LAS RATAS
- Por miguel-galindo
- El 03/01/2017
El otro día leí en un diario nacional una noticia breve y escueta que, al menos a mí, me inquietó bastante. En el centro de Madrid, de madrugada, una pareja que volvía de una fiesta (en estas fechas todos los días son fiesta) se paró frente al escaparate de una panadería. Notaron que algo se movía dentro. Un grupo de ratas bullía y se paseaba por entre los cajones, el mostrador, los expositores… Naturalmente, dieron parte a la municipalidad de tan insólito hecho, a fin de que pudieran tomarse las medidas oportunas.
Las ratas y el hombre llevan juntos milenios, desde el principio de la historia de ambos. Son enemigos declarados e irreconciliables, pero se saben la tripulación de un mismo barco, y se temen ambos tanto y hasta tal punto como para haber llegado a un pacto a nivel de intuición mutua, tras una edad media en que las invasiones de ratas desencadenaban epidemias de peste que diezmaban las poblaciones de seres humanos, mientras ellas se multiplicaban impúdicamente.
Los burgos y hábitats humanos demostraron a las ratas que también ellos podían diezmarlas llegado el caso, aunque no pudieran cumplir su deseo de exterminarlas. El status quo parece estar en respetar las fronteras establecidas por hombres y ratas. Ellas, en las alcantarillas, en las fosas sépticas y subterráneos, en el submundo. Y los humanos en la superficie, en sus casas y sus áreas urbanas. Si alguno cruza el umbral, el límite establecido, e invade el terreno del otro, se le persigue, ataca, se expulsa o se mata. No hay treguas.
O eso es así, o así quiere uno creerlo, no lo sé… Pero cuando uno se entera que en pleno centro urbano de una populosa urbe, de una capital principal, en un establecimiento que es rito y mito, culto y símbolo de la supervivencia humana: el pan de cada día, las ratas han comenzado a romper el pacto de facto, y a hacer incursiones nocturnas, a empezar nuevas hostilidades e invasiones, uno se hecha a temblar, y comienza a ser invadido también por una inquietud inexplicable, por un temor sordo y atávico…
Las ratas están saliendo de sus cubiles y comienzan a saltarse los límites aparentemente establecidos. Si no es de imaginar paralelismos, paradigmas, coincidencias, aún de distinta naturaleza, a modo de signos de los tiempos, vemos cómo en todo el mundo también empiezan a asomar las ratas humanas. Las ratas del fundamentalismo, las ratas del populismo, del fanatismo, del chauvinismo, de los nacionalismos, las ratas de la intransigencia, las de la insolidaridad, de la brutalidad y la amenaza, las del chantaje y la prepotencia…
Son ratas que asoman su hocico, envalentonadas, en EE.UU., en muchos países de Europa, incluso en sus propias fronteras. En las naciones empiezan a salir ratas, blancas y negras, por la izquierda y por la derecha, disputándole el terreno a las democracias, al entendimiento, al diálogo, al acuerdo… Ratas que, como todas las ratas, siempre han existido, siempre han estado ahí, agazapadas, si bien no las creíamos una amenaza. Pero hoy, parece que las ratas están subiendo, y saliendo de sus alcantarillas… y metiéndose en nuestro pan.