LA NOBLEZA IRREAL

La ceguera enfermiza y malsana que nuestra izquierda acérrima tiene a la monarquía, le impide ver la realidad que la historia oficial no recoge… Por mucho que se les diga que no existe régimen mejor ni peor que esté por debajo o por encima de las personas (capacidades) y que, lo verdaderamente importante no es el tipo de gobierno si no el nivel de democracia, su empecinamiento decimonónico y estereotipado sigue enredado en tópicos absolutistas, hereditarios y coronarios, que nada tienen que ver con la realidad de una monarquía parlamentaria. Están anclados en la Edad Media. Y se lían en absurdas cuestiones de linaje que hoy están sometidas a la aptitud y la actitud del real personaje, aunque no siempre sea el personaje real…

Por ejemplo (y de estos ejemplos abundan en todas las linajudas coronas, aunque la nuestra se muestre prolífica en ellos), la casa de Borbón propia, en puridad, no puede garantizar que sus reyes cumplan con la pureza sanguínea hereditaria que les cabría de suponer – y no lo señalo como desdoro, si no como ilustración – y no es óbice para que practiquen un buen gobierno si reciben la adecuada educación… Ahí mismo tenemos a la Historia: la reina María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV, confesó en su lecho de muerte que ninguno de sus hijos era del Rey, su marido. El que siguiera la cosa dinástica fue porque ella era de la rama borbónica italiana, luego la mitad estaba asegurada, y también, naturalmente, era lo más cómodo.

Lo de nuestra Isabel II, desposada con Francisco de Asís, apodado por el pueblo Paquita Natillas, y del que dijo su propia real esposa tras la noche de bodas que le aburrió – nunca mejor dicho, soberanamente – porque llevaba más puntillas y encajes que ella, sí es sobradamente conocido por las crónicas. Dicha reina nuestra tuvo relaciones y descendencia de media corte y la otra mitad de fuera de la corte…

Esto solo quiere decir que los reyes descendientes o supuestos descendientes, lo de la a pureza de sangre dinástica, como el valor que se nos otorgaba a los reclutas en aquella forzada milicia, “se les supone”, pues lo de ser testa coronada es garantía de poco… Las tendencias cupleteras de Alfonso XIII, depredador de populares refajos, o los instintos cazadores de su nieto don Juan Carlos de tirar feliz a donde hubiese perdiz (elefantes aparte) son reflejos hereditarios genéticos de sus ilustres antecesores y antecesoras… Y como que los derechos se trasmiten (al menos hasta ahora) vía varón, y su predecesora la de Parma no mojó en su tintero de pluma real… pues a saber de qué dinastía le viene al galgo…

De hecho, el propio actual Felipe VI, ya nació con la tendencia de romper linajudas costumbres y casar con plebeyas, pues antes de la periodista y actual reina ya quiso desposar con una tal Sartorius normal y corriente… El fijarse tan solo que en las telarañas de la historia es tan absurdo y supersticioso como condenar a cualquiera que sea albino… No existe una sola casa real en Europa que no se haya sometido al parlamentarismo democrático. Y da la casualidad que pertenecen a las naciones de monarquías más antiguas a la vez que las más avanzadas en democracia, derechos humanos y estatus económico del continente. Eso es un hecho comprobable. Hoy, cualquier monarca puede ser removido de su puesto (virtualmente, unos primeros ministros) si no se encuentran capacitados para desarrollar su cometido institucional… Nada que ver cómo se llame o se deje de llamar el tipo de gobierno. Mucho menos la pureza de linaje del peaje que pague el paje…

Yo, personalmente, prefiero ser ciudadano de la monarquía sueca, por ejemplo, que de la república bolivariana. Por mucha monarquía que sea una y mucha república que sea la otra… Y mi tendencia por nacencia tira más a la segunda que a la primera. Pero no estoy ciego. Ni me dejo arrastrar por acartonadas etiquetas medievales. Quizá por eso mismo no exijo, ni me fijo, ni espero, ni me ofende, ni nada de nada, lo del hereditarismo de sangre y puesto. Me la trae al fresco, con perdón… Solo me interesa la capacidad, la actitud y la aptitud, la calidad de educación y preparación recibida, y la honestidad, claro… O sea, lo que no le exigimos a los políticos a los que está sometido, por cierto… ¿No es esto un sangrante contrasentido?..

Porque ser diputado, o senador, o presidente, o líder de partido político que sea, puede ser cualquier ceporro o sinvergüenza, cualquier mandril con instintos absolutistas, cualquier inútil aprovechado… Que se miren ellos mismos al espejo antes de ponerse a ladrar a nadie. En el exigir lo que uno no es capaz de dar, ahí sí que no hay nobleza ninguna…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php