HOY, COMO AYER.

 

Mi buen y querido amigo Manuel Santiago me envió un esbozo de libro, de remembranzas costumbristas, confeccinado por un grupo de amigos que formaron la infancia y juventud del antíguamente conocido por barrio de Los Molinos, de Cartagena, para que le diera mi más que humilde opinión (literaria, claro) sobre la construcción de su contenido… Así lo hice en su día, arrimando mi parecer a su experiencia recopilatoria.

Luego, al márgen de las formas, del modo y del estilo, una vez editado, y con su afectuosa dedicatoria en el papel y en el alma de quién recibe, toca leerlo, ya en letra de molde, por segunda vez y con otro talante… “Sesenta años después del Barrio Peral”, que así se titulan sus doscientas páginas de remembranzas, ahora no repasado, sino re-leído por asimilado con los ojos del sentimiento, que no de su métrica, encuentro su dimensión humana. La que ya forma parte de las personalidades de todos y cada uno de los que hoy son, porque así fueron ayer…

El libro-cooperativo (en su justa definición) de mi camarada Manolo y sus amigos, en su relectura, ya sin ánimo pedagógico, fue abriendo ventanas, que uno mantenía cerradas, que no olvidadas, al propio pasado… Al fín y al cabo se trata de un tiempo paralelo el que se relata, no importa el lugar, los personajes, los rostros o los nombres que se definen. Al ser el retrato de una misma generación, nuestra percepción se reconoce a sí misma en sus propios actores, y termina por “enrolarse”, y enrrollarse, en alguno de sus protagonistas, o en muchas de sus situaciones… Los sitios comunes son tan cercanos, cálidos, estrechos y familiares, que la transpolación identificativa se va produciendo conforme se va liando uno en su lectura.

Por eso me atrevo a recomendarla. No piense nadie que es algo ajeno a uno mismo… personajes, lugares, relaciones y situaciones foráneas a nosotros, y, por lo tanto, sin ningún interés para los que no sean sus propios autores. Error. No se trata de leer una novela, un ensayo, una obra maestra del relato, una joya de la literatura. Se trata de realizar un ejercicio de interiorización hacia nuestro propio pasado. Una especie de identificación para con nosotros mismos.

En mi caso, al menos, así mismo funcionó… Conforme iba avanzando en los testimonios a más de medio siglo vista, iban aflorando mis propios recuerdos de aquella tardía niñez y primera juventud; de aquellos distintos, pero a la vez tan iguales, lugares de reunión y paseo; de aquellos primeros amores… ¿o no llegaban a serlo?, pero que creíamos únicos e imperecederos; de aquellas relaciones de amistad primigenia, tan leales e intensas por ser únicas y primarias; de aquellos rostros tan cercanos en la lejanía, y de todos y cada uno de sus nombres; de aquellos amigos que quedaron, y que aún quedan, por alguna parte; de los que conservamos como un tesoro hasta el final…

Y pienso, y así lo lanzo en éste de hoy, por algún porsiacaso, que si alguno o alguna lo leyera, y le interesara, o sintiera la llamada, y le gustara rememorar un ayer común y compartido; y quieren intentarlo, pues que aquí me tiene todavía; que a lo mejor, que puede, no sé… Mi opinión personal es que tales iniciativas felices, como los de nuestros colegas de Los Molinos, son para copiarlas y disfrutarlas, y revivirlas, dentro de lo posible, si así se puede disponer. No es una fórmula registrada ni reservada, ni patentada, sino participada, y participativa, de actualizar un ayer que nos hace ser como somos hoy.

Yo suelo hacerlo de vez en cuando… En éstos, mis diarios escritos, en alguna que otra ocasión, se me vá el santo al pasado, ustedes que me suelen seguir lo saben; y, en solitario, hago mis inmersiones personales, con mis conclusiones igual de personales, naturalmente… Pero, estoy seguro, que vistas en común, cada uno de los que vivieron aquellas experiencias desde su propia distancia, daría un resultado mucho más rico y matizado. Cada cual guarda su propia perspectiva, su propia visión, sus propios sentimientos incluso…

…Y la confrontación de los mismos por los supervivientes de esos sesenta años contiene un valor que nunca, jamás, puede alcanzar uno solo. Las vivencias del pasado son pasado, cierto, pero ya irrepetibles. Y precisamente por eso, por su irrepetibilidad, merecen ser recordadas… Desde aquí, doy las gracias al libro de Manolo y sus amigos por hacerme recordar y valorar mis propios tiempos; tiempos sin los cuales éstos tampoco serían.

Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com