LA ALBONDIGA
- Por miguel-galindo
- El 19/12/2019
Imagínense ustedes una albóndiga a la que han sacado al balcón para que se oree. Si al par de días le echa un vistazo, observarán que ha criado como una pátina, como una piel, a la vez que se ha arrugado y sufrido una especie de desgaste físico, como si hubiera envejecido por efecto del aire y del sol. Pero, si además tuvieran a mano un microscopio, se darían cuenta también que le han surgido en la superficie colonias de bichos que habitan en sus recovecos y rugosidades, que la colonizan, y que han nacido de su propia combustión interna, y que viven de sus propios recursos…
Pues bien, esa albóndiga es como nuestro planeta Tierra. O mejor dicho, al revés, nuestro planeta Tierra es como esa albóndiga. Una croqueta gravitando en el espacio, tostándose en sus vueltas alrededor del sol, con su propia combustión interna también en marcha, y con todos nosotros pululando en su superficie como bichos enloquecidos, de aquí para allá, comiéndonos sus recursos y comiéndonos entre nosotros mismos. Aceleramos la descomposición de nuestra planeta, exactamente igual que los microbios aceleran la descomposición de su albóndiga, también expuesta al sol… Ese sol, es curioso, ha propiciado la vida en la albóndiga y en el planeta, se han puestos ambos manos a la obra destructiva, y el mismo sol se encargará de achicharrarnos vivos llegado el momento.
El paralelismo, si lo observan, resulta impecable. Todo está dispuesto y ordenado para que se cumpla el movimiento entrópico del universo: creación-destrucción, formación-disolución. El orden universal es la entropía, nada escapa a ella, y nosotros, como los microbios de la albóndiga, somos agentes del mismo principio, y pertenecemos al mismo orden.
Lo lógico sería que la propia naturaleza marcara los tiempos y los plazos que están establecidos desde su creación. Si así fuera, el sol aún tardaría varios millones de años en pasarnos por su microondas y hacer un churrasco de nuestro mundo, nosotros incluidos… Observarán los más advertidos de mis lectores, - haciendo una digresión - que lo natural de verdad, lo que el universo tiene dispuesto, no es el enterramiento, si no la cremación, y que nosotros, por llevarle la contra, nos empeñamos en meternos bajo tierra, como los perros hacen con sus huesos…
Como también por llevar la contraria, nos hemos puesto de acuerdo que no queremos esperar a la marcha que lleva el sol, y que vamos a adelantar la destrucción de nuestro hábitat por nuestra cuenta y con nuestros propios medios. Total, una vez ya puestos… Así que hemos desatado un cambio climático (acelerado) de propia invención, a ver si, entre catástrofe y catástrofe, nos jodemos los unos a los otros juntos y unidos como buenos hermanos. Y antes de que nuestra estrella lo haga, nos estrellamos nosotros solos. Y nos vamos a tomar por el saco antes de lo dispuesto por el maldito orden universal…
Y lo hacemos tan cojonudamente bien y estamos tan convencidos de nuestra eficiencia, que hasta los (virtuales) intentos por frenarlo y de arreglar nuestro propio desarreglo, los convertimos en consumadas piezas teatralizadas, donde fingimos preocuparnos y buscarle solución a lo que no queremos solucionar, y nos montamos nuestras Cumbres y nuestras Conferencias, y nuestros circos sobre el Clima, donde nos vestimos de verde, nos ponemos verdes los unos a los otros, revestimos el mundo y nuestros negocios de verde, y verdeamos y ecologiamos, y mentimos más que hablamos.
Esa es la diferencia, quizá la única, pero importante diferencia, entre nuestra Tierra y la albóndiga expuesta al sol. Que los gusanos de la segunda se limitan a hacer su papel natural, y los gusanos de la primera queremos oler a podrido antes de que se cumpla el ciclo establecido… Queremos hacer vomitar a los dioses. Y para eso nos asqueamos a nosotros mismos.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php