LA GRAN DUDA HUMANA

Todo nuestro escaso pueblo andaba dolorido ese día. Absolutamente todos. Hasta los animales de la calle se movían cabizbajos al captar la inmensa tristeza reflejada en las caras de la gente. Era un solo sentir, un solo pensar, un solo malestar, un solo comentar en todos los lugares y entre todas las personas… Existía un luto general, compartido, cercano, denso: uno de sus hijos había encontrado la muerte en su servicio militar. Un trágico accidente segó su vida joven… Entre otros chiquillos, Antonio me llamó para reforzar la partida de monaguillos. Aquella tarde se preveía un entierro en el que todo un pueblo, sin faltar uno solo, iba a demostrar su compañía y cercanía. Y allí teníamos que estar todos, revestidos de sayo y esclavina, acompañando a don Ramón… A mí me tocó portar una de las cruces, más alta que yo mismo, y cuyo extremo chocaba con mis pies para que la cruz, por mi torpeza, arremetiera contra mi cabeza.

Desde la lejanía de mis años ya pasados, jamás he vuelto a tener el sentimiento de un pesar colectivo tan profundamente compartido como aquél, que sentó en mi ánimo una experiencia que jamás he logrado olvidar… La torpeza en encontrar las palabras adecuadas para expresar tal vivencia las ha mantenido ocultas en mis manifestaciones, pero no en mi memoria…

Si existió entonces un comentario con todo el peso de la unanimidad sobre las mentes, fue el único y solitario lamento de siempre: “¿Por qué Dios permite que pase esto?..”. Es un grito callado de incomprensión que perfora todas las fés de todas las gentes de toda creencia… ¿Por qué Dios permite que pasen tales cosas?; ¿la muerte de un niño?; ¿tales calamidades?; ¿tales injusticias?; ¿tanto sufrimiento (aparentemente) inútil?; ¿por qué la pérdida de tantas vidas inocentes?.. Es un hecho éste que se repite continuamente en todo tiempo y lugar, sin que se haya encontrado ninguna respuesta coherente, o mejor, conveniente. Tan solo palabras de consuelo, sinceras, sí, pero que se pierden en un intento de dar un triste sentido a lo que parece no tenerlo. Nada de lo que pueda salir de nuestro intelecto, por bienintencionado que sea, puede amortiguar un dolor que parece venir de un cosmos atávico, irracional e incógnito. Es la gran duda que nos golpea. Pues bien, si hoy me he atrevido a escribir sobre esto; si se me ha destapado esta ocurrencia, es porque esa pregunta ha sido un acompañante fijo durante toda mi existencia, desde que se me quedó impreso aquel día triste en mi alma de niño. Siempre ha sido un pensamiento recurrente del que no he podido liberarme sin sentir un profundo e íntimo desasosiego… ¿por qué Dios permite…?

No quiero que nadie piense que he encontrado respuesta alguna. No soy tan inteligente, ni tan elevado… No deseo que nadie crea que he hallado explicación alguna, ni muchísimo menos… Si acaso, una tenue, pálida, quizá desvaída, aproximación. Pero que me permito compartir, humildemente, por supuesto, con ustedes, que, de algún modo, me siguen… Y, por poner una imagen que refuerce la metáfora en la que me apoyo, es que Dios es el fiel de la balanza.

No es el platillo de un lado, ni el del otro lado, de esa balanza, si no que su esencia es el fiel, la centralidad, la invariabilidad, la ecuanimidad, la serenidad, la inconmovilidad , ( que no es lo mismo que inmovilidad ), el equilibrio perfecto; el más absoluto e inalterable nivel; donde tal absoluto lo absorbe todo, y contiene la totalidad de los hechos y de las cosas… Dios no permite ni deja permitir nada; ni consiente ni deja de consentir. Dios es pura armonía; Dios no juzga. Somos nosotros los que juzgamos en nombre de Dios… Él es parte de la balanza, pero no es toda la balanza, aunque suya sea la balanza, ya que los platillos los formamos nosotros… Él es el fiel de la misma, el que rige y registra el funcionamiento de su mecanismo. Él no es emoción alguna, las emociones somos nosotros…

Pido perdón si ofendo a algunos por exponer lo que pienso, pero es lo que más se acerca a la respuesta de mi eterna pregunta… Pues no creo en un Dios castigador y premiador, si no en una perfección de la que venimos y a la que regresaremos solo cuando entendamos su naturaleza para poder reunirnos de nuevo con ella, y de la que formamos parte…

No busco discusión alguna, ni diatribas, ni ofensas. Tan solo explicación y entendimiento hasta dónde podamos asumirla. Y, por eso mismo, comparto aquí, con vosotros, mi pensamiento…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com