LA NEOCENSURA

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El otro día, hablando con alguien de mi quinta de la nueva censura, la de los portavoces y portavozas, la de los moscos y moscas, mocos y mocas, y de todo lo “políticamente correcto”, del dirigismo hacia el pensamiento único y unificado, etc… salió a colación lo de los censores aquellos del nacionalcatolicismo, de los que te capaban periódicos, libros, revistas, teatro, películas... A las que clasificaban de gravemente peligrosa, y de 4R, con R de “reparos”, y la condena ominosa de asarte vivo en el infierno por toda la eternidad, que eso es mucho tiempo, y todo aquello… Y pensando en eso, me vino al recuerdo la peli Arroz Amargo, de la entonces despampanante Silvana Mangano, y con la que yo pequé y vendí mi alma al demonio encaramado a la tapia de aquel Cine Rex de verano, en mi pueblo…

            En esa famosísima y atrevidísima y condenadísima película de Giuseppe di Santis – año 1.949 – se enseñaba menos chicha que en un convento. Las películas llegaban a los pueblos en reposiciones copiadas, llenas de cortes, empalmes y ralladuras, emitidas en proyectores de 16 m/m, donde se oía todo menos la banda sonora, o los actores (y actoras) movían la boca y, al rato, se oía la voz, lo cual, unido al ruido del “piperío”, no se enteraba ni el censor que la había censurado.

            Encima, en España la película era distribuida por empresas, Pax Films, Mágister S.A., etc., que eran propiedad de la Iglesia, y les metían mano hasta las mismísimas costuras. Bajo el lema “Al servicio del bien y la verdad”, en los catálogos presumían de haberla castrado “conforme el sano y severo criterio de personas formadas, de reconocida solvencia moral”… Añádanle a esa poda la tijera del censor local (normalmente el párroco del lugar) y la cosa que quedaba era absolutamente irreconocible.

            Sin embargo, lo que conseguían aquellos zafios Torquemadas era absolutamente lo contrario a lo que pretendían. Y la razón es tan obvia como sencilla: abrían la espita de la imaginación desbordante, y lo que acudía a ella era mucho más ilustrativo y salvaje que lo que habían cortado y suprimido. En aquella tapia de aquel viejo cine de verano, donde lo único que quedó al albur fue una aproximación de la diabla Silvana enfundada en una especie de camisón desde el cuello a los tobillos a un brumoso molino donde la esperaba su amante, amantísimus, amándibus, y un fundido en negro más negro que mi culo, disparó mi enfebrecida imaginación a cotas en que Lucifer tenía que echar horas extras conmigo.

            Todo eso ya son historias que, aun siendo sangrantemente auténticas y ciertas, ya ni nuestros nietos se las creen, porque, lo admito, aunque sean verdaderas, también son increíbles. Los neocensores de hoy son más sutiles y versados en técnicas de probada eficacia. Utilizan la vía subliminal y la comercial invariablemente. En el caso de películas y libros, por ejemplo, para promocionar lo que interesa y descatalogar lo que no interesa, y el personal ni se entera del enjuague. Como también usan la vía politicorrectiva. Una censura agobiante y epatante sobre la manera de expresarse que, a veces, roza la ridiculez extrema, como ocurría con aquellos torpes censores de tijera fácil.

            Éstos de la “Policía Léxica” son los que más se parecen a los que nos secuestraban a la Mangano por la mano. Sobre todo en su supina ignorancia, en su resentida incultura. Sueñan con ser los inquisidores de la Rae, con someterla a su dictadura lingüista, y con obligar a la gente a hablar como ellos quieren, no como quiere la gente. Igual que aquellos que quisieron secuestrar hasta nuestros pensamientos.

El próx. Viernes, 29/03, a las 10,30 h., en radio T.Pacheco, FM 87.7 (queda colgado en YouTube): EL DOGMA POLÍTICO.-  No nos damos cuenta, pero es lo que está pasando