LO QUE NOS CUESTA EL PEINE

Le ha salido a Gretha Thumberg un competidor… Al menos, se manifiesta como si lo fuera. Larga de ella que no dice lo que hay que hacer, ni tampoco lo que no hay que hacer, que es un discurso muy cómodo el suyo, y que por eso es acogida en foros mundiales donde tampoco se dice nada al respecto. Puede ser, no lo sé. El caso es que leo a este zagal burgalés de 19 añicos, Alejandro Quecedo, y tengo que estar de acuerdo con casi la totalidad de lo que expone (E.P.-30/11). Tampoco anda descalzo el crío: estudia en la prestigiosa Sciences Po, de París; colabora con la Unesco; ha estado olisqueando por la Onu; ha representado a España en comisiones en varias cumbres; y hasta ha escrito un libro, el chaval: “Gritar lo que está callado”, creo que se titula…

Entre otras cosas, dice el chiquillo que ya está bien de etiquetar los discursos de pesimistas u optimistas; que si son de lo primero, tan solo son realistas, y que ya no hay marcha atrás, si no aceleración o desaceleración en lo inevitable… A mí, ¿qué quieren que les diga?, que me escupitean y escopetean de pesimista desde hace años, y que no he oído un jodido “¡coño, qué razón tenías!” en mi puñetera vida, que me vea reconocido por un chavea que apenas empina un par de décadas, en cierta forma, me reconforta… La humanidad – guiada por gobiernos que solo se han dedicado a retrasar, y no a evitar – y engolfada en su propio hedonismo consumista, ya echará el freno (si es que lo hecha) tarde, para evitar muchos desastres que tenemos encima, ecológicos y económicos.

Resulta extremadamente llamativo, por ejemplo, que toquemos continuamente la campana de alarma contando los muertos por Cóvid, que sí, que vale, que es verdad, pero que, sin embargo, ocultemos y no nos demos por enterados de los siete millones de muertos que, cada año, inexorablemente, la diñan por el efecto directo del cambio climático… Es muy curioso… cuando no sospechoso. Al igual que, cada día, desaparecen 150 especies de la faz de la tierra… Naturalmente, se me opondrá que eso siempre ha ocurrido desde que el mundo es mundo, que es la propia evolución, y sí, es cierto. Pero nunca tan aceleradamente; jamás a la velocidad que está ocurriendo hoy.

El gran problema, real y moral, es que ya las cifras y las estadísticas nos resbalan como por la piel de un lagarto. Y no nos duelen porque hemos perdido el contacto natural (permitidme la redundancia) con la naturaleza. El único contacto que mantenemos con ella es el agresivo, el del selfie estúpido, el del turismo destructivo, el de las masas dañinas, el que la explota en sus recursos, el que la ataca pero no la defiende…

Asegura este muchacho, y lleva razón, que ya no sirve el largoplacismo, y el de “tenemos que hacer” y todo eso; que se ha demostrado sobradamente que ya no sirve de nada, ni siquiera para engañarnos a nosotros mismos; si no el cortoplacismo, el concreto, el de “ya, ahora, para ayer mismo”, porque el de después, ni se cumple, ni ya no nos vale para nada… ni siquiera para mentirnos.

Porque, sencillamente, hemos maltratado a la naturaleza de manera muy poco natural; con un modelo extractivo y ultraliberal, de explotación masificada, que se corresponde a la perfección con el de producción-consumo desbocado en el que hoy nos movemos, o mejor, nos revolcamos; y con el que el capitalismo más egoísta y destructivo está montando “su” globalización privada para unos pocos a costa del resto de los muchos… Y que no cejará en su explotación sobre las materias contaminantes hasta que no rentabilice de igual modo las renovables. Se trata de cambiar al negocio “verde”, o nada… Éstas son las cumbres sobre el clima, y no otra cosa.

El discurso oficialista dice que la justicia social no encaja en la justicia climática, sin embargo no puede existir una justicia sin la otra. Lo que pasa es que la equivocada tiene fecha de caducidad, y la otra no la tiene. Esa es la realidad que no queremos ver, porque nos han vendido lo “rentable” por lo sostenible, y nos ha venido muy bien a todos: a empresas y a clientes… El gran capital ha estado financiando durante medio siglo campañas negacionistas sin base real ni científica que las sustente, tan solo que para generar beneficios a las multinacionales. Y todo eso con el embobado aplauso de los consumidores.

Por eso que lo que Alejandro habla de la desobediencia civil, ojalá, Dios lo quisiera, pero yo no lo veo posible, no me lo trago. No creo en ello, porque no creo en la gente. El personal no está ni con la ciencia ni con la conciencia. El gentío está acomodado, adocenado, cretinizado; o no sabe lo que se está jugando, o lo sabe pero quiere suicidarse así… Nunca ha estado en juego tanto, y nunca ha habido tan poca respuesta por parte de la sociedad civil en la que pone sus esperanzas. Ni siquiera en sus jóvenes colegas de fiesteo, botelloneo y pitorreo, que se dicen ecologistas y dejan toneladas de basura tras cada una de sus mamadas de manadas…

No… Si en verdad fuéramos conscientes del problema, no estaría yo aquí, de nuevo, otra vez, machacándoles a ustedes con el mismo tole-tole de tema, y los que me siguen abriéndoseles la boca de puro aburrimiento.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com