LA CAGAMOS

Nueva normalidad por el coronavirus en Mallorca: Salud limita las ...

El cuento nuestro de cada día: una caterva de ciudadanos monta una fiesta familiar en un restaurante de un pueblo vecino pero con severos rebrotes (Lorca)… alegría, porrones y a la mierda las precauciones. Así que nueve nuevos infestados que trasladan el Cóvid al pueblo de dónde vinieron a parrandear (Puerto Lumbreras). Et voilá: una nueva localidad empuercada por la jodida berenjena coronavírica…Si esto no es una irresponsabilidad flagrante por parte de nosotros mismos, de la propia ciudadanía, ya me dirán ustedes qué puñeta es…

            Otra: Un botellón en Cabo de Palos acaba con dos agentes heridos, y el robo del móvil de su coche patrulla. Encima. Los vecinos, hartos, llaman a la policía a las tres de la madrugada, pues un centenar de humanoides jóvenes estaba botelleando. Tardan un par de horas en acudir, ya que estaban ocupados disolviendo otros dos mamaderos colectivos de este especímen de burros. No dan abasto. Son recibidos con insultos, increpaciones y agresiones, como corresponde por parte de tales tarados mentales… Y como corresponde a tales usuales sucedidos, hasta la próxima semana, si los verrugos quieren…

            Como verán, dos ejemplos recientes, reales, palpables y demostrables. De aquí mismo, de los nuestros, de producción y cosecha propia (no hay cerca ningún emigrante al que echarle la culpa). Y por supuesto, absolutamente exportable a cualquier punto de España. Es el prototipo nacional de venados que está haciendo que la pandemia se relance de nuevo y con fuerza inusitada en todos los puntos de este desgraciado país de desgraciados. Las ocasiones típicas y tópicas de las que salen todos los brotes: de las numerosas reuniones familiares y/o de amigos, y del llamado por tristemente conocido “ocio nocturno”, sean en libaderos cerrados, sean en abrevaderos abiertos. Este tipo de fiesta, más o menos multitudinaria, está siendo el principal vehículo de propagación viral. Y es algo sobradamente demostrado en la inmensa mayoría de los casos. Todos los brotes están naciendo de cualquiera de ambos supuestos aquí expuestos…

            El problema es que las medidas son tan escasas como inútiles. Que cuatro guardias acudan a un botellón de cien espatarrados cerebrales solo sirve para dos cosas: o que se dispersen corriendo, se congreguen en otro aprisco y no pongan una sola multa, o que les monden a palos – a los policías - si se tercia. No hay medios suficientes para hacer frente a esto. Como no hay para controlar cuanto bar, comedero o restaurant hay esturreado por ahí, que cogen, acogen y recogen todo ganado hacinado que les venga. Ninguna cortapisa si les funciona la Visa…

            Se me responderá que ningún país tiene los medios humanos suficientes como para controlar una situación de este calibre. Cierto, es verdad. Pero sí que tiene una ciudadanía más educada, más culta y urbana, que sabe actuar civilizadamente. Creo que eso se llama responsabilidad social. Aquí esto, sobradamente demostrado está que no existe. Nos engañábamos a nosotros mismos cuando, confinados, nos montábamos aquellos numeritos egóicos y narcisistas haciendo escenarios de nuestros balcones, y vistiéndonos del ridículo superlativo de “héroes”. Todos aquellos lucimientos eran pura postura hedonista. Sobre todo en la gente de edad botellonera y parrandbolera, ya me entienden. En realidad, nuestra medida real y auténtica la estamos dando en la suelta. Solo en libertad se demuestra lo que uno es, y lo que uno no es…

            Y no… no somos los personajes solidarios de los que nos disfrazábamos, si no los hedonistas egoístas de siempre. Los que ponemos por delante nuestra diversión, nuestra escapada, nuestros viajes y fiestorros, al bien común e incluso a la salud de nuestros prójimos más próximos… Somos hasta vilmente capaces de criminalizar a los trabajadores del campo, que se infectan por pura supervivencia de hambre y muy señor mío, antes que mirarnos a nuestro propio espejo de ombligo entero.

            Ya sé que con la mano dura no se aprende. Pero, al menos, se escarmienta. Y donde no hay conciencia debe haber escarmiento… Lo digo, porque, si no, esto va a terminar como el cuento de María Sarmiento, que, como usted bien sabe por lo sobrado, fue a cagar y se la llevó el viento… Y nosotros, rimas aparte, la estamos cagando hasta el occipucio, maestro liendres…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ

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