HOY, COMO AYER...

Me recuerdo al final de la dictadura y a principios de la democracia. Joven, muy joven, apenas que comenzando a construir mi propia familia, en la deseada agonía de la primera y el gozoso nacimiento de la segunda… Con mi historia familiar a cuestas y haciendo auténticas virguerías para ganarnos la vida dentro de aquel régimen. Recordarán los de mi edad que los alcaldes de la dictadura eran nombrados a dedo por los gobernadores civiles de la provincia, así como esos alcaldes nombraban a su vez a los concejales. Con dedicación y sin sueldo. Y pobre del que se negara, porque le caían las del pulpo…

El último alcalde de la dictadura en mi pueblo actuaba, naturalmente, en consecuencia con el método impuesto… Un día, un funcionario amigo me cita en el Ayuntamiento. Resulta que había sido nombrado dactilográficamente concejal del roal por el también recién nombrado alcalde, y se toparon con que yo, naturalmente, no estaba afiliado al Movimiento Nacional, como era rigurosamente preceptivo, y se me requería para que firmara el ingreso y así paliar el fallo…. “No es un fallo, es que los de mi familia no constamos…”, o algo así dije… Por puñetera cuestión de puñetera conciencia, confesé, en la confianza que me otorgaba el funcionario en cuestión, que, si por las circunstancias conocidas no se me permitió apuntarme a la Falange para poder tocar un pito de lata y patear un viejo balón de cuero, en su momento, ahora tampoco debería permitírseme, y que, con los debidos respetos, si no fui bueno en su día, entonces tampoco tenía por qué serlo ahora… Gracias al cielo y a aquel buen amigo, se pudo arreglar el asunto sin mayores, y peores, actuaciones en mi contra. Me las jugué, pero aquellas derechas comprendieron, y salvaron mi tiznado de rojo culo.

A los pocos años, llegaron las primeras elecciones democráticas. Con los aires de libertad que impregnaban los ánimos alegres, abonados por la recién estrenada democracia, se prepararon con júbilo las primeras elecciones municipales tras la dictadura… Ya habría que acudir a las urnas para elegir por sufragio a nuestros representantes en el Ayuntamiento. Aleluya, aleluya… En aquella ocasión, fue un comité de los supuestos “míos” a visitarme al trabajo. Portaban mi “ficha política” con la misma escrupulosidad con que me fue confeccionada por “los otros”. Toda la historia paternofamiliar estaba a la vista, y, según sus propias palabras del portavoz de aquel grupo delegado, “había llegado el momento de demostrar nuestra fuerza”, y, para remacharlo claramente, y que no hubiera dudar a duda alguna… “ahora se van a enterar esos de quiénes somos, y van a pagar por todo lo que han hecho”… Por supuesto, también rehusé el honor. Les dije que yo no buscaba ningún tipo de revanchismo, ni ninguna clase de venganza, y que, gracias, pero no me interesaba la oferta…

Cuento este cuento, que no es ningún cuento, porque, hoy, casi cuarenta años después de aquellos sucedidos, tras un “interregno” donde, no solo que no llegó aquella prematura sangre al río, sino que incluso, después, se llegó a actuar con la mayor caballerosidad, exquisitez y pulcritud entre los representantes de los partidos políticos, con un respeto y tolerancia ejemplares para afianzar aquella tierna democracia… hoy, en la actualidad, hemos destruido toda aquella ejemplaridad y buen hacer, para comportarnos como navajeros, revolcarnos en el fango de la indignidad, y revolvernos los unos contra los otros con verdadera saña… Y hablo tanto de personajes políticos como de ciudadanos…

Los políticos actúan con ambición y odio, sin hacerle ascos a la corrupción. Mentiras, zancadillas, deslealtades y puñaladas traperas… cualquier indignidad es buena para acaparar el poder, y, ahora sí que sí, tenérselas juradas a los otros para cuando nos llegue la hora. Da lo mismo el color de las siglas, da igual la ideología que sea, que poco se parece a lo que es un ideal… Pero es que, esa saña, ese odio, ese veneno, han logrado traspasarlo a la ciudadanía. Las redes rebosan bilis y mala leche, y escupen aversión, inquina y rencor por opinadores depredadores de cualquier pieza que se les ponga a tiro. Da igual. Tiran a todo lo que se mueva.

Yo, al igual que me ocurrió en aquella época traspapelada en la historia, sigo yendo por libre, sin más compromiso de conciencia que para conmigo mismo, opinando sin ataduras ideológicas, con una escala de valores exenta de ideologitis alguna; sin que mi tendencia me condicione, arreando a derecha e izquierda sin casarme con ninguna… por mucho que me reconozca en una más que en otra. Los que me leéis lo sabéis, creo. Y, sin embargo, o precisamente por eso, recibo por ambos lados cuando les toca “su” fibra, sin pararse a pensar siquiera (me acusan de tendencioso, y siempre me achacan ser “de los otros” cuando no justifico a “los suyos”). Los de un lado y los de otro, sin empacho alguno. Y eso lo lanzan como un insulto. Ambos dos. Lo que demuestra que se ha perdido todo respeto y tolerancia hacia la opinión que se considera contraria.

Naturalmente, cuando desde las dos trincheras arremeten contra mi persona, según la opinión del día, entonces sé que estoy en el buen camino, que es ninguno de los dos. Por incómodo, ingrato o desagradable que pueda ser… Como en aquel entonces, no me comprometí con nadie de los que hoy se despedazan entre sí por el poder. No tienen mi confianza. Ninguno de ellos. Su comportamiento lo demuestra sobradamente... Y si nadie lo ve así, pues no pasa nada, sigan tirándome a mí que soy un valor seguro. Páesostoy…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ

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