LAS RAÍCES

En una discusión intergeneracional volví a escuchar aquella frase que yo mismo defendí en mi época joven de “a los amigos se les elije, a la familia no”, como un codazo en los morros a la familia que aparentemente uno no ha elegido, pues hay otra que sí ha elegido uno, también aparentemente, claro… Una frase ésta que no carece de cierta lógica. Al menos, aquella que conocemos, claro, no a la que desconocemos… It ist the question, que dijo Shakaspeare… “Es que tú desconoces los motivos de mi elección”, replicaba la hija a su padre… “Te equivocas, los conozco porque yo ya he pasado por lo tuyo. Eres tú la que desconoces los motivos de mi opinión, porque aún no has pasado por lo mío”, respondía el padre a su hija… Diferencia de experiencias, en definitiva. El joven cree que la suya es única y el mayor piensa que él ya la ha tenido. No dejan de ser vivencias de segunda mano que se renuevan de generación en generación. Esencias viejas en tarros nuevos.

Es la fase del despegue de las raíces, como luego existe la de la vuelta a esas mismas raíces… Es otra frase esa, la de “volver a las raíces”, que se repite mucho en un momento determinado de la existencia, mejor dicho, de las existencias… Algo debe llegar consigo el alma humana que gira siempre alrededor de las raíces. De las viejas y de las nuevas, pues no existen raíces únicas aunque convivan próximas, tanto en la realidad como en la apariencia. Pero el inicio de la “vuelta a las raíces” comienza justo en el comienzo del declive, que coincide con el de pujanza del ser humano. Es la inflexión, cuando se comienza el camino de regreso…

El ser humano es como el árbol… Nace, y su primer impulso e intención es agarrarse en tierra y crecer a lo alto, separándose de su raíz. Su voluntad se centra en tomar altura, echar tronco, expandirse en inmensas ramas que alberguen infinitas hojas. En criar nuevas y más jóvenes y poderosas raíces que nazcan de las viejas y que soportan su envergadura. Es el ciclo expansivo del árbol y del hombre como humano: se aumentan las relaciones y las actividades; las aptitudes y las actitudes; se va creciendo en presencia y en fortaleza, a lo largo y a lo ancho, en frondosidad y espesura, y las raíces ya apenas se sienten desde la copa, donde se recibe el sol de la vida y da calor y compañía a las ramas con las que nos vestimos. Es el momento del cénit y de la plenitud… “¿qué sabes tú, viejo?”, le dice la joven al padre…

Pero todo árbol nacido llegado a la plenitud de su desarrollo, tras un tiempo determinado, comienza a declinar, y empieza a perder hojas, y ramas, y a faltarle el vigor de la expansión, y a mirar hacia abajo en vez de hacia arriba, hacia sus propias raíces, a las que parece acercarse ahora en vez de alejarse, poco a poco, cada vez más… E, inconscientemente, las busca en las más recientes nacidas de él, y a las viejas que quedan de las que nació… Y los árboles, también los humanos, se secan de arriba hacia abajo, hasta que la muerte alcanza sus antiguas raíces y desaparece en ellas. Solo quedan los retoños que ya comenzaron su propio ciclo que se repite de generación en generación… Por eso que ir en busca de las raíces es ir en busca del último refugio…

Los árboles mueren de pie” es el título de un viejo libro de José María Gironella. Es cierto que mueren de pie, pero también crecen de pie, como nosotros, los seres humanos. De pie… Por eso, al cruzarse en su altura el árbol joven que está creciendo con el árbol viejo que está menguando, intercambian esas palabras del hijo al padre: “busco mi propia elección, y no está en ti”, y la respuesta del padre al hijo: “yo ya he vivido lo tuyo, y tú ya vivirás lo mío”…Quizá que sea por eso mismo, porque las pocas ramas que aún le acompañan en su declinar sean tan viejas como el propio árbol, que éste busque sus raíces, en sus restos o en los restos de sus pensamientos; o en sus esencias y creencias, o en sus querencias y crianzas.

Todos, en mayor o menor medida, con mayor o menor intensidad, cuando empieza a difuminarse y desaparecer lo que creímos nuestro, conforme nos vemos y sentimos más libres y solos (parece una incongruencia, pero la incongruencia es lo contrario: la compañía no es libertad), más buscamos nuestras raíces, nuestro lugar primaria y primigenio, nuestro inicio y nuestro principio original, el sitio donde nos reconocemos a nosotros mismos, y desde donde comenzó lo que está a punto de terminar…

Naturalmente, en una avivada y avispada discusión intergeneracional, a estos pensamientos no les puedes dar voz, ni poner palabras… Hasta se pueden reir de ellas, llegado el caso. No es el lugar ni el momento… Mejor convertirlos en escritura, a ver si agarran en el pensamiento y luego en el sentimiento, para que más tarde llegue a dar algún fruto… No se trata de querer convencer, si no de intentar comprender, o mejor, dar a entender. Por supuesto, explicar pensamientos que andan de vuelta, en la creencia de que los van a aceptar los que andan de ida es una utopía… Tan solo es un ejercicio de redacción y de reflexión. Nada más. Y con el permiso de ustedes…

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