LA FE Y LA RAZÓN

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Si pensamos un poco, y analizamos el sentido que suele concedérsele a la fe, y lo que entendemos por razón, son la antítesis la una de la otra. La fe es lo que mueve a las personas a obrar incluso por encima de la razón. Pero eso, a pesar de lo que aventuran los que confunden las cosas, no es fe. Es costumbre. En España, sobre todo, estamos muy familiarizados con ello. Ponemos nuestra fe, o lo que sea, en casos dispares y disparatados, aunque otros crean, equivocadamente, que la fe es solo en cuanto a cuestiones religiosas. Y es que se puede hacer religión del fútbol, por ejemplo, o de la tradición, o del nacionalismo, del hedonismo, del narcisismo, del consumismo, o de vaya usted a saber qué ismo.

                Por eso la razón se estrella, y nada tiene que ver ante ninguna fe. La razón es un valor elaborado a base de pensamiento y esfuerzo, de lógica y de sentido común, de probar y de comprobar, y de ahí lo de razonar. La fe, en cambio, es ciega, y no hace caso de los razonamientos. Se cree en lo que se quiere creer, y  punto. No hace falta más nada de nada. La fe es inoculada de padres a hijos, de líderes a masas, de profetas a pueblos, de abducidores a abducidos, y no necesita ser probada, ni aprobada, ni comprobada, no tiene fisuras, y es ubícua e inmutable porque es dogmática. Por la fe se mata y se muere. Por la fe se convierte uno en verdugo o en mártir. La fe es una emoción irracional que nos arrebata y nos cambia en lo que no somos, pero que nos creemos que somos, porque es algo superior que nos redime y nos ensalza, glorificándonos, bien sea por un cielo, bien sea por una patria…

                Pero esa es la piedra de toque. ¿Es, en verdad, superior?, ¿nos glorifica?, ¿nos redime?, ¿o nos reduce a eslabones fanáticos de la cadena de cualquier fundamentalismo?.. De esa ciega pasión, convenientemente cebada y adobada por los intereses, nacen los credos, las iglesias, las patrias, las tradiciones,  las banderas y las fronteras, los nacionalismos y los populismos, de cualquier clase o condición, sean éstos políticos, sociales, económicos o religiosos.

                Si a todas las cuestiones que hacemos y defendemos desde la fe ciega le aplicáramos la razón en todo su fundamento, pocas, muy pocas, quedarían justificadas. La razón es como el ADN de las cosas, que lo lleva intrínseco, y la fe es como el DNI de esas cosas, que lo lleva puesto. La razón es como el contraste que distingue a la joya auténtica de la falsa. Eso no quiere decir que la fe no pueda encontrarse a través de la razón, pero sí que suele perderse a través del dogma, de la creencia ciega, del porquelodigoyo…

                Y por eso la fe es santificada entre las masas, mientras la razón es vituperada. No es la fe de unos pocos, si no de unos muchísimos muchos, como, por el contrario, la razón no se encuentra entre los muchos, si no entre los pocos, (muchos son los llamados y pocos…). Así que fe y razón están condenados a ser parte de un mismo fenómeno, pero sin apenas llegar a encontrarse, puesto que donde reside la razón no hace falta la fe.

                No sé si me entenderán el de hoy, puede que no… A veces ni yo mismo me comprendo… Porque si me preguntaran en qué creo entonces, les diría que mi fe se basa en la razón, y esa es la mejor razón para no tener fe… por lo menos en lo que la gente entiende por fe, claro…