INGRATITUD
- Por miguel-galindo
- El 12/04/2016
Las hemerotecas deberían avergonzar a este país. A todos, tanto por acción como por omisión. A todos los políticos de todos los pueblos, y a todos los ciudadanos de esta España mía, esta España nuestra… Porque somos tremendamente olvidadizos, y muy dados a contemporizar y no arriesgar, y por eso mismo, irresponsablemente injustos. Nos convertimos en besaculos o en dispensadores de los poderosos y los corruptos, o tendemos a mirar para otro lado, en la misma medida que igual olvidamos y despreciamos a los que hacen lo que deben, a los valientes que denuncian y se las juegan ante todos, a los que cumplen con su conciencia, a los verdaderos, los auténticos adalides de la sociedad. La ingratitud y la mala memoria es la meretriz con la que amasamos nuestra historia. Quizá por eso hemos de repetirla tantas veces…
No recordamos a nuestro “nomber one” lanzar piropos a un señor de las islas, condenado por robar cuanto le vino en gana, o su amiguísimo Bárcenas, o sus laudes y loores a doña Rita, la cantaora, osus “de mayor quiera sr como tú” a Camps, o sus más recientes “te quiero, Alfonso, te quiero, coño…” al fautor de los últimos latrocinios falleros y fuleros. La gran traca. Un señor de señores que se ha confesado públicamente admirador de sus cuates más casposos por mafiosos, que han ido cayendo uno tras otro, y aún seguirán cayendo, en manos de la justicia. Pero ese mismo y desidioso ejemplo de sucio consentimiento, se ha venido repitiendo desde las alturas del estado al último edil del último pueblo, pasando por casi todas las comunidades autónomas. Y hemos sido tan burdamente tolerantes con los poderosos corrompidos como ruinmente desagradecidos con los humildes y anónimos héroes…
Porque de estos también hay unos cuantos, olvidados y arrinconados. Hubo un joven concejal que, asqueado por la corrupción que veía en su ayuntamiento, hizo algo asombroso: infiltrarse en una de las más grandes tramas nacionales de corrupción. Cientos de documentos recopilados y casi veinte horas de conversaciones grabadas enviaron a docenas de elementos a la cárcel y puso a temblar a la cúpula de su partido. Estoy hablando de la trama Gürtel. Esta persona pudo haberse marchado a casa, o, simplemente, mirar para otro lado, o participar de las migas del botín, pero no hizo nada de eso. Se complicó la vida durante años por intentar limpiar la suciedad. Nadie, absolutamente nadie, le ha dado las gracias. Un funcionario de urbanismo de una de las ciudades más podridas de España, donde sus políticos ni lo disimulaban y el dinero sucio corrió durante décadas, acudió a la comisaría y destapó una trama de corrupción de 2.500 millones de euros. Estoy hablando de Marbella. A este hombre, no solo no lo premiaron por su acción, ni lo ascendieron, ni se lo agradecieron, sino que lo trasladaron de puesto como un castigo, y quedó apestado. También pudo quedarse tranquilo, igual pudo no haber querido hacer nada. Pero lo hizo…
Igual que una ingeniera de caminos y puertos, trabajadora de una empresa pública en la que se percató de los raudales de dinero corrupto que, aparte del agua, igual corrían por sus entresijos. Pudo cerrar los ojos y poner la mano, hacerse la tonta y conservar su puesto, y su tranquilidad. O apuntarse a los despojos. Pero tampoco lo hizo. Lo que hizo fue denunciar el mierdario. Estoy hablando de lo más reciente, de Aquamed. El premio por ser honrada fue el acoso laboral, primero, y el despido, después… A ninguno de ellos se le ha reconocido nada, ni se les ha condecorado, ni se les ha homenajeado, ni se la ha puesto una placa con su nombre, ni se ha dado conocimiento público de su honestidad ni su civismo. A ninguno… Más bien todo lo contrario.
Las cruciales diferencias entre una sociedad mafiosa y una democrática es que en la primera hay clanes, castas, chantajistas y chivatos, y en la segunda hay normas, rectitud, vergüenza y denuncias. En la primera hay oscuridad, miedo y ocultamiento, y en la segunda claridad, valentía y libertad… En la primera no reconocen nada, y olvidan tanto lo bueno como lo malo, mientras que en la segunda, por el contrario, no solo saben reconocer ambas cosas, y distinguirlas, sino que también saben recordarlas. Según esto, deberíamos plantearnos con toda la sinceridad de que seamos capaces, a cuál de las dos creemos pertenecer, y qué es lo que pensamos hacer al respecto…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ – El Mirador – www.escriburgo.com