LA FÉ CIEGA
- Por miguel-galindo
- El 18/02/2021
Podrá aducirse que el mundo, las sociedades y naciones, las formas de gobierno, han cambiado mucho con el tiempo. Y es verdad. Sin embargo, la Iglesia como institución – léase la católica – apenas nada. Muy poco. Tan solo lo que la ha convenido en cada momento de la historia. Puede alegarse que es una organización “atemporal”, pero lo cierto es que ha sabido afianzarse en la temporalidad durante dos milenios, al menos, y en base a una más que discutible, pero efectiva sin duda, hegemonía divina sobre los países de la tierra… Aparentemente no resiste una pensada de lógica intelectual, pero su eficacia salta a la vista…
Su sistema de gobierno (el Vaticano no deja de ser un Estado) se podría definir como una absoluteocracia de carácter electivo y colectivo. Orgánica y jerárquica. Y ademocrática. Apenas medio millar son sus habitantes efectivos en un planeta de 7.000 millones, pero que, eso sí, dirige a un “pueblo” de 1.200 millones de personas, sin ser responsable civil de ellas, pero que son sus fieles creyentes y seguidores, al menos “in péctore”. Y eso le permite abrir embajadas, prelaturas, conferencias episcopales y otras representaciones especiales al más alto nivel en todos los países – sobre todo en los más importantes – del mundo entero.
El Papa es su cabeza visible, y la curia su estructura dirigible… e incluso digerible. Ella lo elije, ella lo pone o lo quita, ella lo maneja y emplea todo su poder en ello. Las facciones de poder dentro de su seno, de corte liberal o arcáico, sus más o menos ocultas luchas intestinas, hacen de ella una corte más de tipo medieval, destinada a obtener poder, propiedad y privilegios dentro de las naciones, y no una sociedad moderna política, democrática y parlamentaria. Por eso su evolución ideológica es lentísima. Pero su influencia es brutal. El Papa se asoma al balcón de San Pedro, o a un micrófono o periódico, opina sobre cualquier asunto mundano o divino, de política o de teología, y más de mil millones de personas en teoría se sintonizan automáticamente con las “instrucciones” del aparato de la Iglesia… Porque aquí es donde reside la diferencia: que son más instrucciones que opiniones, porque se usan catecísmicamente a través de los obispados…
Como en los partidos con sus “bases”, pero con la diferencia que, aquí, el líder está designado directamente por Dios, o eso dicen, o eso creen, y los dogmas emitidos son mandatos divinos… Por esto, quizá, que la famosa diplomacia vaticana sea la mejor y más amplia del orbe. Díganme qué país del mundo tiene una influencia de tal naturaleza entre sus propios ciudadanos. Yo se lo digo: ninguno. Pero ese poder inmenso de las conciencias humanas no ha sido concedido por Dios alguno, si no por los propios creyentes a los que se lo atribuyen. Es el poder de la fé ciega.
Porque el temporal y el divino ha sido un histórico, y seguido y mantenido, autotorgamiento del papado por el burdo sistema del “porque Yo lo digo”. Ya que si lo digo yo… o mejor aún, el mayestático si lo decimos Nos, es porque así mismo lo quiere Dios. Y punto pelota… No ha existido otra cosa que una manipulación inicial apoyada por los poderes temporales, una autoafirmación contínua y continuada, y un seguimiento masivo. Nada más… y nada menos, también. La intangibilidad del mensaje – aunque en modo alguno se ajuste la manera al propósito – obra el resto.
Lo que demuestra, una vez más, que solo la fé (la intención) del ser humano en masa, su única y sola creencia, es la fuerza vital suficiente como para mantener, activas y en funcionamiento, estructuras montadas sobre la naturaleza, por ejemplo, del dinero; o las de las llamadas ideologías, sociales o políticas, o creencias, y no digamos las formidables estructuras que sostienen las religiosas. Todas se desmoronarían de facto por sí solas tan solo con que la gente dejara de creer en ellas, y comenzara a obrar en consecuencia… Tampoco la Iglesia hace nada que no hagan todas las naciones y políticos adheridos del mundo: atraerse a las masas en nombre de una patria, de una idea, de una bandera… Si les salvas las tripas, mejor… pero si lo que le salvas es el alma… Eso ya son palabras mayores capaces de conseguir cualquier cosa.- Observen que tanto “fé” como “fanatismo” tienen la misma raíz, aunque no sea lo mismo.-
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php