LÍBER, LIBRI, LIBROS...

Dicen los que investigan estas cosas, que, tras el arranque fulgurante del libro digital, provocado quizá, como todo en este mundo, por la novedad, ha empezado a descender ostensiblemente. Podríamos pensar que quizá sea porque lo que desciende, también ostensiblemente, es el hábito de la lectura. Pero hay otro dato comparativo, que dice que las ediciones del libro de papel se mantienen más o menos firmes, lo que da a entender que el personal lector seguimos fieles en su mayoría al sistema de lectura clásico…

            A mí, al menos, me ocurre. En su día intenté – no cabe duda que encierra muchas ventajas, y sobre todo la económica – habituarme al digital, pero no lo conseguí… No supe, no pude, no sé… Pero tras un par de intentos serios y mantenidos, abandoné, y regresé a sentir el peso del libro, la textura del papel, incluso el olor del mismo en su matrimonio con la tinta, el doblar las páginas como guía de lectura, el señalar las hojas con mis comentarios, y docenas de sutilezas más que no se pueden lograr con la frialdad mecánica del digital, pero que afectan directamente a los sentidos corporales.

            Al fin y al cabo, el libro es físico, es un corpus, y se relaciona con el nuestro en un cuerpo a cuerpo directo e íntimo. Por eso también, quizá, que se le llama volumen. Porque es físico, tiene masa, páginas, hojas que se van pasando y van engrosando o adelgazando lo leído o lo por leer, conforme vamos uniéndonos mentalmente, incluso anímicamente, con la información que contiene… Estoy absolutamente de acuerdo con que lo importante es el contenido, no la forma. Es muy cierto, y no lo voy a discutir, mucho menos a negar. Pero quizá sea porque el ser humano no es solo intelecto, sino también un cuerpo lleno de sentidos físicos, y entonces necesita igualmente esa parte alícuota de relación física. Lo que quiero decir es que hay una parte que afecta a los sentimientos y otra que afecta a los sentidos… ¿me comprenden?.

            Y a los sentidos pertenece el palparlo, sobarlo, acariciarlo, tocarlo… en una palabra: sentirlo. Aparte, y además, de leerlo. Un libro digital, con todos mis respetos, le falta la parte del libro, es como una persona sin cuerpo, una voz sin rostro, una fotografía sin retrato, en definitiva, un libro sin volumen… No sé si sabré explicarme, pero yo me relaciono mejor y más fácilmente con el autor de la obra a través de las letras impresas en papel, que por los caracteres binarios reflejados en una pantalla…

            No es mi intención con esto desautorizar a los que han encontrado su acomodo en la lectura digital. Ni mucho menos. Tan solo intento expresar las carencias que sentimos los que preferimos la otra manera de leer, y las esencias que buscamos en ese acto, además de las puramente intelectuales… Es más, puede que sea eso mismo, una carencia, esto es, que aún no estamos lo suficientemente evolucionados como nuestros hermanos de Tablet, y sigamos agarrándonos a nuestras – puede que ya anticuadas y caducas – experiencias. A las que nos encadenamos por pura genética…

            Me pasa igual con el periódico. Tengo que sentirlo, olerlo y mancharme los dedos con su tinta, no lo puedo remediar… Pero, miren, yo tampoco espero que la resistencia a aferrarnos al papel se eternice. No. Ni siquiera eso. Yo solo aspiro a que los libros ocupen su lugar físico en nuestras casas y en nuestras manos, en sus estanterías, mientras yo lo ocupe en este mundo… Después, ya me dará igual… Líber, libro, también significa libertad.

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