LA FELICIDAD

  

Dice el eminente articulista J. Reyes en una de sus columnas (El País-22/9) que se puede lograr un evidente y “casi obsceno” estado de felicidad. Como yo soy de los que siempre ha pensado que la señora esa no existe, si acaso en un razonable y muy fugaz estado, pero no más, pues me apresuro a leer las claves del milagro.

Cero autocrítica, apunta primero. El condicionarse uno mismo por cualquier acto o decisión, afirma, solo puede procurarnos frustración y tristeza, así que de eso nada… Lo siguientes es quedarse siempre con la primera idea. El darle vueltas a las cosas lleva a las dudas, y las dudas desembocan en el pozo del desánimo. Adelante con lo primero que se nos ocurra. La sobada intelectual desgasta y produce abatimiento, asegura…

Otra cosa: ocúpate solo de lo superficial. Cuando uno ahonda en los meollos de los asuntos surge el aturdimiento porque se lía como un pavo, y no sabe cómo, cuándo ni por dónde empezar, así que no nos enredemos en cuestiones complejas… Y suelta una perla: “garantizo que la frivolidad no da un solo dolor de cabeza a nadie”.

No hagas tuyos los problemas ajenos, prosigue. Si alguien viene a calentarte la oreja, desconecta, pon el salvapantallas y no te involucres anímicamente. No des la mínima oportunidad  a nadie que te venga con sus preocupaciones, son tóxicas, e invaden tu ánimo a modo de un parásito, así que huye, evádete, escapa… Penúltimo consejo: No te hagas preguntas incómodas. Mejor, no te hagas preguntas de ningún tipo, pues puedes llegar a conclusiones morbosas que no te gusten, y eso te hace infeliz, así que no practiques espeleología emocional ni mental alguna.

Y por último, prémiate a ti mismo en cualquier oportunidad. No busques excusas, pues eso te condiciona. Solo mírate al espejo y dí “me lo merezco”, y ya está… Solo eso, no necesitas más. Cómprate una cosa que te guste, y listo el bote…

O sea, que yo llevaba razón. Doña Felícitas no existe. Tan solo puede existir para los egoístas más narcisistas y para los imbéciles más tarados. O para ambos dos en uno, si es que ello es posible… Hay que ser un imbécil integral sin sentimientos y un perfecto tarugo mental para ser feliz. El mundo, la vida, la sociedad que formamos, no es un plato de gusto, precisamente, y hay que ser muy despegado, o muy lelo, como para no verlo, sentirlo y sufrirlo. Y si lo ves, lo sientes y los sufres, entonces, de algún modo, es que lo estás compartiendo.

Y quizá, en el fondo, la culpa de la infelicidad resida en la que provocan precisamente todos los besugos que persiguen la felicidad ignorando las desgracias ajenas y mirando solo que su propio hedonismo. Vamos, pienso yo… aunque para ser feliz esté prohibido pensar.