos adorna, y del cielo y el infierno que nos atormenta. Sobre todo a los latinos, a los mediterráneos, a quienes se nos colaron por las entretelas ambas culturas para habitar en y entre nosotros. De la risa ática a la seriedad cristiana. Del vivir libres como los pájaros del Parnaso a enjaulados como los cuervos del desierto. Somos bipolares. Vivimos en nosotros la vida de Ítaca y la bíblica a la vez y al mismo tiempo. Somos disipados como el aire y concentrados como al caldo de gallina blanca.

            Pero somos así, dislocados y eremíticos, capaces de convertir a la Virgen cristiana en la más disparatada fiesta tribal y totémica de la diosa Némesis. Quizá que encantemos y descoloquemos a nuestros primos arios, anglosajones y nórdicos, precisamente por eso. Porque hacemos comedia del drama lo mismo que hacemos drama de la comedia. Lo que digo. Bipolares puros y duros. Híbridos como los mulos, y como las fresquillas…

            Ante el cariz político, social y económico, y sus tendencias, por donde discurre Europa, Ángela Mérckel quiere reconducir con los francos el ideal germanocéntrico de Carlomagno. O eso, o dos velocidades, amenaza… Pues lo lleva claro la cancillera de arpillera… La milenaria cultura mediterránea, fundida de dos culturas opuestas y contrarias, estará siempre ahí para sacarla de quicio. Ni ella, ni sus socios vikingos, podrán mover a un latino que es monje y sátiro en uno, y que a la vez que reza un rosario te monta un carnaval. No son de fiar, dicen los de arriba. Pero somos indispensables, decimos los de abajo.

            Como muestra, con un botón basta: reto a cualquier país centro o norteuropeo a que supere la crisis y vaivenes políticos, con robo de fondos y rapto de las sabinas incluidos, de los gobiernos españoles, italianos, griegos… A ver si los de los capazos fueran capaces.

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