LA LOTERÍA

  

De la hora que aproximadamente ocupa el TeleDiario, casi 45 minutos lo llena una sucesión ininterrumpida de escenas y datos que se repiten constante y cansinamente, cada año el día del Sorteo de Navidad. Y eso saldrá en todos y cada uno de los informativos de todas las cadenas durante varios días, así como en todos los periódicos del siguiente. Hasta la más pura y dura saciedad. Es un sonsonete de gestos repetitivos, ideado para grabarse en la genética memorística del personal, como una hipnosis colectiva.

                Abrazos, saltos, gritos, lágrimas, descorche y agite de cava, faltaría plus, la famosa pregunta periodística aspirante a premio Goncourt de ¿a qué lo va a dedicar?.. y la no menos pasmosa respuesta digna de Nóbel, “pá tapar agujeros…”, que siempre, siempre, sale a relucir. O la del cáustico personaje con cara de no haber pillado ni el punto de la “i”, con el sesudo “a mí lo que má gustao es que ha estao mú repartío”… porque, eso sí que sí, verán que también siempre, siempre, cae en barrios obreros, de gente humilde, y todo eso… A los ricos y altos políticos que luego ingresan los décimos premiados, no se les acerca un reportero ni de lejos…

                Pero nos pueden colocar perfectamente las mismas imágenes de alegría desbordada de años anteriores (de hecho ya ha ocurrido) que colarían sin ningún problema. Solo se reconocerán a sí mismos los de las administraciones que están allí para interactuar con sus clientes a los que les ha caído alguna parte de algo. Para la inmensa mayoría de hispanos, es como la reposición de una película mil veces vista, como el Don Juan de cada noviembre, o como la de Martínez Soria de cada tarde del sábado. Igualetico.

                Lo que se intenta transmitir con esas técnicas de saturación es la sensación de que parezca que le ha tocado la lotería a media España. Pero nada más alejado de la realidad. Pregunten a cualquier matemático por la escala de posibilidades de que le toque comprando un décimo (una de cien mil) y verá que es el fruto de cruzar la suerte con el milagro… Y eso es, precisamente, lo que hay que intentar tapar. Se hace así, machacando hasta la náusea lo que porcentualmente es ínfimo. Como debería oír el engañador de la engañada – o al revés – lo de “esto sí es lo que parece… y te lo puedo explicar…”.

                Los ingresos al Tesoro Público con su monopolio de Juegos, Apuestas y Loterías del Estado, es gigantesco. Cuantioso. Monumental. Y debe cuidarlo, y mimarlo, y venderlo como el mejor negocio para los que prueban suerte, y compran (y hacen) el numerito. Pero no es así como lo colocan, si no aparentando lo que no es. La verdad es que logran unos ingresos colosales, de los que reparten una mínima parte, de la cual, pasadas las primeras euforias, le restarán un 20% de lo que aparentemente le regalan, y luego quedan agazapados y a la espera para, cuando le venga la primera Declaración de la Renta, pasados los misterios gozosos, quitarle otro tanto del restante…

                Pero mientras ello llega, te cuentan y recuentan lo que ha tocado, a quiénes, dónde, cómo, lo de la abuela, y las cien anécdotas del día. Que si el bombo chirriaba porque el abandonao del Atahualpa Yupanqui no les engrasó los ejes; que si aquel del sorteo que iba disfrazao de gilipollas, en realidad no iba disfrazao; que si aquel congestinao de tanto gritar y echarse sidra por la cabeza lo lleva a medias con su cuñao del planeta Ganímedes… Enfín, alegría, que es la lotería.